NUMINOR: INTERSTICIOS

Por: Agustín Almanza Aguilar

18 / Agosto / 2017

Sollozando tenazmente, la solitaria gárgola, en su pétreo nido, espetaba sus lágrimas; con sus garras clavadas sobre las verdes pátinas de las pulidas piedras de la gótica catedral, con sus congeladas alas de su escamoso cuerpo, gemía –ahora– estentóreamente, sobre el dintel aquél.

Por arte de imagineros que, con mazo y cincel, escuadra y compás, forma dieron a tan triste monstruo –que lloraba y lloraba– se revelaba el arcaico mensaje.

El estilóbato de la fachada, con sus medallones, cenefas y arquivoltas, la mecía lánguidamente, mientras el abad solemnemente por el centro del recinto, paseábase bendecía ‘mágicamente’ a los ciegos fieles y al palero cepo.

Y nadie, ¡nadie!, de la gárgola su llanto escuchaba ¡Nadie, nadie! Y, de repente, retumbó un badajo entre aquellas herméticas y lapidarias pátinas.

¡Los arlequines, cabrioleando, aparecían en rededor del pilar del patio!

De monje el loco vestido sale, y el adusto y mofletudo vientre del tonsurado busca al infante ¡Carcajéase la burra y la cabra dá su leche!

Marmóreos epitafios gotean vino y palabras en viejo latín: ‘Custos Rerum Prudentia; Fata Viam Invenient’. ¡Allí Proteo, brillando en su esquina!

Ancianos músicos con cucurbitáceas vasijas, pisando ‘Rebis’, gozan sus coronas. La danza de los arlequines de gracia llena está: es la fiesta de los locos, en el pilar central.

Dulces notas que en sus tristes silencios dulces melodías entonan, con voces que susurran mejores tiempos. ¡Hénos en el antiguo pesebre de cuenta nueva! Fagots y tambores, panderos y castañuelas, címbalos y clavicordios, cellos y violines, dulces flautas; ¡goce de arlequines!

¡Sucede amigo, sucede!