EL IV PODER

Por: Juan Fregoso

23 / Noviembre / 2012

Ante los ojos del mundo, México es visto como la cuna del narcotráfico. Para los países altamente desarrollados como Estados Unidos cada mexicano potencialmente es un narcotraficante, un mafioso que se dedica a envenenar a la sociedad, los gringos son incapaces de cometer semejante atrocidad, porque aman la vida humana aun cuando en algunos de sus estados prevalece la pena de muerte, lo que constituye una contradicción en un país que se precia de democrático, en nuestra nación, cuando menos, esta práctica violatoria de los derechos humanos no tiene vigencia desde hace años.

Los estadounidenses podrán ser unos empedernidos cocainómanos o mariguanos, pero no productores de drogas, este fenómeno es exclusivo de los mexicanos, no de ellos. Cuándo las televisoras mexicanas o estadounidenses han difundido la captura de algún capo gabacho coludido con algún prominente político de allá, nunca, porque sólo México está invadido de narcos, ellos están limpios de todo, por eso se erigen en jueces implacables que reclaman la extradición de aquellos mexicanos que se dedican al comercio de las drogas, pero cuándo se ha sabido que un narco-político o narco-empresario haya sido detenido y procesado en la Unión Americana, jamás, porque ellos son unos santos. Esa es la idea que nos han vendido desde siempre, pero es una idea falsa que sólo para ellos tiene sustento, la realidad es otra como veremos a continuación.

En su libro Crimen S. A, el ex fiscal de distrito Burton B. Turkus, afirma: Estoy convencido de que si la asociación entre gansters y políticos corruptos fuese combatida y aniquilada, el crimen organizado no podría sobrevivir ni cuarenta y ocho horas. Y es que la mafia comenzó a organizarse en los Estados Unidos a finales del siglo pasado, debido al enorme flujo de europeos que inmigraron al país, entre los que llegaron cientos de delincuentes perseguidos en sus países de origen.

Pero no todos los delincuentes que llegaban eran sicilianos o napolitanos, sin embargo, ellos eran los únicos capaces de imponerse en los bajos fondos, porque ya en Italia, desde hacía mucho tiempo, se habían constituido en una sociedad: una societá secreta con fines delictivos. Pero hay que recordar el origen de esta societá para comprender su organización en los Estados Unidos. La mafia surgió en el sur de Italia, cuando los pequeños ejércitos privados creados por grandes terratenientes meridionales para reprimir a los campesinos y combatir el bandolerismo, se independizaron de sus patrones y se unieron para robar y delinquir, sujetos a una ley propia llamada Omertá o la ley del silencio que condena a muerte a cualquiera que los traicione o delate a la policía.

Al emigrar al Nuevo Mundo, con esa violenta tradición y disposición, la mafia tomó el poder en los barrios italianos de las grandes ciudades norteamericanas. Todo lo que tenía que ver con la vida de la comunidad era controlado a través de una organización que incluía instituciones sociales, culturales, mutuales y laborales, así como clubes deportivos y juveniles, cuya existencia era perfectamente legal, pese a que encubría actividades ilegales.

El poder de la mafia era evidente: si un empresario no quería tener problemas con sus obreros, tenía que negociar con ella. Si un obrero quería empleo, tenía que negociar; si un comerciante quería abrir una nueva tienda, tenía que negociar, incluso si un músico quería tocar en algún club, tenía que negociar, dentro y fuera de la comunidad, casi todo mundo negociaba con la mafia de una u otra manera.

Pero además, cuando un político quería votos, tenía que negociar con la mafia, ya que ella controlaba a los electores. Y a cambio de los votos, la mafia obtenía de sus socios mayor impunidad, más poder e incluso posiciones en la administración pública. Además, como los cuerpos policiales eran precarios y sus miembros estaban mal pagados, era fácil que unos y otros pudieran sobornar a los uniformados, de la misma forma que sucede no solamente en México, sino en Estados Unidos y otros países.

