¡Ese cabrón soy yo!

Francisco Javier Nieves Aguilar

25 / Julio / 2018

Creo que fue una tarde de otoño de principios de los años 70´s cuando a nuestro domicilio de Morelos 106 -a escasos 15 metros del comisariado ejidal- llegó una mujer. Ésta tocó dos veces el vetusto zaguán de madera. Le abrieron la puerta y preguntó: Aquí vive Marcos?.

El menor de mis hermanos contestó con un No rotundo. Entonces la mujer se dio la media vuelta y enseguida se marchó, enfilándose por el Callejón del Arrayán.

Mi madre, quien en esos momentos se encontraba en la cocina, había alcanzado a escuchar la pregunta de aquella mujer que, si mal no recuerdo, colaboraba en una institución educativa. También oyó la respuesta de mi hermano.

Por qué le dijiste que aquí no vivía ningún Marcos?, le inquirió mi madre. Pos aquí nadie se llama así, le respondió mi hermano ¡Grandísimo pendejo!, ¿Y luego tú cómo te llamas, reviró mi madre. ¡Ah pos sí!, contestó de nuevo Marcos, mientras esbozaba una sonrisa.

Hasta ese momento se dio cuenta de su omisión. Pero fue éste un hecho chusco derivado de asuntos propios de la familia. Y es que, a mi hermano Marcos en aquellos tiempos se le identificaba menor como Sera, cuyo mote era a su vez apócope de Serapio, por ser precisamente el nombre del Santo que viene inscrito en el calendario, justo el día de su nacimiento, es decir, el 14 de noviembre.

La anécdota, lo afirmo una vez más, es verídica. Esto es como consecuencia de la costumbre de mis padres -al igual que la de muchos otros de aquellas épocas- quienes solían poner a sus hijos el nombre del santito que aparecía en su fecha de nacimiento, aunque luego nos registraron con otro nombre.

Mi hermano el panadero, quien nació un 20 de abril, Día de San Crisóforo, fue registrado como Adalberto, pero al principio se le identificaba pues como Crisóforo, aunque después se le cambió por el mote de La Ñé.

EL 26 de marzo de 1956 nació otro de mis hermanos: Luis Humberto -padre del futbolista profesional Luis Nieves-. Así fue bautizado, pero durante muchos años la gente lo conocía como Cástulo, por ser el nombre del Santo que registra el calendario en esa fecha.

Algunos de mis parientes le siguen diciendo Cástulo, pero las nuevas generaciones lo conocen ahora como el Charro, supongo que por la forma de sus piernas, las cuales se asemejan a las de aquellos que acostumbran montar a caballo y que practican la charrería.

Tanto a Crisóforo, como a Cástulo y a Sera, dejaron desde hace tiempo de llamarlos así. Al único al que se le sigue identificado aún con el nombre del Santo de su nacimiento, ¡Soy yo!...

Porque efectivamente, mi familia, parientes, vecinos y amigos cercanos me conocen como Poli. ¿Y saben por qué?... Porque nací el día de San Hipólito, un 13 de agosto de mil novecientos... No me acuerdo.

Así es que si algún día usted llega a mi casa -que no es de usted - y pregunta por Francisco, tal vez le digan que ahí no vive nadie con ese nombre -menos aún si dice que si está Pancho, Paco, Chico o Kiko -. Le sugiero mejor que pregunte por el Poli, ¡Ese cabrón soy yo!

Afortunadamente a mis demás hermanos no les endilgaron el nombre de ningún santito o santita. No imagino a Felipe con otro nombre. Tampoco a mi hermana Chayo -la mayor de todos-... Qué bueno que a Ana no le pusieron Clodomira. Muy mal habrían hecho con ponerle Pánfila a mi hermana Gloria, o Escolástica a Rosa.

Martha hubiera renegado siempre si le hubiesen puesto Caralampia. Y la menor de todos debe estar contenta con su nombre, pero ¿Qué hubiera pasado si le ponen Pantaleona en lugar de Irma?, ¡Ufff!