CON PRECAUCIÓN: La imprudencia de algunos peatones embronca a los choferes

Por Sergio Mejía Cano

18 / Junio / 2025

Se dice comúnmente que no es correcto hablar sobre cosas personales o en primera persona en un artículo de opinión; sin embargo, en ocasiones es necesario para dar un cierto enfoque y contexto a lo que se trata de explicar.

Cada vez que se sabe sobre un accidente automovilístico, sobre todo cuando atropellan a un peatón, me hace recordar que, cuando niño y más para acá siempre me preguntaba que cómo era posible que el peatón no se hubiera fijado y quien conducía el vehículo tampoco. Lo que se me hacía más raro era cuando atropellaban a una persona a media cuadra y no en una esquina, en donde suelen ser más comunes los atropellamientos y más, cuando dan vuelta los vehículos y una persona va atravesando en esa esquina.

Laborando en los trenes, tanto de pasajeros como de carga en la otrora orgullosa ruta de la costa occidental, el Ferrocarril del Pacífico (FCP), me tocó estar involucrado en varios accidentes con vehículos automotrices en cruceros públicos a nivel. Afortunadamente en la mayoría de estos accidentes los daños fueron más materiales que de afectaciones físicas.

En algunos de estos accidentes, hubo ocasiones en que los conductores de los vehículos bajaban de sus carros en forma altanera gritando que no había pitado el tren sin comprender que se les había olvidado apagar el estéreo que traían a todo volumen y hasta con vidrios polarizados arriba, lo que obviamente les impedía oír y ver al llegar al crucero público a nivel con las vías férreas; pero lo peor es que no habían aplicado el alto total como lo indican las crucetas en todos esos cruceros públicos a nivel, tal y como lo señala el reglamento de tránsito tanto federal como estatal y municipal: hacer alto total cinco metros antes de llegar al riel más cercano y no cruzar las vías férreas hasta cerciorarse que no circula ningún vehículo sobre los rieles. (Ojo, dice vehículo y no trenes nada más).

La mayoría de las veces es la imprudencia de uno como peatón lo que le tuerce el día a toda persona que va tras un volante, sobre todo, si e atropellamiento sucede a media calle y media cuadra. Así que por lo regular se suele satanizar al conductor de un vehículo que atropella a una persona en estas circunstancias, es decir, a media calle y a media cuadra.

Me ha tocado platicar al respecto con conocidos, amigos y familiares poniendo énfasis que nada más faltaba que la persona atropellada, en caso de poder hacerlo, le reclamara al conductor del vehículo que lo atropelló que no había pitado, porque a todas luces, así fuera a exceso de velocidad el vehículo, la imprudencia fue del atropellado y no de quien conduce el vehículo; claro que el exceso de velocidad es punible, pero tiene más culpa quien se atraviesa a media cuadra sin fijarse.

Sin embargo, resulta ser cierta la máxima aquella de no decir que de esa agua no he de beber, pues ahora sé o me doy cuenta por qué han atropellado personas a media cuadra y a media calle. Y esto porque, sobre todo, al llegar a cierta edad ya se le va a uno la onda y, por ir pensando quizás en la inmortalidad del cangrejo se llega a atravesar imprudentemente una calle.

En lo personal ya me sucedió dos veces -y espero que no haya una tercera vez-, lo bueno es que me ven a tiempo y no importa que me maltraten o me recuerden el 10 de mayo, porque en vez de molestarme lo agradezco a esos conductores que me vieron a tiempo, afortunadamente.

Cierta vez en que se dio un atropellamiento de una señora con su hija en la avenida Aguamilpa, al conductor se le tachó de cafre, pero al comentar esto con algunas personas, defendiendo al chofer del vehículo no faltó quien me dijera que, como a mí no me había sucedido algo en donde algunas de las mujeres de mi familia resultaran lesionadas o muertas, por eso defendía al conductor del carro que había atropellado a esta señora y su niña.

Un mes de junio, pero de 1958, después de haber ido a una matiné, en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, a la que nos habían llevado mi mamá y un a tía, al bajarnos del camión, primero se bajó la tía recibiendo a mi hermana Elvia Patricia de escasos tres años de edad, luego a un servidor de cinco años, luego mi hermano René de seis, luego Javier de siete y después, Irma de nueve y, al último mi mamá; al arrancar el camión mi mamá preguntó en dónde estaba Elvia que no se veía por ningún lado. Hasta que pasó el camión, mi hermanita estaba en el empedrado con la cabeza llena de sangre. La niña se atravesó y la golpeó la defensa del camión, sin pisarla las ruedas.

Sea pues. Vale.