Numinor: IRIDISCENCIAS: EINSTEIN, LOS RAYOS Y GALILEO

Agustín Almanza Aguilar

02 / Febrero / 2016

Veritas Odium Parit

(Terencio)

Estaba ‘enfrascado’ en el asunto de si los rayos caen o se elevan cuando, por andar buscando un pedazo de pan que dejé a un lado de la mesa de trabajo, me topé con una información interesante, que quiero compartir en este espacio.

Pues que nuestro siempre bien estimado Albert Einstein fue padre de una niña a la que se le puso el nombre de Lieserl, la que se cree fue dada en adopción, ya que nunca se la vuelve a mencionar en la vida de la pareja, nos dice Judith Rauch (selecciones, mayo 2005: ‘La mente que Cambió al Mundo’). Luego, después de dos hijos más con su primera esposa, Mieva Maric –tres años mayor que él-, y comenzando a zozobrar su matrimonio, se le calentó la hormona con su prima Elsa, que fue su segunda esposa: era vago el muchachito ¡Ah!, y otra cosa: contra la creencia popular, no fue mal estudiante pues tuvo buenas calificaciones en casi todas las materias, y lo que sí odiaba era la disciplina de la escuela. Ahora, ¿sabía usted que llegó a proponer la creación de un gobierno mundial?... Y sí, ya sé, no faltará quien diga: al fin judío, y se hará referencia a los controvertidos ‘Protocolos de los Sabios de Sion’.

Pero, bueno: ¿Los rayos, suben o bajan; se elevan o caen? Leemos que un ‘rayo líder’, que lleva una carga negativa, pasa de la nube a la tierra. Ocasionalmente el rayo líder vá de la tierra a las nueves, especialmente en donde existen construcciones muy altas, como iglesias catedrales, edificios, o árboles de gran tamaño. El rayo, conforme se acerca a la tierra, induce una carga opuesta que se concentra en el punto en que tocará el piso y un rayo de retorno, que lleva una carga positiva de la tierra a la nube, a través del canal principal, hace el efecto. Los dos rayos generalmente se encuentran a unos 50 metros sobre la tierra y al hacerlo la nube provoca un corto circuito con la tierra, siendo entonces que se produce en relámpago de gran luminosidad y de gran corriente que pasa a través del canal de regreso a la nube. (¿?)

Se me vino a la mente –ahora que estaba escribiendo la palabra ‘relámpago’, y también por los ofensivos truenos de los cohetes que estaban lanzando los energúmenos de la parroquia del barrio- la imagen de aquella de Galileo Galilei ante la autoridad ‘Inefable’ del papa (con minúsculas, por favor), Urbano VIII y, releyendo la biografía del sabio italiano, me transporté al siglo XVII, al mes de abril de 1663, a la Ciudad del Vaticano, a una sala de un tribunal de la ‘Santa’ (¡?) Inquisición, que estaba repleta de curiosos y de soberbios cardenales, obispos, teólogos y filósofos. Se estaba juzgando a un anciano de 69 años de edad, de rostro cansado y desgastado, con la cabeza llena de canas, y acabado de salir de una grave enfermedad. ¿Por qué estaba allí, ante el ‘Representante de Dios en la Tierra’? Por la sencilla razón de que con sus teorías había desafiado la afirmación dictatorial de la iglesia dominante, pues afirmaba rotundamente que nuestro planeta no era el punto central del Universo Esto era sumamente peligroso para el poder, la vanidad y la soberbia del fanatizaste papado, que quedaba, ‘El Vicario del Hijo de Dios’, como un ejidatario de un gobierno pequeñito frente al vasto y grandioso Cosmos. La orden del ‘Santo Padre’ (Véase: Mateo XXIII, 9) fue la de no tener piedad con el demoniaco insolente que, a pesar de todas las humillaciones recibidas, se atrevió a expresar –cuenta la tradición-: Y sin Embargo se Mueve (‘Epurr si Mouve’).

Se mueve, sí, pero con un orden matemáticamente preciso, en virtud del poder supremo del Gran Arquitecto, y no como el presuntuoso ‘slogan’ del ‘copetitos’ Peña Nieto.

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