CON PRECAUCIÓN: La psicóloga y el rielero

Por Sergio Mejía Cano

10 / Febrero / 2022

Por decreto presidencial en el sexenio de José López Portillo se estableció que todos los trabajadores en el servicio de trenes tendrían que obtener su Licencia Federal Ferroviaria (LFF). Al principio, el Ferrocarril del Pacífico, S.A. de C.V., pedía a sus empleados dos fotografías tamaño infantil y después entregaba la licencia. Pero ya a finales de la década de los 80 se obligó a los trenistas, locomotoristas y despachadores de trenes a tener que ir a las instalaciones de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) a tramitarla mediante exámenes médicos de salud, así como psicológicos y sicométricos.

Aquí en Tepic, en ese entonces los laboratorios de la SCT a donde tenían que acudir los ferrocarrileros a tramitar su LFF se encontraban dentro de la central camionera, en el extremo norte. Quienes acudieron principalmente salieron con cajas destempladas, pues comentaban a los demás que esperaban turno que estaba bien duro, que querían pura gente esbelta y con una dentadura impecable, además de tener una presión arterial de quinceañero:120/80, sin importar edad o corpulencia; vista de águila y ser lo más sinceros posible al contestar las preguntas que hicieran en el sector de psicología. Diez kilos de sobrepeso eran motivo de no recibir la licencia hasta hacer la dieta adecuada, una simple caries también era causa para no obtener el documento hasta no arreglarla. Lo malo de todo esto es que si no se tenía la dichosa LFF no podían trabajar bajo ningún concepto. ¿Y los que tenían piezas dentales postizas o usaban lentes? Pues presentar constancia de que había una revisión constante.

Desde luego que la mayoría de los ferrocarrileros salieron mal: gordos, chimuelos, miopes, daltónicos, etcétera; sin embargo, al parecer por lo mismo, la SCT se flexibilizó un poco y ya no fue tan estricta en otorgar la LFF, solamente dando no aptos a los que en los análisis de fluidos corporales daban muestras de contener substancias extrañas o rastros de algo que no deberían tener dentro su organismo.

Pero hubo un ferrocarrilero (garrotero de camino) al que la SCT, o al menos la sicóloga que se encargó de hacerle preguntas sobre su comportamiento cotidiano, que lo declaró no apto, ¡por mentiroso! No por encontrar substancias prohibidas en su sangre u orina ni por exceder de peso ni caries ni miopía, sino simplemente por mentiroso. Le pregunta la sicóloga al ferrocarrilero si ha probado las pastillas sicotrópicas, a lo que él contesta que sí; aunque le gustan más las Halls de miel y de cereza, que siempre compra de esas; le pregunta la sicóloga si ha recurrido a los enervantes a lo cual le dice el ferroviario que sí, que a las Disprinas o Aspirinas o a los Alka Seltzer cuando se siente algo mal. La sicóloga ya para entonces extrañada por las respuestas, le aclara que esos son efervescentes y no enervantes. Sigue la sicóloga ahora con la pregunta de si ha tenido problemas con las drogas, a lo que el trabajador del riel le dice que no se la acaba por eso, que los cobradores no lo dejan casi ni respirar, pero que no es por él, sino por su esposa que todo se le antoja y que pide fiado de todo y en todos lados. Luego le pregunta la sicóloga si le gustan las bebidas embriagantes, y el rielero le dice que no, que sólo toma cerveza y después tequila para el desempance, pero que las embriagantes no, porque le saben a medicina.

Por último, la sicóloga le cuestiona si ha experimentado alguna vez en su vida con la zoofilia, el ferrocarrilero le dice que no conoce a esa señora, que ni siquiera la había oído nombrar y que, si le achacaban algo, tenía mucho tiempo que le era fiel a su señora. No, la pregunta es de si ha tenido sexo con animales, le aclara la sicóloga, a lo cual algo alterado, él le contesta que no, que cómo cree, que eso nunca de los nuncas. La sicóloga le enseña el papel en donde el rielero afirma haber nacido y criarse en la zona rural, que es de rancho y que si no experimentó sexo con animales entonces no era una persona normal, ya que dentro del comportamiento humano se consideraba como natural que en las zonas rurales los chicos, por travesura, vagancia o hasta necesidad recurrieran a esa práctica; y que si él no había hecho nada de eso, entonces no había tenido un desarrollo normal, por lo que no era apto para recibir su LFF.

Lo curioso es que algunos de sus paisanos por algo lo apodaban el gallinas y otros compañeros el burras. Hecho que tuvo que aclarar con la sicóloga para obtener su licencia.

Sea pues. Vale.