Cuarta parte de vivencias de una costeña satiagoixcuintlense

Primera parte

18 / Febrero / 2013

Por Emeria Navarro Narváez


Nuevamente me encuentro en El Botadero Nayarit, dispuesta a quedarme en este lugar, ofreciendo mis servicios de enfermería a mi comunidad. Me sentía plenamente capacitada y dispuesta a afrontar cualquier circunstancia con tal de servir a mis semejantes ¡Inocente!


Contaba con un equipo para aplicar inyecciones, consistente en 3 jeringas de cristal con dos docenas de agujas hipodérmicas metálicas de diferentes calibres, que ponía en ebullición en un estuche metálico que aún conservo. Con los ingresos que iba recaudando fui adquiriendo las pinzas, tijeras y equipo de sutura indispensable para atender partos y heridas. Me creía muy especial, recorriendo el poblado en una vieja bicicleta, la que a veces frenaba, metiéndole mí tenis a la llanta delantera, y de la que en ocasiones, para detener su impulso, me dejaba caer. Cierta vez, cuando quise pararla, caí de bruces sobre una enorme vaca echada, que no se movió ni un centímetro con el porrazo que le di. No usaba pantalones, así es que fui motivo de que algunos jóvenes, montados en sus caballos, se rieran de mí.


Era el auge de usar las inyecciones para todo tipo de tratamiento, los médicos recetaban penicilina para casi todo, se usaba mucho la vitamina C y el extracto de hígado a raudales. Saqué uñas enterradas, abrí tumores superficiales y desinfecte heridas leves. Vacuné a casi toda la población contra el tétanos gratuitamente pero realmente atendí pocos partos porque la gente le tenía más confianza a doña María Avalos, que era la partera local -con mucha experiencia-. Un día nos encontramos en la calle y ella muy amable me dijo: Mira mi’ja lo que se te ofrezca, estoy para servirte y te aconsejo que a la menor señal de peligro, no te metas en camisa de once varas manda a la parturienta a que se alivie a Santiago. Antiguamente las teníamos que atender a como diera lugar, porque no había carretera o el pueblo estaba incomunicado por las inundaciones. Yo le agradecí su apoyo y comprendí su mensaje.


Don Pedro Carra, presidente del Comisariado Ejidal, ofreció conseguirme una ayuda económica con tal de que me quedara en la comunidad, pero tuve un incidente en el que comprendí que estaba expuesta a muchos sinsabores. Al estar aplicando por venoclisis un Beclysil a una señora llamada Gabina, esta se desmayó y no la podía volver en sí, en pocos instantes el jacalito se llenó de gente exigiéndome que la reanimara. Recordé al instante que hay personas muy sensibles al complejo B, y que la solución se debe inyectar lo más lentamente posible, afortunadamente Gabina volvió a la normalidad, pero mi mamá me expresó que mejor continuara estudiando y que ella no estaba de acuerdo en que yo saliera de mi casa en las madrugadas a atender partos.


Por otra parte ya he mencionado que tenía miedo de que me raptara algún joven de El Botadero, cuando salía sola en mi bicicleta más de alguno se me atravesaba con su caballo. Pasé por seria en mi adolescencia y jamás di motivo para que me faltaran al respeto, pero me di cuenta de que algunas maestras que les tocó trabajar en esta comunidad fueron objeto de violación o matrimonio a fuerza; por las dudas, medité bien la propuesta de mi madre y decidí volver a ese horizonte azul, con grandes montañas como el San Juan, el Sangangüey y el Picachos que enmarcan Tepic, asentado en el hermoso Valle de Matatipac, surcado por el río Mololoa que tributa sus aguas al gran río Lerma o de Santiago.


Así es que aproveché una convocatoria de la hoy Secretaría de Salud, solicitando enfermeras que se enrolaran en una brigada para atender damnificados en Mazatlán Sinaloa, a consecuencia de un ciclón que lo azotó en 1957. Fue toda una aventura esta experiencia, partimos una madrugada en una Land Rover, manejada por un médico excesivamente miope. Durante el trayecto de Tepic a Mazatlán íbamos cantando y a veces gritando de miedo porque el muñe –así le pusimos al médico- cuando exclamábamos ¡cuidado con la piedra! pegaba estrepitosamente el carro en ésta La carretera estaba destrozada y en una ocasión pasamos un trayecto ¡sin puente! Cuando al fin llegamos la enfermera Hael le dijo al médico: Ah, muñe qué bien le sacaste a las vacas -¿Cuáles vacas?- contestó el médico.


Llegamos al puerto de Mazatlán y en verdad que éste estaba destrozado por el huracán, había embarcaciones varadas en plena avenida Centenario, carros y muebles de la población estaban en el agua. No había energía eléctrica ni agua potable. Nos alojaron en un cuartel con el apoyo de la teniente Chonita, hermosa mujer a quienes todos respetaban, egresada del internado de enfermería Dr. J. Joaquín Herrera, y quien –según me enteré- fue novia de Julián Gascón Mercado. Prestábamos servicio a las personas damnificadas que se encontraban en albergues, en chozas en las marismas o hasta en lanchas y canoas. Les demostrábamos como hervir el agua o desinfectarla con cloro o yodo, les atendíamos de infecciones gastrointestinales o de las vías respiratorias, los vacunábamos contra la tifoidea o los canalizábamos al hospital si no podíamos resolver su situación.


Cuando ya se normalizaron más o menos las cosas, todas las noches acudíamos a la playa y se organizaban reuniones con la participación de elementos médicos y paramédicos de otras regiones de la república. En cierta ocasión por poco se ahoga delante de mí la seño Mago –Margarita González Parra- cuando nos bañábamos en la orilla del mar, porque una ola llegó de repente y la revolcó, llenándole las vías respiratorias de arena y agua salada. Aun veo en mi mente el agua del mar resplandeciendo por los cocuyos y escucho las guitarras y las voces de Alicia Roca y el Dr. Intriago cantando Mazatlán, Ay mi Mazatlán, perlita escondida entre los encantos del agua del mar azul


El último día, los militares nos organizaron un baile, y posteriormente nos entregó un representante del gobierno un diploma de reconocimiento por los servicios prestados. La brigada de Nayarit fue muy elogiada y el Dr. Antonio González Guevara, Jefe de los Servicios Coordinados de Salubridad y Asistencia en el Estado de Nayarit, nos donó personalmente una felicitación por escrito a cada uno de nosotros.

(Continuará)