¡Nomás no quiso jalar!

Francisco Javier Nieves Aguilar

26 / Julio / 2018

Aguantar tres o más horas vigilando a los nietos no es nada fácil; y de no haber sido por Javier quizás estaría ahora en el hospital psiquiátrico de Zapopan. Fue un martes agobiante en extremo. Madrugar en primera instancia para trasladarse desde Ahuacatlán hasta Tepic. Había que llegar media hora antes de la cita en la Secretaría de Relaciones Exteriores.

A veces no hallaba qué hacer: Abrazar a Erick para tratar de calmar su llanto o detener a Juanito para que no siguiera correteando por los pasillos; pero cuando vi a Erika salir de la oficina con sus pasaportes en mano, mis nervios se estabilizaron. Primer objetivo cumplido.

Traslado al centro. Visitar algunos edificios gubernamentales en tanto se llegaba la hora de acudir a la clínica uno del Seguro Social para cumplir con el segundo objetivo: Cita médica con el otorrinolaringólogo.

Un placer enorme dialogar con mi amigo Bernardo Macías en le esquina de México y Allende; Vamos, te invito un café aquí en el Diligencias, me dijo. Agradecí su ofrecimiento pero opté por conversar con él. Platicamos por espacio de 15 a 20 minutos y ahí mismo nuestro diligente y explícito colega, Eduardo García nos tomó la foto, ¡Excelente imagen por cierto!

Después me apersoné en las oficinas de Prensa de Gobierno del Estado; charlé unos momentos con otro gran amigo como lo es César Rodríguez y posteriormente me apersoné en la presidencia municipal –de Tepic-, donde me encontré a un puñado de periodistas; pero fue con Edmundo Virgen con quien más tiempo platiqué.

Casi a las tres de la tarde me trasladé a la clínica del Seguro Social. Tuve suerte. La cita había sido programada para las cuatro y media de la tarde, pero fui atendido antes.

Una vez que finalizó mi consulta con el otorrino realicé algunos trámites; todos en el control uno: sacar nuevas citas en cardiología, con el argeólogo, medicina interna, rayos X y con el mismo otorrinolaringólogo. Después de surtir unos medicamentos me subí a una combi y me dirigí a la Central Camionera.

En Ahuacatlán estuve de regreso casi a las 7 de la noche. El termómetro marcaba 36 grados centígrados. Me zampé una manzana, escribí algunas pocas notas y me metí a la ducha. A las 10 me tiré en la cama, encendí el ventilador para atenuar aunque sea un poco el fuerte calor.

A eso de las 11 de la noche y mientras repasaba en mi mente los episodios vividos en el día, sentí que el ventilador se detenía. ¡Ya no quiso jalar!... traté de mover sus aspas pero el aparato simple y sencillamente se negó a remover el aire.

De ahí en adelante fue un martirio. Los zancudos empezaron a merodear por mi cuerpo; el zumbido taladraba mis oídos y ya no pude dormir. Eché manotazos a diestra y siniestra tratando de atraparlos, pero en lugar de eso yo mismo me maltrataba. Amanecí con los cachetes rojos de tantas cachetadas.

El calor se ha vuelto insoportable y si no se cuenta cuando menos con un ventilador la cosa se torna patética. Creo que se avecinan muchas noches de insomnio, ¡Pufff!