Lo liberan tras 15 meses en la hacinada cárcel de San Blas

20 / Febrero / 2013

Por Óscar Verdín Camacho

El siete de septiembre del 2011 –a unos días de que concluyera el sexenio de Ney González-, Miguel Ángel Aparicio García fue detenido por policías estatales de la forma más simple: era encargado de la gasolinería de Jalcocotán, municipio de San Blas, y fue llamado a la matriz de la empresa Servicio Apolo, ubicada por el libramiento en Tepic. Ahí estaban los agentes y se lo llevaron.

La empresa le achacaba un robo por 270 mil pesos, ilícito que siempre negó.

Aparicio García narra que una vez en instalaciones de la entonces Procuraduría General de Justicia, delante de él los policías se ponían de acuerdo sobre cómo argumentar la detención: debatían entre argumentar un delito de cohecho o el de resistencia de particulares, y finalmente se decidieron por este último. Así se justificaba su reclusión.

Dos días después fue liberado, pero sólo unos segundos puesto que inmediatamente se cumplimentó una orden de aprehensión dictada por el Juzgado Mixto de San Blas por robo calificado, en agravio de Servicio Apolo –propiedad de uno de los integrantes de la familia Menchaca-, expediente 110/2011.

Esta añeja práctica para justificar detenciones arbitrarias ha sido alertada por la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH), pero no erradicada.

Y OTRO DÍA SIETE

Sentenciado a cinco años de prisión por el juez de San Blas, Miguel Ángel cuenta que tocó fondo, perdió la fe en las instituciones y de plano pidió a su familia que dejaran el caso puesto que, advertía, seguiría en prisión, durmiendo en una estrecha celda, compartida entre ocho y 11 hombres más, donde, por las noches, metían tres cubetas con agua para el baño, el cual, cuando era usado, antes de vaciar el agua preguntaban si alguien más haría sus necesidades, para así ahorrarse el vital líquido.

Pero llegó el siete de febrero del 2013 acompañado de una notificación: Miguel Ángel era liberado por magistrados de la Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia, que resolvieron que no se acreditó el delito de robo. Estaba absuelto y se iba para la calle.

Feliz, en ese momento tomó sus cosas. Déjame algo, le pidió un reo, y le regaló un short. A otro, unos zapatos.

Afuera de la prisión tomó un taxi que lo trajo a Tepic. Su hija Giselle estaba cumpliendo un año, justo este siete de febrero. Llamó por teléfono a Jalcocotán con sus papás y hermanos, para darles la noticia. No le creían.

Están endeudados y me urge trabajar para pagar lo que deben.
Dice que en la casa paterna, su mamá, creyente, no ha dejado apagar la luz de veladoras. Le ha dicho que dejará de prenderlas cuando terminé todo, pues ahora Miguel Ángel hace trámites para que sean retiradas las fichas cuando fue detenido.

Hace unos meses estaba muy deprimido. Mi esposa estaba embarazada cuando me detuvieron. Ahora estoy decidido a levantarme, no estar amargado por lo que me pasó. Quiero trabajar y seguir estudiando, concluye ante este reportero.