Numinor : El Espejo del Hombre Doble

Ángel Agustín Almanza Aguilar

30 / Octubre / 2018

Sólo he conservado las imágenes que me dejan estupefacto.
Roland Barthes

Desperté muy inquieto esa noche, sin sudar y con demasiadas imágenes en mi mente que aún palpaba ya a color ya en blanco y negro; esos rostros pálidos de ojos cóncavos y convexos aún me miraban riendo.

Sentí –lo recuerdo muy bien- el jalón de mi cobija cuando aún dormía. Luego vino el dolor de cabeza y el sentirme transformado en densa niebla, azulosa y blanca, que se arrastraba lentamente por debajo de la puerta de entrada de mi recámara.

El espejo que estaba al pié de aquella sagrada imagen se puso negro de repente y entonces me ví sin asomo de vida, con los ojos opacos, mientras detrás de ese remedo de ser humano aparecía otro igual sólo que riendo hacia mí, hacia aquella niebla pensante, con la mirada de perfil u como dándome a entender que él era mi verdadero yo.

Entonces la niebla salió del cuarto y me sentí pesado y liviano al mismo tiempo (¿Tiempo?) ¿Existía acaso en ese juego onírico esa especie de tiempo?)

Un cementerio apareció luego. Me ví en medio, rodeado de sepulcros y tumbas, unas rotas, otras con flores secas, otras con raras inscripciones, con triángulos y círculos con cruces en medio. El césped era verde amarillento, era una tarde gris y todo alrededor giraba en blanco y negro. Ya no era niebla amorfa sino que tenía humana dimensión. Al lado izquierdo y por mi espalda ví a una especie de templo pequeño, con oscuros dentros y sin puertas, mismo que mostraba altares y velas encendidas y vasos como de oro. Algo me empujó a entrar a ese recinto. Bien sabía que estaba dentro de un sueño, que todo ello no era realidad, que debía entrar.

Me detuve en el umbral y quise devolverme pero contemplé, con la piel erizada, que aparecían tras de mí muchos cadáveres, unos aún con la carne cayéndose en pedazos y otros de plano en huesos.

-¡Entra –me dijo algo que parecía mujer-, es nuestra fiesta y será tuya también, pues pronto nos pertenecerás y serás de nuestro mundo! ¡Entra –enfatizó lúgubremente- al templo de donde nunca debiste de haber salido! Dicho esto, atravesó mi cuerpo, junto con los demás y, al final, una niña de ígnea mirada me tomó de la mano y entré gustoso –lo que se me hizo extraño- a aquella oscuridad templaria.

Hubo rezos y oraciones muy extrañas, hubo gemidos y bufidos y atormentadores llantos. El tiempo era otro y el olor a camposanto me embriagaba tenazmente. Todo apestaba a putrefacción, a corrupción de intestinos y a defecaciones en fiemo. Yo temblaba; mucho, temblaba.

No supe cómo rodé de un montecillo, allí en esa necrópolis. Sólo que dí –lo sentí- con una reja metálica, la cual me apresuré a abrir y traspasar. Entonces ví un sendero lleno de lodo con árboles llenos de serpientes que me acosaban y no me permitían ir más allá Más allá de donde el maldito sueño me había colocado. Pero el regresar al panteón también me aterraba. Volví la vista ¡y allí estaba la niña!, vestida de rosa con blanco moño en su cabeza saludándome, pero ya con las cuencas vacías. Mientras aquella lóbrega mujer caminaba, se arrastraba de espaldas invitándome a penetrar su vacía tumba.

Decidí, a fortiori, cruzar, no si asco y repulsión, aquel bosque ahíto de serpientes, y caminé descalzo –no supe cómo se abrió esa puerta-, con mis pies llenos de lodo. Quería avanzar, con los ojos cerrados, pero ¿cómo me guiaría para llegar al final ya de mi enfadosa pesadilla?

Entonces una especie de cuervo brotó de tal negrura cuando del cielo tronó un rayo y comenzó la lluvia. El pájaro comenzó a picotearme hasta hacerme sangrar todo el cuerpo –y eso que era un sueño: un sueño demasiado real para no poder despertar-. Sentí morir, pero de repente todo se volvió lleno de misterio enigmático, y todo desapareció, hasta yo mismo.

Sentí que me depositaban en un ataúd, ¡pero vivo! Quise gritar pero sólo salió el silencio de mi interior. Entonces pude ver, alrededor de aquella tumba, a unas entidades semi-humanas paradas y a otras sentadas, a muchos conocidos míos, parientes, hermanos y hermanas, a mis padres, y -¡oh sorpresa!- hasta a mis muertos familiares, en su común palidez, viendo impávidos mi entierro. Mi nubosidad consciente flotaba sobre ellos, pero sólo los fantasmas y espectros parecían notar mi presencia.

Me sentía sumamente extraño ¿Estaba muerto, era solamente un agreste sueño, o había entrado a otra dimensión del ser? Comenzó a olerse un exquisito perfume; me quedaba solo, en la noche, dentro de la tierra, en mi sarcófago, y volví a cobijarme en aquél lívido cuerpo que alguna vez caminó en este mundo material.

Mientras tanto el hombre doble del espejo volvía a ser Uno, y lo oscuro del artefacto mercurial se volvió luminoso. Si; aún recuerdo aquél deslizarse de las cobijas sobre mi dormido cuerpo –tema tan socorrido de las abuelas en sus nocturnales cuentos-, y aquél extraño viaje donde mi ser se desdobló ante aquel espejo de la Naturaleza.

