Numinor: –‘COMO TODOS NOSOTROS’–

Ángel Agustín Almanza Aguilar

06 / Septiembre / 2017

-I-

Todos sus viejos amigos estaban de acuerdo en que Bruno se había vuelto más evasivo si no es que sangrón y creído, pues de ser antes un parlanchín y dado a las bromas hoy se sabía se la pasaba callado y sólo observando, y ‘hablaba’ con la cabeza, con ademanes y movimientos para los ‘sí’ y los ‘nó’, o el clásico movimiento de hombros para el ‘quién sabe’. La frase común para el grupo era: ya no es el mismo. Tenían por ello ya mucho tiempo sin tratarlo ni verlo, por lo cierto.

¿Qué e pasó? ¿A qué tal cambio? Decidieron averiguarlo, pensando en una posible enfermedad mental en él, pero, ¿cuál sería el plan? Entonces se pensó en algún complejo de inferioridad, del sentirse menos que los demás, y es posible, dijo uno, al par que otro aunaba lo siguiente:

– Pero, en ese caso hay que hacerle ver que él es un ser muy especial, que es único e irrepetible.

Ante este pensamiento, festejado por la mayoría, el que estaba en un rincón escuchando en silencio espetó:

– Es muy prudente y sabio ese parecer, sí; hay que hacerle ver su fantástica originalidad que como ser humano es, único e irrepetible’ –subrayó, agregando– como nosotros

Y, entraron en conciliábulo, para bien de su estimado amigo. Eran todos casi ya de sesenta años y uno con más de cuarenta y cinco conociéndolo.

-II-

Aquella mañana, muy temprano, Bruno se lavaba los dientes, y se vió en el espejo, comenzó a lagrimear. Fue a su destartalada ‘oficina’ –adecuada en el viejo garaje de rústica manera– y buscó el añejo álbum familiar: ¡Qué tiempos! ¡Qué imágenes!... El tiempo no perdona, se dijo en silencio, como era ya su costumbre. Comenzó a escribir, como siempre. Es su vicio, decían; una necesidad, para él. Pero, ¿qué pergeñaba en su mamotreto? Veamos:

He viajado por doquier, he estado, en aras de la ignominia; estuve en los goznes de la existencia, remando en el lodo, nadando en las nubes, y sufriendo en la duda. ¡Allí llegué! ¡Llegué y estuve allí!.

Coruscante e irisado era el piélago, y las ninfas aullaban, lánguidas de amor, su desgracia. El regreso no fue fácil, y la aldaba calló, cayendo.

En vida quiero deshacerme en polvo, para sufrir la coronación del tiempo; para sufrir la coronación del polvo, quiero en vida deshacerme en tiempo. Vivir la muerte, morir en vida; viviendo al muerto en vida. Yo quiero en muerte tornarme Fuego, para gozar la dulce coronación del cuerpo. Y, entonces, cuando todo se acabe, cuando todo termine, comenzar de nuevo pienso.

En aquella danza de locos arlequines, de gracia llena, tristes silencios daban las notas que entonaban extrañas melodías, con voces susurrantes de mejores tiempos. Entonces, de repente, un silbido, un crujido de seca hoja; un aullar del viento evanescencias del viejo y hueco roble. Todo flotando en la Fuente, todo lleno de sobresaltos mientras el café se enfriaba.

la tarde charlaba consigo misma, entre bostezo y bostezo, mientras la herrumbre del sopor golpeaba mis sienes, mis ideas. En aquella vieja puerta la tarde sudaba opíparamente, y el pañuelo de su angustia escurría gotas de espasmo lleno, ronca que ronca.

El tiempo que he esperado desvanecerse parece, pero o importa, aún no he nacido

-III-

– Nó; sí está muy mal de sus facultades–, casi gritó, después de escuchar lo leído, uno del grupo. Bruno había mandado el escrito por petición de sus amigos y habíase concertado la cita del encuentro.

– ¡Muy mal ¡Muy mal!–, enfatizó, estentóreamente, otro.

De ‘facto ipso’, endilgaron sus borceguíes, y al golpe de calcetín llegaron a casa de Bruno: ‘Ring, ring, riiiíng’ ¡Toc, toc, toc!’, llamaron. ‘Ding, dong’, insistieron.

– Someone’s knocking at the door. Someone’s ringing the bell. I’ll be a favor: open the door y let’em in –, pensaba Bruno, y abrió.

Entonces, al verlos riendo y de buen humor –disfraz inútil de su preocupación–, Bruno se contagió y comenzó a abrir su boca, a reír a batiente belfo. ¡Había descubierto que, como él, eran hermanos también del Club de los ‘chimuelos’! Recordó a Shantal Contreras (que le había dedicado su poemario ‘Borrador si Cuadro’, y lo escrito en la presentación del mismo: con el diente podrido) ¡Qué hermosa medicina, tan oportuna, le llevaron sus verdaderos y viejos amigos!

– ‘Como todos nosotros’–, rememoró aquél que había estado antes en el rincón aquél, quien enfatizó de triste y agobiante manera: ¡El Club de los Chimuelos!...