La era del Becerro de Oro

Nueva York y Chicago eran las dos ciudades más grandes y pujantes de Estados Unidos a comienzo de siglo. El país crecía a un ritmo impresionante y una codicia sin escrúpulos imponía su nueva filosofía: No importa nada quién eres, sino cuánto tienes. Para un ejército de aventureros, esas urbes anónimas eran el lugar en donde podían enriquecerse a como diera lugar. Muchos se iniciaban directamente en el hampa, y otros lo hacían en los resumideros políticos, pero el camino convergía hacia el mismo becerro de oro. La consigna de esa época era el éxito, y el fin justificaba los medios.
Una de las primeras bandas que operó en Nueva York a fines del siglo XIX con un sistema típicamente mafioso, fue la de Ignazio Saietta, apodado El Lobo. Saietta creó una red de extorsión denominada La mano negra, que se dedicó a vender protección a los comerciantes del barrio italiano. Entre sus socios figuraron algunos hampones que luego se hicieron famosos, como Giuseppe Morillo, Vicenzo Giglio, Antonio Cecala, y sobre todo Giuseppe Palermo y Francesco Costiglia, más conocido como Frank Costello.

A su vez, uno de los primeros políticos norteamericanos que se asoció abiertamente con la mafia, fue el tristemente célebre Cassius Michael Mac Donald, una grotesca mezcla de político demagogo y delincuente, que manejó a su antojo el Ayuntamiento de Chicago, en una época de tremenda corrupción en la que la palabra influencia significaba poder para hacer negocios sucios. El Record Herál de Chicago lo describió de esta manera: Jamás ocupó un cargo, pero regenteaba la ciudad de hierro. Designaba los candidatos que se presentaban a las elecciones, los hacía elegir, y una vez que habían asumido sus cargos, los manejaba como marionetas.

El heredero político de Mac Donald fue Tim Murphy, más conocido como Big Tim, un hábil delincuente vinculado a la actividad política y sindical, que llegó a ser representante de Illinois en el Congreso. Durante varios años dirigió una vasta organización criminal que controló muchos sindicatos y manejó garitos y prostíbulos. Se hizo famoso por emplear una amenaza que definía sus métodos de extorsión: Al que no paga lo matamos gratis. Fue asesinado por una banda rival cuando trató de apoderarse de un sindicato de tintoreros.

En ese ambiente de violencia y corrupción, uno de los casos más escandalosos fue el asesinato de Herman Rosenthal, un comerciante que se negó a pagar la cuota de protección y fue acribillado en el corazón de Manhattan. Ese crimen ante cientos de testigos provocó enorme indignación, y la policía decidió la creación de una nueva brigada contra el vicio, encabezada por el comisario Charles Becker. Pocos días después, Becker y los hombres de su brigada anunciaron que habían capturado a los asesinos de Rosenthal, y los entregaron a los tribunales. Cuatro pistoleros fueron juzgados y condenados a muerte. Toda la prensa aplaudió al comisario Becker—el nuevo campeón de la justicia—, y sus jefes le dieron un ascenso y una medalla de reconocimiento. Sin embargo, tres años más tarde se descubrió que Becker había sido reclutado por la mafia, y que los hampones ejecutados no eran los verdaderos asesinos. Todo había sido una farsa montada por la banda de Frank Costello. ¡Cuánto parecido con lo que sucede en México!

En estos primeros años de vida en los Estados Unidos, la mafia siciliana era una especie de confederación de bandas, cuyos miembros competían entre sí para adquirir poder, pero se unían para enfrentar la competencia de las organizaciones delictivas de origen irlandés, polaco, judío. Era normal que sus jefes—llamados capos o padrinos—discutieran e incluso se pelearan, pero volvían a aliarse cuando alguien desafiaba a la familia.

Fue así como muchos políticos de los partidos tradicionales, el Demócrata y el Republicano, no solamente negociaban los votos que controlaba—y sigue controlando—el hampa, sino que se asociaron con ella en todo tipo de negocios millonarios, tal y como ocurre en nuestros tiempos, esto es, en que el poder político está subordinado al crimen organizado, el cual decide quién es el hombre que les conviene para ostentar el poder. Y esta es una verdad innegable, como lo es también que Estados Unidos está agarrado de los cojones por los capos di capos de ese país, aunque intenten proyectar una imagen de redentores del mundo.

Por tanto, no solamente el tejido sociopolítico del estado mexicano está contaminado por el virus del narcotráfico, sino que el inmaculado cuerpo de la Unión Americana, también está igual o peor de infectado que el de México, aunque el imperio no lo reconozca y prefiera refugiarse en la comodidad de culpar a sus vecinos de todos los males planetarios.