De casualidad -¿o debo escribir causalidad?- llegó a mis manos un texto algo viejo, donde se leía un poema medio loco, y, si mi memoria no me falla, así decía:

En la disolución del compuesto la llave está;

Nadie la Gema obtendrá

Si las reglas del Combate no cumple.

Sic itur ad astra:

¡Despierta al negro y escamoso dragón,

y encomiéndate al Creador!

La lucha de mortales peligros está;

tu espíritu (debe saberlo) en juego baila.

Lo ígneo de lo acuoso separar tendrás;

lo volátil en lo fijo coagularás:

contemplarás al Cuervo,

y el vaso limpiarás.

Si los astros favorables te son,

deja volar tus águilas en el plenilunio,

al calor de Aries, Tauro y Géminis;

el Fénix espera en su nido de cenizas.

La criatura del sol y la luna te espera,

donde tú serás otro y el mismo,

y el anciano niño será, de nuevo.

Entonces quemarás tus libros,

tus manuscritos desaparecerás;

puerta a extraña dimensión,

donde no existe el tiempo,

donde el espacio es elástico,

donde sólo un presente eterno hay,

ahora y siempre.

Ora y labora; Prudencia y Simplicidad.

El escrito continuaba pero decidí volver a dormir, con todo mi temor recogido, esperanzado en conocer el final del viaje y la respuesta de mi ancestral pregunta: ¿Qué es la muerte?

Antes de cerrar mis párpados, cansados de insomnio –quizás para siempre- pensé en aquella fiesta celta y druida del Samhain, al final del mes de octubre y principio de noviembre, llamada All Hallow Even

La noche del último día de octubre y el primero de noviembre eran sagrados para los antiguos irlandeses, para los celtas, para los sacerdotes Druidas; era el comienzo del año para ellos, y en tal tiempo sucedían cosas muy enigmáticas, por no decir misteriosas, en relación al contacto con seres de otra dimensión, de un universo donde el tiempo y el espacio no existen: Las Puertas de los lugares ‘Sidh’. Para comprender y tener acceso al conocimiento de tales cosas de la religión céltica es necesario penar en esa ‘Tierra Verde’, Erin, es decir Irlanda. Dos de las fiestas fundamentales (de las cuatro conocidas) eran ‘Samhain’ y ‘Belthaine’, que se celebraban el 1 de noviembre y el 1 de mayo, respectivamente. Las dos grandes solemnidades, que dividían el año en dos partes, eran –precisamente- ‘Samhain’ (mitad oscura), y la mitad blanca (‘Belthaine’).

Etimológicamente ‘Samhain’ quiere decir ‘Reunión’, pero por un juego de palabras los irlandeses lo convirtieron en ‘fin o recapitulación del estío’. Era el comienzo de la estación sombría, y la fiesta se situaba en el punto de reunión de dos años consecutivos, en unos días que, propiamente hablando, no pertenecían ni a uno ni a otro y que, por tanto, estaban fuera del tiempo. Ese ‘primero de año’ (‘Samhain’) los celtas celebraban su fiesta, bajo el control de los Druidas, con borracheras y festines; era la fiesta de la clase guerrera. Durante ella los ‘Sidhe’ estaban abiertos permitiendo así al Otro Mundo invadir el tiempo humano. Todos los relatos míticos irlandeses ocurren durante el ‘Samhain’, es decir, fuera del tiempo y del mundo real. Ahora, muchos de los hombres que osaron penetrar en el ‘Sidhe’ creyeron permanecer allí por algunos días, o tal vez meses, cuando en realidad fueron varios siglos y, los que revividos en el Otro Mundo volvieron por su voluntad a poner pié sobre nuestra Tierra, cayeron inmediatamente fulminados, convirtiéndose en cenizas.

El papado la transformó en la ‘Fiesta de todos los Santos’ y en el día de los Difuntos, dándole una nota de melancolía y de tristeza que en un principio no tenía. Así que aquí nada del ‘jalogüin’. Pero, ¿existe el ‘Mas Allá’? ¿Qué sucede al morir un ser humano?...

La muerte suerte miserable que la vida nos reserva; implacable destino que se impone a la humanidad; la muerte como meta real de la existencia; ese caminar hacia el sepulcro como condición esencial de la estancia terrenal; el féretro como razón de ser de la cuna Séneca expresó una gran frase: ‘Nascendo Quotide Morimur’, es decir, ‘Naciendo Morimos Cada Día’. Ese temor a lo desconocido También se nos viene a la mente aquellas palabras dadas por Jesucristo a Nicodemo: ‘Os es necesario nacer de nuevo’, pero –dirán algunos- el Maestro se refería a un renacimiento espiritual, no materia. Pero si reflexionamos podríamos decir que la muerte es una trasformación necesaria, y no aniquilación real, por lo que no debería afligirnos ello, sabiendo que, muy al contrario, el alma liberada de la carga terrestre y corporal, gozará, en plena expansión, de una independencia maravillosa, siendo bañada toda en una inefable luz, accesible sólo a los espíritus puros.

Se nos ha enseñado que las fases de vitalidad material y de existencia espiritual se suceden unas a otras según leyes que rigen los ritmos y sus periodos. El alma sólo abandona el cuerpo terrestre para animar otro nuevo. El anciano de ayer es el niño de mañana. Los desaparecidos se vuelven a encontrar y los muertos renacen.