¡Y yo muy obediente!

Francisco Javier Nieves Aguilar

19 / Julio / 2018

La brecha parecía interminable y de pronto tuve la impresión que pronto estaríamos en el cráter o que iríamos a parar al Sangangüey o al Cerro de San Juan; ¡Tú síguele!, me decía el buen Alex; y yo, obediente, seguía guiando la Explorer temiendo que en cualquier momento brotara de pronto un tigrillo o leoncillo; o tal vez un puma, de esos que dicen merodean por el Volcán El Ceboruco.

Recién nos habíamos despedido de los cuatro presidentes del sur y de los demás jinetes que se dirigían al Zoquite. Pensamos que no habría mayores complicaciones durante el regreso; pero unos trabajadores que laboran en la carretera que se construye de Coapan a Jala, nos confundieron.

A señas, uno de ellos desvió nuestro camino indicándonos con su diestra que viráramos a la derecha debido a esta obra. Se trata de una simple subidita para luego retomar la trayectoria correcta; pero ni Alex ni yo reparamos en ese punto. Enfrascados en pláticas triviales continuamos por aquella brecha y muy pronto tuvimos a la vista la autopista Guadalajara-Tepic.

Pensamos que por ahí cerca se encontraría la desviación para retomar pues el camino que enlaza al poblado de Coapan y a Jala –Pueblo Mágico-; ¡Pero ni máiz!... la Explorer siguió rodando y rodando, ¡Tú síguele!, me decía Alex, y ahí está el Nieves acelerando y frenando, subiendo y bajando, bajando y subiendo las pequeñas colinas.

No sé cuántos falsetes –puertas de maderos y alambres de púas que sirven para que el ganado no atraviese cercos- traspasamos; pero me imagino que fueron como 345; ¡Tú síguele!, continuaba diciendo Alex, ¡Y yo muy obediente!, ¡Uff!

De plano nos perdimos. Por momentos imaginaba que llegaríamos pues al cráter; aunque también me asaltaba la idea que hubiésemos parado en el Sangangüey o en el Cerro de San Juan, como se señala al principio.

En eso arribamos a un corral en cuyo centro se apreciaba una finca y una camioneta evidentemente vieja e inservible. Por ahí pastaban unos becerros y borregos, siendo entonces que decidimos desandar el camino. ¡Otra vez a abrir y cerrar los falsetes!; ¡Otra vez las subidas y bajadas!

Al poco rato dimos por fin con la brecha correcta. Creo que fui el que más se alegró; y para aligerar las tensiones que provocó nuestro extravío, me engullí como 9 kilos de cacahuates, de esos que trajo el presidente de Amatlán desde la Estancia de los López.