Numinor: Cajón de Sastre

Ángel Agustín Almanza Aguilar

22 / Junio / 2017

‘Extravagante’ Palabra que va ligada con ‘Excentricidad’. La primera nos refiere a algo ridículo, a algo extraño, absurdo y raro; en cuanto a la segunda, nos dá la idea de un estado de lo que se halla fuera de su centro. Lo Excéntrico es lo que se dice de los círculos que no tienen el mismo centro, aunque estén uno dentro del otro. Pues bien, en este trabajo tomamos el tema de ciertos personajes históricos que actuaron de tal manera. Es divertido.

Hablamos de lo que la gente común y bien centrada llama ‘Anormal’, aunque siempre nos hace preguntas sobre qué es en realidad lo ‘Normal’. Nuestro espacio nos lleva a contemplar a humanos con conductas extrañas y extremas, con manías especiales o debilidades de carácter; personas con peculiaridades divertidas o crueles, pero siempre originales; comportamientos que mueven a risa, y otros que despiertan estupefacción, pero todos profundamente humanos. ¡Cuántas veces nosotros mismos nos hemos descubierto haciendo extravagancias, saliéndonos de un centro que no existe en ningún lado? Pero comencemos la función y que se abra el telón.

Agasitya fue un faquir hindú cuyo cadáver, al ser depositado en la fosa, tenía el brazo derecho extendido sin poder doblarse, todo por haber querido comprobar que podía resistir los fuertes dolores que sobrevienen por guardar una posición rígida. Llegó a experimentar una grave carencia de circulación y en la palma de su mano llegó a anidar un pájaro. Su articulación quedó fija por completo y su hombro jamás regresó al costado de su cuerpo Un médico español del siglo XVJJ, Gaspar Balaus, creía estar hecho de mantequilla (me acordé de aquella novela de Cervantes, ‘El Licenciado Vidriera’), por lo que evitaba acercarse al fuego. Un caluroso día, por temor a derretirse, se arrojó a un pozo de agua, muriendo ahogado En el México (¿Qué no se debe con la letra ‘J’?) colonial vivió un clérigo que estaba muy acomplejado de deseos sexuales y, para mitigarlos, trapeó, en una ocasión, con su lengua toda la iglesia) ¿en que estaría pensando?) Durante el reinado de Enrique IV andaba por allí un predicador que, cuando daba sermones, acostumbraba a llevar siete cráneos humanos en su cabeza que, según aclaraba, representaban los siete pecados capitales. A medida que los mencionaba los iba arrojando al suelo, uno a uno, y al romperse se oía un dramático sonido cuyo efecto daba mayor énfasis a sus palabras. Se llamaba Bessa El astrónomo Tycho Brahe (S. XV) llevaba una prótesis de oro y plata en donde alguna vez estuvo su nariz, la cual perdió en un duelo, a consecuencia de una discusión matemática A finales del siglo XIX moría Madame De La Bresse, la que heredaría su fortuna, de unos 125 mil francos, a ¡los muñecos de nieve de Parías! ¿Con que fin? Bueno, pues ara que los ataviaran en su desnudez, por decencia pública, ya que ellos afectaban negativamente la educación de los niños Un cercano amigo de un naturalista británico (S. XIX) se levantó de la mesa y agradeció la deliciosa cena. Frank Buckland, el científico, se enorgulleció de ello: El plato fuerte había sido, nada más y nada menos, que ¡el corazón del rey francés Luis XIV! El órgano del monarca había sido robado durante la Revolución Francesa y el británico Buckland había pagado por él cuantiosa suma. Este personaje pertenecía a la Sociedad para la Aclimatación de Animales, en el Reino Unido, y era una organización encargada de incrementar las reservas alimenticias del país ¿Le gustaría al lector (a) mandarse hacer una peluca con el vello público de sus amantes? Pues eso hizo un rey de Inglaterra, Carlos II (s. XVIII) La santa patrona de Italia, Catalina De Siena, (s. XIV) se flagelaba hasta sangrar (dicen que el extinto Papa Juan Pablo II también lo hacía), y llegó a manifestar estigmas, además de que llegó a beber la pues de las heridas infectadas de los enfermos. Moriría de ser y de hambre.

La protectora de Descartes, la reina Cristina De Suecia (s. XVII), odiaba tanto las pulgas que mandó construir un cañón en miniatura (15 cms. De longitud), con balas minúsculas, para dispararles a esos inoportunos insectos En una inauguración de una exposición surrealista en Londres, hizo acto de presencia un curioso personaje, que iba enfundado en un traje de buceo, el cual no paraba de decir que eso era necesario para descender a las profanidades del subconsciente ¿su nombre? Salvador Dalí. Hablemos de avaros, y mencionemos al inglés John Elwes, que ya lo traía en los genes, pues su madre (que sí tuvo, conste) se dejó morir de hambre y ello a pesar de poseer más de cien mil libras ahorradas. John, cuando hacía frío, subía y bajaba las escaleras para entrar en calor, sin tener que encender la chimenea; usaba la peluca robada a un vagabundo; su casa estaba llena de goteras; comía en los basureros de los mercados, recogiendo verduras y carne en descomposición (yo conozco uno que, por no gastar las suelas de sus zapatos, vé misa por TV, y cuando van a pedir las limosnas la apaga) Felipe IV, monarca español (s. XIII) en las noches se creía rana y saltaba por las galerías de palacio, aparte de suponerse muerto a cada rato y preguntaba que por qué no lo habían enterrado Veamos ahora el caso de un niño prodigio, Christian Friedrich Heinecken, alemán (s. XVIII). A los 8 meses hablaba su idioma natal, a los tres conocía la Biblia en su integridad, aparte de sus conocimientos y amplia cultura, y sin embargo no podía sostener una pluma en sus débiles manos, ni tomar alimento por sí mismo. A los 4 años anunció que pronto moriría y así ocurrió, pocos días después Allá por el siglo II d. JC., se veían viajar por el desierto a unos 400 camellos cargando unos 117 mil volúmenes de una amplísima biblioteca. Estaban entrenados para ir en fila india y armonía, para conservar un orden alfabético impecable y así el dueño de este ‘circo’, el visir persa Abdul Kassem Ismael, pudiera acceder de inmediato a la información requerida Bueno, en lo personal, es hora de volver a dormir (¡No hacen otras cosa –diría mi hijo Teddy–, ¡oye pos nó!).