Numinor: VILLAURRUTIA Y LA MUERTE
Para el doctor Arturo Camarena Flores, gran hombre y curioso filósofo.

Agustín Almanza Aguilar

29 / Enero / 2016

De entrada: nunca he leído a Xavier Villaurrutia, este poeta y dramaturgo, porque nunca me había llamado la atención, hasta ahora, y eso que lo ví en el viejo diario ‘Excélsior’, en la sección cultural del ‘Diorama’ (septiembre 13 de 1981), en un trabajo de Jesús García Álvarez, titulado ‘Vida y muerte en Villaurrutia’. Como me pareció interesante me permito hacer particular de su contenido a los lectores que, por descuido o curiosidad, me llegasen a leer, cosa que en sumo agrado tendré siempre.

¿Cuál es la verdadera realidad? Y, sobre todo, ¿cuál es la realidad de nuestra vida? El solo hecho de plantear estas preguntas significa la voluntad de no quedarse en la superficie de las cosas, donde los reflejos engañan, sino de llegar al centro mismo, allí donde las cosas se manifiestan en todo su esplendor original. Uno de los sentidos de ‘verdad’ hace referencia, precisamente, a ese ir quitando velos que ocultan el misterio de la realidad. Así comienza el ensayo.

Los aspectos superficiales de la existencia humana son, en efecto, como ‘velos que ocultan el ‘misterio’ de la verdadera realidad, y hay que ir quitándolos por necesidad fundamental, para sobrevivir ‘como se debe’. Y entra aquí eso de que Vivir es morir un poco cada día esta idea de la vida con relación a la muerte tiene una larga tradición. Aparece ya en los escritores latinos, y se convierte después en tema imprescindible en los tratados de acética cristiana la muerte () una actitud frente a las cosas y frente a uno mismo.

¿Cómo llegaron estas ideas a Villaurrutia, por qué caminos? Tal vez por sus lecturas de poetas franceses o por los senderos de la propia reflexión, pero el caso es que en él adquieren una original expresión y llegan a constituir el núcleo de su pensamiento poético. Así, nuestro poeta vé la vida al revés, desde la muerte.

Para Xavier la muerte no es un término fatal, tampoco la vida es como una sombra, él vá más allá y trata de descubrir esa ‘real realidad’: Quien acepta la muerte –dice García Álvarez- es porque quiere resucitar y abrirse a una vida nueva. Villaurrutia decía: Solo un muerto, profunda y valerosamente, puede disponerse a vivir.

La poética idea era que el ser humano es como una estatua, de la que sale el grito, y éste es luego rebotado en un muro, el cual, al enfrentársenos, se trasmuta en un espejo, en el que hay que contemplarnos y, con ello, devolver a nuestra estatua la vida, venciendo para siempre al miedo: Es preciso ver cara a cara la muerte para poder vencerla.

La muerte nos persigue por todos los rincones y entornos, Como la sombra que no es posible dejar en casa. No es solamente la alcoba que nos contiene y en la que nos damos vuelta, y es, sobre todo, un sueño un sueño, ¿de quién? ¿De Dios?

Villaurrutia creía en la inmortalidad, pero no en esa de ser recordado tan sólo, en sus escritos, en su voz –Que alguien hará suya en las noches de temor y angustia- Para él hubo un instante en que ya no hubo respuestas, por mucho que las buscó. Su muro era ya un espejo que le devolvía la imagen de él mismo –de nosotros mismos-, Con toda la carga de dudas e interrogantes. Ahora habría que buscar en el ‘otro lado’ del espejo, o quedarse petrificado en el silencio. De allí su deseo angustioso de caminar hacia la ‘Luz’, hacia aquellas respuestas que no se quieren oír: No es la noche –decía- la que llena de sombra nuestros ojos, sino la ceguera.

Tuvo a la muerte como condición de vida, y para vivir de verdad habría que morir: Cuando la noche vierte sobre nosotros su misterio, algo nos dice que morir es despertar. Allí empieza la otra realidad, la que no es más que un grito o un eco. A esa esperanza se llega, como a un puerto apacible.

Unos versos son reveladores:

Dicen que he muerto.

No moriré jamás:

¡Estoy despierto!

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