Mario Díaz Ruelas y su Cuento: ‘Perro’

03 / Mayo / 2018

Por Agustín Almanza Aguilar

¡Claro que disfruté el cuento, y lo sigo haciendo actualmente! Tiene exquisitos espacios de plástico y tiempos que rebotan inesperadamente entre el futuro y el pasado, con un Presente que parece Eterno. Un perro como un ‘todo’, que observa los movimientos y pensamientos (sic) de los actores, del protagonista que es testigo, casi al final del relato, de su desaparición; un perro que piensa –como colofón personal– que jamás conoció una noche que fuera oscura, que sabía que él era la noche, y ellos, otra vez, son mi noche en este monstruoso accidente Todo –de nuevo– en una habitación de sueños, donde el universo entero se vuelve ellos, y donde todo se encoge, se une y hace calor

En ese entorno cotidiano no normal –(¿qué es Real/Mente la realidad?) – no existe espacio para el temor pues todo desaparece y los dos se hacen uno. Pura alquimia onírica y, sí –en efecto–, todo un cosmos con ‘motivos de sobra para inquietarse’.

El mirar por la ventana, eterna mirada al plano dimensional del ruido metálico y la no-lluvia que moja, quitan las ganas de ‘hacer algo’: poco se puede hacer una noche así. Pensamientos, ideas, hornos en las paredes, siempre con un dormir y mañana continuar con el pasar de los días, y ese mirar y mirar, juntos, por la ventana, recargados en el borde esperando que la brisa los refresque. Dormir, dormir, tras barrotes, mientras afuera todo, dentro de todo, y ¡los pelos del perro, que apestan a drenaje! Y el perro no aparece, y ¿quién toca la puerta?...

La melodía, que quién sabe en qué acordes bailará, surge ruidosamente gracias a las aspas de un ventilador y del sonsonete de la lluvia. La oscuridad los cobija insistentemente y no pueden dormir pues desean que nunca llegue el día de mañana, que no exista la necesidad de repasar la lista de los días idénticos. Recostados, piensan en la prisa, en todo aquello en que debieron fijarse. Pero, ¿dónde está el perro?...

Una foto les recuerda lo que encontramos al llegar: la imagen de ventanas rotas, un collar, un plato y el perro. También esa foto desaparecería. Recuerdan aún la vasija de aguas mezcladas y el drenaje tapado; no distinguen ya la vigilia del sueño, y continúan buscándose. ¡Esas dos naturalezas, semejantes y opuestas a la vez, en busca de la total unión! Insisto: Alquimia.

Sucesos que se repiten ‘ad infinitum’, colores que flotan, giran y pasan raudamente. ¿Qué tan dueños somos de nuestros sueños?... Y esos pasillos de carne Pero, ¿por qué esa venda en su cara, en ella, ese vendaje que deja ver dos grandes manchas donde deberían de estar sus ojos?. Sueños, sueños, dormidores y despertares, estados de alerta, niveles de conciencia ya cósmica, ya demasiado terrenal: crecí –dice el hombre– con tanta prisa por encontrar la vida y me encontré sólo los accidentes que formarían a la persona que nunca quise ser. Su voz sonó metálica, con un eco irredento. Pero, ¿Qué carajos hacen los reptiles en el antro de Morfeo? ¿O esos horrores que nunca había visto en sus sueños, como los cuatro pares de tiras (que) están en el suelo y las paredes líneas negras (que emanan del perro) que se clavan al suelo y las paredes? Se vive en un sitio que se contrae y expande, de una forma imperceptible que no ser por el tacto contacto que sus pies hacen con el suelo Sí, en efecto, nuestro personaje flota fluyendo en una dimensión existencial llena de una relatividad contradictoriamente ya implosiva como explosiva, a guisa del ‘Big Bang’ o el ‘Big Crunch’. Un plano donde impera lo insólito y lo desconcertante. Y, ¡Claro que estoy disfrutando el cuento!

Volvemos: Palas chocando al cavar una tumba, y la oscuridad como telón de fondo: no está solo, recuerda, pero sin embargo siente la fuerza del olvido golpearle la espalda. Un perro rasca la puerta (¿es quien tocaba?), lo vé tras la ventana, pero lo hace furiosamente, como sorprendido de que la puerta no ceda a sus reclamos. Y se aleja, bufando. Y, ¡otra vez a la cama! Era el perro de los anteriores inquilinos Todo un universo, un mundo lleno de espejos. Aquí recuerdo un texto del Apóstol Pablo: Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como fui conocido (I corintios XIII, 12) T es que en ese infinito sueño se opera el episodio de siempre.

Una ventana es un medio para observar ya lo exterior como lo interior de un conjunto dado, de un organismo biológico, y son como los ojos, que conllevan el factor ‘mirada’. Pero el poder tener acceso a esas realidades existenciales implica un acto muy trascendente, el de ‘darse cuenta’ del fenómeno, incluso de lo que los teóricos de la física cuántica llaman ‘singularidad’. Esto es el espíritu del cuanto que estamos comentando. Así, el personaje nos dice: un reflejo infantil le hace llevarse la mano a los ojos. Todo está en él. Pero no olvida que a su lado el color ajeno se mueve (y) ¿soñará también?. Y ¡otra vez el ruido! Ese ruido que ya se hizo costumbre continuar tras el sueño. El perro ya está adentro ¡Abrió la puerta! El aire se torna ‘infernal’. Me gustaría –dígome a estas alturas de vuelo– haber preguntado si aún debieron tener un perro. Imagino que se hubieran cubierto de nuevo con aquella sábana delgada, azul.

El anónimo protagonista llega a expresar: existen fuerzas capaces de erradicar por completo el instinto de supervivencia, que dejan sólo la esperanza del no sufrir. ¡Ah!, ese recuerdo de los recorridos diarios que les hiere y hace sufrir: duele perder la rutina, apagar la nada de los días que se repiten con la nada absoluta, la completa ausencia duele abandonar todo lo que se tenía y saber que era demasiado poco. Ningún hombre es todos los hombres, porque ninguno es nada. Pero todo perro es todos los perros

El tiempo se ha detenido y crece el espacio, para ellos, que no mueven nada. El perro vá a desaparecer –hemos subrayado–. Ahora los reptiles son sólo marchitas carcasas distribuidas en el suelo todo se encoge, se une, y todo desaparece, menos el calor, y la masa ya no puede soportar cualquier cosa. No hay espacio para el temor.

¡Ah el amor! La pareja desaparece, fundiéndose en una Unidad Única, y, después la noche y, por principio, un perro. Con él, en él, todo. Es de noche, son la noche.

¡Vaya que disfruté esta creación literaria del joven Mario Díaz Ruelas! Te deseo lo mejor en este arte y te agradezco la dedicatoria, que me levantó el ánimo. Saludos a el gran ‘Zaid Oiram’.