XL Aniversario Sacerdotal de Monseñor Jorge Arturo Mejía

09 / Marzo / 2017

Por Ángel Carbajal Aguilar

Sólo habían pasado 35 desde que el Territorio de Tepic fuera ascendido a Estado Libre y Soberano de Nayarit, al igual que la Construcción de los Estados Unidos Mexicanos de 1917.

Era el 31 de Agosto de 1952 y nacía en Tepic un niño, hijo de don Agustín Mejía Razura y doña María del Socorro Flores Cortés. Hoy convertido en Monseñor Jorge Arturo Mejía Flores.

Y un 7 de Marzo de hace 40 años cuando fue ordenado sacerdote, después de iniciar sus estudios en el Seminario Diocesano de Tepic y concluirlo en el Seminario de Tula, Hidalgo.

oy la mejor homilía de su sacerdocio, es su vida misma, como uno de los sacerdotes del Centenario de Nayarit, cuando llega a su memoria que:

Un siete de Marzo pero del año 1977 fue ordenado sacerdote por el Cardenal Adolfo Suárez Rivera, entonces Obispo de Tepic. Monseñor Jorge Arturo Mejía Flores, el cual en acción de gracias celebró el pasado siete del mes en curso, en la Parroquia de San Juan Bautista, en misa que presidio compartiendo con gran emoción con la comunidad diciendo:

Doy gracias a Cristo Jesús que me hizo capaz, se fió de mí y me confío este ministerio. Doy gracias, queridos hermanos y hermanas aquí presentes, a dios Padre todopoderoso que, en su providencia amorosa, me llamó desde el seno de mi madre a la fé y al sacerdocio. Doy gracias al Espíritu Santo que, abundante, se derramó sobre mí de manos del Cardenal Adolfo Suárez Rivera, entonces Obispo de Tepic, hace 40 años y me ungió sacerdote para siempre. Doy gracias a la Iglesia, pueblo Santo de Dios, que me ha ido instruyendo en la fe, que me ha ido capacitando para el servicio y para la ofrenda que habré de seguir haciendo de mi vida y que me llamó hace 40 años y me sigue llamando ahora al ministerio del pastoreo de la grey de Dios, por los caminos que la Providencia, a través de la Iglesia, ha considerado y siga considerando oportunos. Gracias sean dadas a Dios, Uno y Trino, Padre, Hermano y Espíritu. El señor ha estado grande conmigo y estoy emocionadamente alegre y bendecido. Sean sólo para él la gloria y la alabanza por los siglos.

Recordemos que el Sacerdote es sacramento y prolongación de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. Reconozco, que tras 40 años, se mejor que nadie lo lejos que están mi vida y mi ministerio de hacer realidad en mi estas frases, aun cuando me consuela la confianza y la certeza de que Él es fiel y grande y que Él suple lo mucho que me falta. Se me estremecen el corazón y el alma cuando, desde mi pequeñez, mi mediocridad, me pongo a pensar a Quien represento y en nombre de Quién actúo. Y cuando además me acerco a la vida y al mensaje de los grandes sacerdotes santos con que Dios ha bendecido a su Iglesia a lo largo de los siglos: San Juan de Ávila, San Francisco Javier, San Vicente de Paúl, San Juan María Vianney o nuestro queridísimo San Juan Pablo II, el estremecimiento se convierte en abismo, en llanto de indignidad, y a la vez, de agradecimiento.

Por eso, por todo esto, hermanos, permítanme que les confiese y proclame, junto a mi limitación personal y ante la grandeza del sacerdocio ministerial, que merece la pena ser sacerdote. Que el sacerdote no está pasado de moda ni lo estará nunca. Que necesitan al sacerdote como el sacerdote los necesita a ustedes. Que es inmerecidamente grande y tan hermoso ser sacerdote, que debemos hacer todo lo posible para que los sacerdotes seamos lo que debemos ser y para que no falten nunca a nuestra Iglesia, en este caso, caso de penurias que no falten nunca sacerdotes a esta Parroquia de San Juan Bautista, y de esta comunidad a la cual quiero mucho y a la Diócesis de Tepic y de nuestra querida Iglesia Diocesana.

Les diré que una de las razones que me han llevado a celebrar de este modo con ustedes el 40 Aniversario de mi Ordenación Sacerdotal, es precisamente contribuir siquiera mínimamente, modestamente a la pastoral vocacional. El sacerdocio no puede ni debe ser en una palabra, un sujeto en vías de extinción. Porque además, si así fuera, significaría que también la vitalidad de las parroquias, de las comunidades cristianas y de las familias languidece alarmante y letalmente. Significaría, asimismo, que dejamos de ser fieles a nuestra historia de la fe, la historia que nos ha hecho grande, que ha hecho grande a esta ciudad, que ha hecho grande a esta Diócesis.

La mejor homilía del sacerdote es su vida, si su vida de amor, de entrega, de humildad, de escucha de la palabra, de testimonio del amor. Si no tengo el amor, si no soy testimonio vivo, coherente y creíble del amor, sino sirvo el amor, nada soy, de nada me sirven ni títulos, ni honores, ni cargos, ni grandezas, ni oropeles, ni éxitos o fracasos meramente humanos, si la mejor homilía, la mejor catequesis, la mejor iniciativa, el mejor plan pastoral, la mejor escucha del sacerdote es su vida, es su amor.

Por eso la primera palabra que asoma a mis labios es siempre gracias.

Cuando celebro la Eucaristía, donde se renueva el sacrificio de Cristo por la salvación del mundo. Cuando tomo asiento cerca del pecador arrepentido, y escucho que el miedo cede y da paso a la confianza.

Cuando recibo a aquellos dos, que tanto se aman, y les veo esperar de mi boca una voz que enlace su amor con el de Dios, cuando tomo en mis brazos aquella pequeña criatura, toda vestida de Pascua, que tan a menudo duerme, y que sólo sabe confiar, y los papás y los padrinos felices e impacientes, aguardan que la Iglesia reciba su hijo como propio, y que, del agua y del Espíritu renazca para ya nunca morir.

Cuando me acerco al lecho de uno que ya agoniza, y en su mirada entreabierta me dice, sin duda alguna, que ya no ve tanto este mundo sino aquel otro que se le acerca, y con solemne gesto le unjo bendiciendo sus manos y su frente, por despertar aún más la fe en el alma y en su rostro una sonrisa.

Gracias a mis padres Agustín Mejía Razura y a mi madre María del Socorro Flores Cortés, porque de ellos recibí la fe, aprendí amar a Dios y al prójimo. Que lo bueno sea para honra de Dios, y lo malo para mi conversión.