Numinor: Reminiscencias: Borges, Sábato, y Castiñeira

Ángel Agustín Almanza Aguilar

06 / Marzo / 2017

Entre la balumba de cachivaches que mencionaba, encontré dos textos de dos obras, una de Jorge Luis Borges y, la otra, de Ernesto Sábato –curiosamente argentinos ambos-, con una diferencia de días, en este mes de la ‘exaltación solar’. Se trata de ‘El Aleph’ y de Abbadón’, curiosa, al momento de peregrinar estas líneas, brota otro documento que, a guisa de prólogo, tomo en consideración. Son trabajos coleccionables de la labor editorial del ya fallecido Celso Castiñeira de Dios, director de redacción de la revista ‘Médico Moderno’ (un saludo al doctor Víctor Manuel Carrillo, quien me ha obsequiado mucha literatura médica). Y, titulamos este trabajo como ‘Reminiscencias’ debido a lo que encontramos en nuestros carcamánicos archivos, donde un artículo nos llevó a recordar un texto caso olvidado y que éste evocó otro, que aún sobrevivía ‘flotando’. El asunto fundamental fue sobre el oficio de escribir.

Castiñeira se enfrenta a la dificultad de definir lo que se debe entender lo que es un escritor, aunque, para nosotros, es todo aquel que escribe, y no necesariamente libros. Pero enfatiza en que habla de aquél que ha decidido vivir de lo que escribe y asumir esa actividad como un destino personal. Y continúa: desde afuera de la literatura se podrá imaginar que un escritor es un ser indiferente a la realidad que lo circunda; proclive a la bohemia o al desenfado existencial; pobre en recursos económicos porque su objetivo está años luz del utilitarismo; anárquico con relación a un ordenamiento convencional de la sociedad y tantas otras posibilidades que, paradójicamente, suelen ser individual y ocasionalmente ciertas

¿Leer para ser escritor? No puede haber ningún escritor que lo sea por la simple lectura, se es escritor por otros imponderables enigmáticos (sic), tan enigmáticos que si los pudiéramos definir, formular, compraríamos la receta en los supermercados. Los escritores que han dejado testimonios de su arte y de sus experiencias, tampoco –por suerte- han podido descifrar el enigma, y cada uno trató de explicar su particular relación con el oficio de escribir, relación indudablemente intransferible. Existe en muchos escritores el placer d escribir, pero también en muchos otros, la tortura por practicarlo

Todo nuestro entorno nos emite señales. Las cosas, los objetos, las personas, están allí donde estamos nosotros, y aunque no emitan sonido alguno, nos están indicando algo; algo, inicialmente, rodeadas de misterio (re-sic), de interrogaciones. Signos, vibraciones, ondas, aromas, formas, recuerdos, historias, ahí están, ahí son. Ese conjunto numeroso e infinito de presencias nos es común a todos, pero no todos podemos describirlos o interpretarlos, aún en el caso de estar dotados de habilidades expresivas.

El escritor asume por derecho propia la interpretación de los signos de la realidad, del entorno de ésta, y aun de su alegoría; trasciende la simple descripción; y sucesos y personajes ingresan en una dimensión puramente creativa, sin más leyes y normas que las que dicte la propia imaginación.

Celso Castiñeira de Dios falleció el año del 2006, y sus trabajos editoriales aparecieron bajo el encabezado de ‘Aproximaciones al Lector’, en la revista citada, por más de 30 años. Prólogos que iban más allá de las meras notas editoriales. Un hombre muy culto y sencillo, del cual seguiremos hablando y citando textos.

De los textos de Castiñeira brotaron los chispazos de memoria sobre otros, como de Ernesto Sábato y Borges, que ahora exponemos. Sábato:

Cuando se escribe en serio es el tema que lo elige a uno. Y no debés escribir una sola línea que no sea sobre esa obsesión que te acosa, que te persigue desde las más oscuras regiones, a veces durante años. Resistí, esperá, poné a prueba esa tentación; no vaya a ser una tentación de la facilidad, la más peligrosa de todas las que deberás rechazar Escribí cuando no soportéis más, cuando comprendáis que te podéis volver loco. Y entonces volvé a escribir ‘lo mismo’, quiero decir volvé a indagar, por otro camino, con recursos más poderosos, con mayor experiencia y desesperación, en lo mismo de siempre Los fantasmas se suben desde nuestros antros subterráneos, tarde o temprano se presentarán de nuevo, y no es difícil que consigan un trabajo más adecuado para sus condiciones. Y los planes abandonados, los bocetos abortados, volverán para encarnarse menos defectuosamente Las obras sucesivas resultan así como las ciudades que se levantan sobre las ruinas de las anteriores: aunque nuevas, materializan cierta inmortalidad, asegurada por antiguas leyendas, por hombres de la misma raza, por crepúsculos y amaneceres semejantes, por ojos y rostros que retornan, ancestralmente.

Ahora oigamos a Jorge Luis Borges:

Un ‘Aleph’ es uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos; el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos El Aleph, ¡el microcosmos de alquimistas y cabalistas!... cerré los ojos, los abrí. Entonces ví el Aleph empieza aquí mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten: ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca?

Soñé que despertaba y volví a dormir Comprendí que estaba soñando Me desperté Fue inútil Alguien me dijo: ‘No has despertado a la vigilia, sino a un sueño anterior. Ese sueño está dentro de otro, y así hasta el infinito el camino que habrás de desandar es interminable y morirás antes de haber despertado realmente Grité: ‘¡no hay sueños que estén dentro de sueños!’ Del laberinto incansable de sueños yo regresé como a mi casa a la dura prisión. Bendije su humedad bendije el agujero de luz, bendije mi viejo cuerpo doliente, a la tiniebla y a la piedra. Entonces me ocurrió lo que no puedo olvidar ni comunicar. Ocurrió la unión con la divinidad, con el universo El éxtasis no repite sus símbolos; hay quien ha visto a Dios en un resplandor. Yo ví una rueda altísima que estaba en todas partes; estaba hecha de agua, pero también de fuego, y era (aunque se veía el borde) Ví el universo y sus íntimos designios ví el Dios sin cara que hay detrás de los dioses

Pues bien, nuestro viaje ha terminado, acompañado de estos tres buenos hombres, aunque ese prurito del ‘remini’ no deja de eclosionar, aún en su estertor dramático y me bota, de nuevo al ‘abaddón’:

Al desprenderse el alma del cuerpo, se desprende de las categorías del espacio y el tiempo, y puede observar un puro presente Lo que el hombre corriente experimenta en los sueños, los seres anormales lo viven en sus estados de trance: los videntes, los locos, los artistas y los místicos Salirse del cuerpo e ingresar a otra realidad; esa expresión: ‘estar fuera de sí’ ¿Y qué se vé: el paraíso, o el infierno?... Esa ‘separación’, ¿es enajenación?... En ese estado –ya lo dije- el alma posee un percepción distinta de la normal, se borran las fronteras entre el objeto y el sujeto, entre el pasado y el futuro.

Aquí le dejamos, de lo contrario iré a parar a lo que fue la antigua ‘Castañeda’. Pero eso sí: los límites entre la locura y la sabiduría son muy tenues, casi casi invisibles.

¡Ah! Si toma, no maneje.