Numinor> Gerard Manley Hopkins y la ‘Oscura Claridad’

Ángel Agustín Almanza Aguilar

04 / Agosto / 2016

Javier Sicilia mencionó el nombre de un poeta inglés en una de sus colaboraciones para la revista ‘Siempre!’ (Agosto 2000), y se trataba de Gerard Manley Hopkins, ello en su texto titulado ‘La Oscura Claridad’. Pues bien, ¿quién fue este personaje o por qué se ocupó aquél de éste?

Sicilia señala enfáticamente que se trata de alguien perteneciente a esa clase de estirpe de poetas que florecen en el secreto y fecundan la poesía desde dentro. Lo que me llamó la atención del escrito de Javier fue lo relativo a eso de lo que llamaba Hopkins ‘Inscape’ y el ‘Instress’. Veamos.

Para Hopkins, que como todo gran poeta tenía una fina y penetrante mirada sobre el misterio de lo creado, la hermosura única e irrepetible de cada objeto (el ‘Inscape’), que es la ‘esencial y lo único perdurable, el vislumbre de lo eterno en lo fugaz’ –lo que yo llamo el Resplandor Ontológico de las cosas-, al hacerse evidente por la energía de la mirada (el ‘Instress’), genera un nuevo ‘Inscape’: el que se dá entre la visión que revela el sentido y el sentido que habita en lo mirado.

Hopkins lo dice con una envidiable precisión: ‘no es la excelencia de cualquiera dos cosas en sí la que constituye la belleza, sino aquellas dos cosas contempladas una a la luz de la otra’.

Hopkins habría descubierto lo que llamó el ‘Spring Rythm’ (Ritmo Cortado): Que la fuerza del verso no radicaba en la medida silábica, sino en los períodos acentuales que al Escandirse en el verso podían prescindir de la medida silábica aumentando el ritmo y produciendo una polifonía.

Sicilia dice que a Gérard se le ha acusado de oscuridad, pero que ello fue debido a que esos juicios se deben más a una falta de comprensión de la obra que a su realidad. La ‘oscuridad’ del inglés es más fruto de una claridad que de un juego barroco Cuando la luz se mira de frente, ciega. Es resplandor de lo infinito de una forma lo hace forzar el lenguaje hasta obligarlos decir lo que usado comúnmente no dice. De ahí su segura claridad es un ejercicio espiritual. Requiere una atención de la mirada en el misterio del Verbo que, a fuerza de contemplarlo, hace que repentinamente surja la deslumbrante presencia del sentido.