EL IV PODER

*El mito del progreso, producto de una burguesía en ascenso

*La despolitización de la política

*Mientras haya desigualdad entre las clases, siempre habrá conflictos políticos

*Porque el conflicto es lo que pone en marcha a las sociedades

20 / Febrero / 2013

Por: Juan Fregoso

La democracia, como forma de gobierno en la que los intereses del conjunto del pueblo son atendidos públicamente, formando parte del mismo pueblo del proceso de decisión, ha mantenido desde la Revolución Francesa una teoría y una práctica divergentes.

Todo el cuerpo liberal construido en nombre de la libertad y contra el absolutismo monárquico durante los siglos XVII, XVIII y XIX pugnó constantemente con la aristocratización de la burguesía y la restricción de las libertades una vez que esta se convirtió en clase hegemónica. Baste recordar cómo Napoleón intentó acabar con Haití o cómo las revoluciones de 1830 y 1848 reclamaron con las armas la libertad, igualdad y fraternidad negadas en la realidad al grueso de la población.

Igualmente, los procesos de independencia de América Latina siempre estuvieron atravesados por el conflicto que suponía la incorporación de los de abajo a los procesos políticos. La burguesía como clase ascendente construyó el mito del progreso y, con ayuda de su visión positiva de la naturaleza humana—contraria al pesimismo antropológico que da primacía a lo político, —hizo del conflicto algo que era preciso desterrar.

Las aportaciones de Emmanuel Sieyes sobre la cualificación de los representantes, o de la apuesta de Benjamín Constant por la libertad privada de los modernos—en contraposición a la libertad pública de los antiguos—fueron hitos importantes en la despolitización de la política, esto es, en la conversión de la política en un campo supuestamente neutral donde la gestión administrativa eficaz debía eliminar las luchas entre diferentes grupos. En este contexto tenemos la obligación de saber qué es la política para comprender qué es la democracia y como consecuencia ejercer nuestros derechos de manera consciente. Si preguntáramos qué habría que quitar a una sociedad para que desapareciera la economía, la respuesta es evidente: La escasez.

En una sociedad donde todo fuera abundante, no haría falta economía (de hecho hace cien años no existía una economía del agua o del aire). La esencia de lo económico es, pues, la escasez. En la misma dirección, podríamos interrogarnos: ¿de qué habría que prescindir en una sociedad para que desapareciera la política? La respuesta iría en la misma dirección: quítese el conflicto de una sociedad y desaparecerá la política. En ambos casos, esto no significa que el objetivo de la economía sea generar escasez, de la misma manera que el objetivo de la política no es generar conflicto.

En ambos casos, estos subsistemas sociales tratan de solventar—no de perpetuar—esos problemas vinculados a la vida del ser humano en grupo. Como sea la economía de un grupo o cómo se desarrolle la política, dependerá de las relaciones concretas de los miembros de cada grupo, siendo el único elemento objetivo el entender que la vida comunitaria del animal social que es el ser humano tiene como meta burlar la muerte—en lo material y en lo simbólico. —Vivimos en sociedad porque somos animales sociales, y también, para vivir mejor. De ahí que cuando la vida está en riesgo, la obediencia social deja de ser una probabilidad.

Entender que lo que define la política es el potencial conflicto—y las desviaciones de la desobediencia—no es apostar por el desorden constante: es entender que en los colectivos humanos, en tanto en cuanto haya desigualdades, siempre va a ser protagonista la tensión política. Es así como podemos definir la política, esto es, como aquel ámbito de lo social vinculado a la definición y articulación de metas colectivas de obligado cumplimiento.
Por tanto, es político lo que afecta al colectivo de manera imperativa. Es consenso y disenso. Algo consustancial a la vida social del ser humano, a su condición de zoon politikon, al hecho de que somos individuos pero sólo sobrevivimos en grupo. Política es polis y polemos, objetivos comunes y coacción. Pero la esencia de la política, el movimiento, su motor dialéctico, es el conflicto motivado por voluntades confrontadas. Sin conflicto y poder, no podemos hablar de política, porque lo político implica la probabilidad de la obediencia y la certeza del uso de la fuerza para lograrla en última instancia.

Por ello, durante casi doscientos años se han entendido política y Estado como sinónimos (aunque hoy sabemos que el Estado ya no agota lo político). Es así como podemos entender con mayor claridad la diferencia entre la política y lo político. Se trata de un continuum en uno de cuyos extremos estaría la política—como sustantivo—entendida como esos momentos en los que toda la colectividad se ve envuelta en la definición y articulación coactiva de los objetivos comunes, y, desde ahí, en gradación descendente, se llega al otro extremo donde se ubica lo político—ahora como adjetivo—, entendido como todo aquello concreto y cotidiano ligado a la gestación de los asuntos comunes obligatorios.

Así, la burguesía como clase siempre ha intentado presentar sus propios intereses de la humanidad, su dominación como resultado del libre juego de la competencia, y la política, representada por el Estado, como un ámbito peligroso y violento enemigo del lugar amable del individualismo y la propiedad privada. En 1937, George Sabine, en su Historia de la teoría política, escribió que los principios la democracia liberal son lo mejor que ha creado la sabiduría de la tradición democrática para humanizar la política internacional, en aquel momento, América Latina, India o África estaban sometidas colonialmente.
Detrás de este proceso está lo que Carl Schmitt llamó en 1927 la neutralización de lo político por lo social, es decir, la colonización del conflicto inherente a lo político por la supuesta neutralidad de la tecnología, con el consiguiente desplazamiento de la lucha hacia la arena de lo económico ya definida como mera competencia. El éxito de la sociedad industrial iba a conseguir un vuelco hacia lo económico, de manera que el espacio central de referencia social—que había estado en lo teológico en el siglo XVI, en la racionalidad científica en el siglo XVII y en el humanismo en siglo XVIII—fue inclinándose desde el siglo XIX hacia lo económico, para convertirse en una economía signada por lo tecnológico en el siglo XX y, por lo tanto, definida por la idea de neutralidad.

Es en este ámbito donde aparece la reflexión sobre el fin de la política o el advenimiento de la pospolítica, ese momento en el cual la ausencia del conflicto como discurso no lleva a que las víctimas dejen de existir, sino a que carezcan de explicación para su muerte civil. En esa lectura, la democracia deja de ser poder del demos para definir un demos parcial compuesto solamente por los triunfadores de la competencia social.

La esencia de la política es la probabilidad de la obediencia, la asunción de que siempre hay conflicto pues siempre hay un movimiento provocado por el anhelo imitativo de igualdad. El conflicto es lo que pone en marcha a las sociedades, ya que siempre existe esa tensión para no morir en ninguna de sus vertientes (perder la vida por falta de condiciones materiales o por ser asesinado; no reproducirse; o no poseer remedios simbólicos a la muerte, en forma de religión, nación o sentido). El conflicto es un equilibrio inestable de seres humanos que viven en el tiempo, esto es, que envejecen, que pierden constantemente energía camino a la muerte. Por tanto, existirá conflicto mientras haya seres humanos que piensen que merecen algo y no lo tienen.