Numinor

Ángel Agustín Almanza Aguilar

01 / Noviembre / 2016

La noche del último día de octubre y el primero de noviembre eran sagrados para los antiguos irlandeses, para los celtas, para los sacerdotes Druidas; era el comienzo del año para ellos, y en tal tiempo sucedían cosas muy enigmáticas, por no decir misteriosas, en relación al contacto con seres de otra dimensión, de un universo donde el tiempo y el espacio no existen: Las Puertas de los lugares ‘Sidh’. Para comprender y tener acceso al conocimiento de tales cosas de la religión céltica es necesario penar en esa ‘Tierra Verde’, Erín, es decir Irlanda. Dos de las fiestas fundamentales (de las cuatro conocidas) eran ‘Samhain’ y ‘Belthaine’, que se celebraban el 1 de noviembre y el 1 de mayo, respectivamente. Las dos grandes solemnidades, que dividían el año en dos partes, eran –precisamente- ‘Samhain’ (mitad oscura), y la mitad blanca (‘Belthaine’). Etimológicamente ‘Samhain’ quiere decir ‘Reunión’, pero por un juego de palabras los irlandeses lo convirtieron en ‘fin o recapitulación del estío’. Era el comienzo de la estación sombría, y la fiesta se situaba en el punto de reunión de dos años consecutivos, en unos días que, propiamente hablando, no pertenecían ni a uno ni a otro y que, por tanto, estaban fuera del tiempo. Ese ‘primero de año’ (‘Samhain’) los celtas celebraban su fiesta, bajo el control de los Druidas, con borracheras y festines; era la fiesta de la clase guerrera. Durante ella los ‘Sidhe’ estaban abiertos permitiendo así al Otro Mundo invadir el tiempo humano. Todos los relatos míticos irlandeses ocurren durante el ‘Samhain’, es decir, fuera del tiempo y del mundo real. Ahora, muchos de los hombres que osaron penetrar en el ‘Sidhe’ creyeron permanecer allí por algunos días, o tal vez meses, cuando en realidad fueron varios siglos y, los que revividos en el Otro Mundo volvieron por su voluntad a poner pié sobre nuestra Tierra, cayeron inmediatamente fulminados, convirtiéndose en cenizas El papado la transformó en la ‘Fiesta de todos los Santos’ y en el día de los Difuntos, dándole una nota de melancolía y de tristeza que en un principio no tenía. Así que aquí nada del ‘jalogüin’. Pero, ¿existe el ‘Mas Allá’? ¿Qué sucede al morir un ser humano?... La muerte suerte miserable que la vida nos reserva; implacable destino que se impone a la humanidad; la muerte como meta real de la existencia; ese caminar hacia el sepulcro como condición esencial de la estancia terrenal; el féretro como razón de ser de la cuna Séneca expresó una gran frase: ‘Nascendo Quotide Morimur’, es decir, ‘Naciendo Morimos Cada Día’. Ese temor a lo desconocido También se nos viene a la mente aquellas palabras dadas por Jesucristo a Nicodemo: ‘Os es necesario nacer de nuevo’, pero –dirán algunos- el Maestro se refería a un renacimiento espiritual, no materia. Pero si reflexionamos podríamos decir que la muerte es una trasformación necesaria, y no aniquilación real, por lo que no debería afligirnos ello, sabiendo que, muy al contrario, el alma liberada de la carga terrestre y corporal, gozará, en plena expansión, de una independencia maravillosa, siendo bañada toda en una inefable luz, accesible sólo a los espíritus puros. Se nos ha enseñado que las fases de vitalidad material y de existencia espiritual se suceden unas a otras según leyes que rigen los ritmos y sus periodos. El alma sólo abandona el cuerpo terrestre para animar otro nuevo. El anciano de ayer es el niño de mañana. Los desaparecidos se vuelven a encontrar y los muertos renacen.