Día de Santa en Ahuacatlán, en el olvido

FRANCISCO JAVIER NIEVES AGUILAR

27 / Julio / 2018

De acuerdo al calendario ayer jueves fue 26 de julio. Para los jóvenes y niños de Ahuacatlán, éste día no representa nada. Incluso algunos adultos tampoco recuerdan algo especial en ésta fecha; y solo unos cuantos son los que se levantaron para exclamar: ¡Hoy es Día de Santa Ana!.

Estos últimos seguro se remontaron a aquellas lejanas épocas en que las mujeres, al acercarse el 26 de julio, mandaban confeccionar sus vestidos o faldas largas, para luego, desde en la víspera, conseguir algún caballo con el que habrían de celebrar a Santa Ana, paseándose por las polvosas calles. Solas o acompañadas, coquetas, contoneándose arriba de las monturas. ¡Aaayyy!, ¿Dónde está la rienda?...

Tiempos hermosos aquellos. ¿Cuál preocupación entonces? Las mujeres podían dormir tranquilas sin pensar en las tramas de las telenovelas, ¡Qué Rosa de Guadalupe ni qué ocho cuartos! Tampoco había esos apasionamientos del fútbol ni nada de La Voz México y otros reality shows.

Sin ningún tipo de rivalidad, las jóvenes de antaño solían concentrarse éste día en la Plaza Principal o en la Plaza de Toros. Otras se reunían al pie de la tienda de Don Luis Partida o de Las Delgado. Muchachas de los cuatro Barrios; de La Presa y de la Otra Banda, de El Salto y de El Chiquilichi.

Hembras hacendosas, de aquellas que acudían al mandado cargando sus bolsas de papel, ixtle o polietileno repletas de comestibles. Mujeres hechas al trajín del hogar, de largas trenzas, trigueñitas o de piel blanca, de sonrisa tímida o alegre; de esas que acostumbraban tortear en sus hogares y que acarreaban el agua en cántaros o baldes sobre sus cabezas, como las mejores equilibristas.

Diez, veinte; o quizás treinta por cada Barrio. Algunas portando vestidos o faldas largas color azul o rosa, blanco o amarillo, con holanes o vivos chillantes. Todas juntas iniciaban el recorrido. A veces en la misma dirección o por caminos diferentes. ¡Bello cuadro el Día de Santa Ana!

Desde las tres de la tarde se les podía ver paseándose en sus corceles por las calles. A veces detenían su marcha bajo el árbol de Parota que creció al lado de la pequeña tienda de abarrotes de María Espinosa. Otras ocasiones lo hacían allá al pie de los Aguacates que se situaban en el Barrio de La Presa, junto al Cerrito, rumbo a la salida a Amatlán de Cañas.

Y como una alegre tropa, todas montadas a caballo, recorrían la ciudad, gritando, cuchicheando, coqueteando con el novio, con el hijo del vecino, con fulano o con zutano. Discretas, algunas de ellas sorbían su buen trago de Tequila Miramontes para alegrar más el corazón.

Caballos había de sobra, prestados o rentados. Muchas de ellas inexpertas en el arte de montar. Por eso no faltaba quien sufriera alguna caída, más aún cuando les tocaba un jamelgo bruto, de esos que se les conocía como de dos riendas.

La cabalgata concluía hasta después de las 10 de la noche. Cansadas la mayoría de ellas, pero alegres por haber disfrutado de una tarde hermosa, ¡El mero día de Santa Ana!

Al llegar la década de los 80´s la tradición se fue perdiendo poco a poco y en los 90´s prácticamente se esfumó. Aquellos maravillosos episodios fueron echados al costal del olvido.

Hace tres, cuatro, cinco o seis años se intentó rescatar; pero de nuevo surgió el desinterés, la indiferencia y el desgano, producto seguramente de la ausencia de organizadores. Lástima, en verdad ¡Qué lástima!