EL IV PODER: Horario de verano, el potro de la Inquisición del siglo XXI

Por: Juan Fregoso

12 / Abril / 2013

La verdad ya ni me acuerdo quién fue el genio que estableció el llamado horario de verano, algunos dicen que fue el ex presidente Ernesto Zedillo, otros más, dicen que fue el payaso de Vicente Fox, pero quien haya sido, aunque usted no lo crea, nos cambió la vida en todos los sentidos, particularmente en nuestras actividades laborales.

Esta medida gubernamental que se implementó dizque para ahorrar luz, la verdad no convence a nadie, porque aunque se adelante una hora tenemos que encender el foco a la hora de levantarnos porque todavía está semioscuro. ¿Dónde diablos está entonces el ahorro de energía eléctrica?, por favor que no frieguen con esa cantinela, qué digan mejor la verdadera causa de los cambios de horario, qué digan quiénes son los verdaderos beneficiados porque al grueso de la población lejos de favorecerla la perjudica, ya que finalmente el recibo de la luz sigue llegando igual de caro, quizá más que con el horario normal.

La verdad yo no veo ninguna ventaja el adelantar una hora en nuestros relojes, más bien lo que veo son puras desventajas. Todos por la mañana tenemos que andar a madres para llegar a tiempo a nuestros trabajos, todos andamos todo trasnochados porque tenemos que acostarnos una hora antes de lo acostumbrado, pero sucede que no podemos agarrar el sueño por el desajuste del tiempo y venimos durmiéndonos tarde, lo que provoca ciertamente la alteración de nuestro sistema nervioso.

Nuestro reloj biológico se ve alterado notablemente mediante esta brillante medida adoptada por nuestro sacrosanto sistema gubernamental, el cual antes de adelantar o retrasar una hora debió preguntar a los psicólogos los efectos que produciría en el organismo humano la dicha medida, equiparable con el potro inventado por la siniestra Inquisición, porque a decir verdad, tal medida constituye un potro de tortura física y mental.

Una prueba de esto se manifiesta en los albañiles cuyo horario de trabajo es la seis o siete de la mañana, pero ahora con el dichoso horario de verano se ven obligados a levantarse a las cinco, es decir, tuvieron una hora menos de sueño. Salen a comer a las doce en punto, bueno, pues hoy tendrán que ingerir sus alimentos a las once, aunque con el nuevo horario sean las doce. ¡Por Dios!, los inventores de este horario menospreciaron los reclamos del estómago y de nuestra mente que son más sabios que Albert Einstein, cuantimás de ese genio mexicano que en mala hora tuvo la idea de estar moviendo las manecillas del reloj con el pretexto de gastar menos energía eléctrica.

Pero este acontecimiento no sólo se refleja en los maistros de la cuchara, sino en todos los trabajadores, porque sea cual sea la actividad que desarrollemos es evidente que nos descontrola, cuando menos hasta que nuestro organismo se adapta, pero ocurre que cuando apenas éste se va acostumbrando nos dicen que hay atrasar nuevamente una hora. Dígame, usted dilecto lector, si esto no es un tormento digno de la inmaculada Inquisición del siglo XXI.

¡Caramba!, nos joden por todas partes, con aumentos de impuestos en medicinas, en alimentos, con gasolinazos y toda una serie de tributos que hay que pagar, pero como si esto no fuera suficiente nos imponen un horario para fortalecer nuestra economía, ¿pero la economía de quién?, no creo que la del pueblo trabajador que gana un sueldo raquítico que ronda los 50 o 60 pesos diarios, luego entonces, a qué economía se refieren los mandamases cuando afirman que con el multicitado horario de verano todos salimos ganando.
Mire usted, si de por sí los mexicanos somos irresponsables, esclavos del reloj, es decir, generalmente llegamos retrasados a nuestros trabajos, peleando con los patrones, argumentando que tenemos diez o quince minutos de tolerancia para que se nos perdone nuestra falta, imáginese con este horario, pues le vamos a aumentar otros quince minutos de demora, gracias al famoso horario de verano. ¡Ah, pero eso sí!, conforme transcurre el tiempo estamos viendo la carátula del reloj, y faltando diez o quince minutos para la salida ya estamos con un pie fuera del trabajoalgunos dirán que es parte de nuestra idiosincrasia, pero otros, con justa razón le echarán la culpa al cambio de horario.

Y este fenómeno se ve frecuentemente en la burocracia y en las escuelas en donde prácticamente los maestros siempre llegan hasta dos horas de retraso. Trazan algunas materias en el pizarrón, se las dejan de tarea a sus alumnos y muy campantemente se salen de las aulas y se van a descansar de no hacer nada, o bien, otros se van a realizar otros trabajos ajenos a la docencia. ¡Ay, este cambio de horario!, cuánto desmadre ocasiona.

El caso de los tundemáquinas no puede ser la excepción, quizá es el peor de todos, porque, mire usted, el reportero tiene que salir temprano a buscar la noticia, entrevistas, realizar reportajes, hacer sus columnas, y todo esto se realiza durante el día. En la noche nos sentamos ante la computadora a escribir lo que hayamos reporteado, cuando menos este es mi caso, y por supuesto de algunos otros compañeros, pero ahora cuando fijo mi mirada en el reloj, me encuentro que ya son las doce de la noche, cuando antes eran las diez o las once, es decir, tenemos que robarle horas al sueño si es que queremos terminar nuestros trabajos. Oiga, usted, si esto no es un potro de tortura inquisitorial, francamente no sabría cómo llamarle. Y todo esto por culpa del malvado cambio de horario que llegó a modificar nuestro ritmo de trabajo. Por esta razón, yo siempre he pensado que la profesión de periodista es para quienes tenemos verdadero espíritu masoquista, no para aquellos que están habituados a dormirse a las siete u ocho de la noche, no sin ver antes, los telemamones que exhiben las televisoras.

No, hombre, si este horario de verano, sólo sirve para darnos en la torre y no para economizar energía eléctrica, como nos han hecho creer nuestros sabios gobernantes que ya no hayan qué inventar para apaciguar al valiente mexicano, pos no vaya ser que de un momento a otro se levante en armas, sí como no, despreocúpense que ya no hay Panchos Villa ni Emilianos Zapata, porque el mexicano de hoy, ya no tiene ni un gota de patriotismo, pero si hubiera alguno por hay inmediatamente lo tranquilizan con cañonazos de pesos y si se pone rejego, simplemente lo desaparecen del mapa. ¡Ah, no cabe duda!, que como México no hay dos.