Numinor: Reflexiones sobre la introducción sinfónica de Gustavo Adolfo Bécquer

Ángel Agustín Almanza Aguilar

06 / Junio / 2016

Lo conocí hace como unos diez años y meses; parecía como de treinta y cuatro años, era sevillano, y se decía periodista y poeta. Platicamos poco en los esporádicos encuentros, sobre todo en el café de aquella añosa avenida de la colonial ciudad. Recuerdo que me dio en uno de esos días, un manuscrito al que no dí la suficiente importancia en virtud de los tragos del vino tinto y el olor de los habanos de los que nos rodeaban en aquel lugar.

Pues bien; resulta que cayó casualmente un amarillento texto, al estar dizque arreglando y ordenando la biblioteca de la casa grande, curiosamente en medio de la literatura de Heine (ese buen poeta alemán autor de aquellas grandes tragedias románticas William Ratcliff y Almanzor). Curioso, lo desdoble; era una hoja y media, con menuda letra. Dejé la tarea –como pretexto- y me dediqué a leer tal documento donde encontré –y reencontré- curiosas ideas, sentimientos y somnolientas pesadillas.

Por los tenebrosos rincones de mi cerebro acurrucados y desnudos duermen los extravagantes hijos de mi fantasía esperando en silencio que el arte los visita de la palabra para poderse presentar decentes n la escena del mundo.

Esto ya cimbra la mente. Continué:

Fecunda, como el lecho del amor de la miseria y parecida a esos padres que engendraban más hijos de los que pueden alimentar, mi musa concibe y pare en el misterioso santuario de la cabeza, poblándola de creaciones sin número a las cuales ni la actividad ni todos los años que me restan de vida serían suficientes para dar forma.

¿Quién es aquél joven español?

Y aquí dentro, desnudos y deformes, revueltos y barajados en indescriptible confusión, los siento a veces agitarse y vivir con una vida oscura y extraña semejante a las de esas miríadas de gérmenes que hieren u se estremecen en una eterna incubación dentro de las entrañas de la tierra, sin encontrar fuerzas bastantes para salir a la superficie y convertirse del sol en flores y frutos.

Parece que tenía un hermano pintor que lo plasmó en lienzo, quien después de la prematura muerte de nuestro amigo vate, lo acompañaría en ese desenlace de la existencia material

Me hablaba de unos rebeldes hijos de la imaginación que eran causa de sus comunes abatimientos y exaltaciones y de donde venía, hasta el día, paseando por entre la indiferente multitud esta silenciosa tempestad de mi cabeza. Así vengo viviendo –subraya a menudo-; pero todas las cosas tienen un término y éstas hay que ponerles punto.

Me llegó a comentar, entre sorbos de exquisitos capuchinos, que le costaba trabajo saber qué cosa había soñado y cuáles le habían sucedido, debido a su fantasía e insomnio perenne, y que necesitaba descansar desahogando el cerebro ante tantos absurdos, elementos mentales que, empero, seguía consignando como un fiat lux que separaba la claridad de las sombras.

Este periodista y poeta me dio vida con tal texto, me volvió el entusiasmo, pero me puso más a pensar en sus numerosas referencias al ligar sus relatos de terror y olor a ultratumba con los medievales monjes guerreros de los Templarios, temas tratados –supe después- en tres relatos: Miserere, Los ojos verdes, o la cruz del diablo.

No quiero –insistía- que mis noches sin sueño volváis a pasar por delante de mis ojos en extravagante procesión pidiéndome con gestos y contorsiones que os saque a la vida de la realidad del limbo en que vivís semejantes a fantasmas son consistencia. No quiero que al romperse esta arpa vieja y cascada ya, se pierdan a la vez que el instrumento las ignoradas notas que contenía

¡Sí, recuerdo que su hermano –una vez dijo- se llamaba Valeriano! Este gran poeta trataba de poca producción pro de calidad, en sus leyendas, prosas y rimas.

Si morir es dormir, quiero dormir en paz en la noche de la muerte sin que vengáis a ser mi pesadillas, maldiciéndome por haberos condenado a la nada antes de haber nacido

Tal vez muy pronto –auguraba- tendré que hacer la maleta para el gran viaje; de una hora a otra puede desligarse el espíritu de la materia para remontarse a regiones más luminosas.

No quiero, cuando esto suceda, llevar conmigo, como el abigarrado equipaje de un saltimbanqui, el tesoro de oropeles y guiñapos que ha ido acumulando la fantasía en los desvanes del cerebro.

Así terminaba lo que él tituló la Introducción sinfónica a sus textos, entre los cuales –la mayoría de lectores conocen- está aquel que dice: hacer como pudiera ambas estrecheces económicas; Uno de los mejores de la lírica española. Yo creo que he visto unos ojos como los que he pintado De seguro no los podré describir tal cual ellos eran, luminosos, transparentes como las gotas de la lluvia que se resbalan sobre las hojas de los árboles después de una tormenta de verano Ella era hermosa Uno de sus rizos caía sobre sus hombros, deslizándose entre los pliegues del velo como un rayo de sol que atraviesa las nubes, y en el cerco de sus pestañas rubias brillaban sus pupilas como dos esmeraldas sujetas en una joya de oro.

Sí; era él: el buen Gustavo Adolfo Bécquer, aquel que escribió románticamente lo siguiente:

Mientras haya unos ojos que reflejan los ojos que miran; mientras responda el labio suspirando al labio que suspira; mientras sentirse puedan en un beso dos almas confundidas; mientras exista una mujer hermosa, habrá poesía. ¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es poesía? ¿Y me lo preguntas tú? Poesía eres tú.