Un vistazo al Acaponeta del siglo XX

Primera Parte

23 / Abril / 2013

Siempre ha existido un debate en Acaponeta, que pregunta de qué vive este pueblo perdido entre la Sierra Madre Occidental y la llanura costera occidental del Pacífico, unos alegan que de la agricultura y otros que del comercio. Lo cierto es lo uno no es sin lo otro, necesita el municipio que al sector rural le vaya bien, para venir a derramar las ganancias, magras o generosas, al comercio local. Lo demás se complementa con las entradas que cada quincena reciben los asalariados: maestros, burócratas y los pocos trabajadores que perciben un salario, en los propios comercios del área urbana o las poquísimas empresas privadas que están asentadas en este lugar.

El comercio es, desde luego y desde siempre la cara agitada y bonachona de la sociedad acaponetense; son el reflejo de las condiciones económicas globales y donde primero resuenan las sucesivas crisis económicas a donde, inevitablemente y de manera recurrente, nos arrojan los propios gobiernos federal, estatal o municipales. En

Acaponeta, los comercios no son solo eso, son pequeñas empresas, unas más exitosas

que otras, de origen familiar, incluso generacional, que pasan de padres a hijos, así como se heredan los apellidos, las marcas comerciales, por así decirlo, trascienden las fronteras del tiempo. PYMES les llaman hoy pomposa y técnicamente, que han conformado su propia historia y son ahora puntos de referencia geográfica e histórica. Otras son iniciativas nuevas que arriesgan los billetes al albur comercial que verlos esfumarse debajo del colchón.

A nuestras manos han caído importantes documentos impresos de Acaponeta, que se sitúan en los años 20 y 30 del siglo XX, principalmente dos: El Directorio Comercial, Industrial, Profesional, Agrícola y Ganadero del Estado de Nayarit, que publicó en 1933 el acaponetense José Ledón Sens; y por supuesto, ejemplares antiguos de ese entonces semanario El Eco de Nayarit, aparecidos a finales de los años 20, sin incluir en esta los archivos históricos de su servidor y las pláticas sostenidas con algunas personas de prodigiosa memoria que aún recuerdan quién o quiénes eran comercialmente brillante en Acaponeta.Entre los anunciantes más notables puedo mencionar, sin que el orden de aparición represente algo, a los siguientes: Fábrica de Cigarros La Sin Rival, que estableció en 1912 el Sr. Alejandro Gallardo, ahí en la esquina donde se ubica el hermoso caserón de la familia Gallardo, en la esquina de Juárez y Querétaro, esta pequeña industria que daba vida a los cigarros con el mejor tabaco de Nayarit –del mundo dirán los que saben—y de Veracruz, anunciaba que sus productos eran manufacturados con tabacos de primera clase y maquinaria moderna. Ahí se producían los famosos cigarros Selectos.Estaba también la rica, nutrida y diversificada negociación de Don Francisco R. Alduenda, que lo mismo anunciaba venta de autos y servicios Ford, con modernos vehículos, que hoy nuestra soberbia del siglo XXI, llama carcachitas y que en su tiempo fueron flamantes autos modelo T; hasta muebles, camas y los adelantadísimos tocadiscos portátiles Viva Tonal de la Columbia.

No faltaban las llantas y cámaras Popo; placas, cámaras fotográficas y películas Agfa, así como linternas y planchas de gasolina Nulite con sus correspondientes capuchones y refacciones. Además el abuelo de mi amigo el Dr. Gustavo Ramón Quintero Alduenda, tenía un despacho de gasolina, aceites y grasa, todo ubicado por la calle Hidalgo, donde posteriormente estuvo la gasolinera Castillo. Otra empresa comercial muy surtida y exitosa era la de Francisco Echeguren y Cía., que se ubicaba en la calle Juárez, ya que ahí se ofertaban implementos agrícolas que iban desde arados, sembradoras, cultivadoras, rastras, discos cortadores; hierro redondo y plano de todas las medidas, decían los anuncios y, muy vendidas, las cahuayanas y hachas de la acreditada marca El Ranchero.

Había, no podía faltar en un negocio como este, herramientas de todo tipo y hasta clavos de cobre para canoas. También en franca competencia con Francisco Alduenda, vendían victrolas y discos Victor, así como pianos Story & Clark –por algo esta ciudad era llamada la ciudad de los pianos; acordeones y armónicas Honner. Máquinas de escribir Underwood, cajas fuertes y hasta mesas de billar Brunswick. Si usted llegaba ahí y pedía aguarrás, alquitrán o aceite de linaza con gusto se le vendían y quizá hasta saliera con esmaltes marca Sapolín, Rubolín o Rapidolín y por un precio más alto, la laca Roger, preferida de los conocedores. El surtido era enorme barnices, pintura de aceite en pasta o preparados, blanco de zinc, tierra roja; cámaras y llantas Fisk y Good Year. Cerillos de los proveedores Mendizábal y Cía. con las conocidas marcas Mascota, Lidia, Águilas y Sevillana, y hasta hilillo para el tabaco en bolas y cable de henequén aceitado de diferentes gruesos. Si algún lector me pregunta que era todo eso y para que servía, le diré que lo ignoro y ni siquiera sé si esas cosas aún existen o se venden. Distribuían lámparas de gasolina para alumbrar las oscuras noches acaponetenses de la marca California Standard Oil, Co. de México, mismas que se llenaban con gasolina Corona Roja, aceite Zerolene o bien para petróleo La Palma o La Estrella. Hilados, abarrotes, papelería, material para la construcción, textiles, material eléctrico, etc. Todo había en este lugar.L. R. Wiles, extranjero, también expendía gasolina de la conocida marca Corona Roja, además de lubricantes y grasas en la esquina de General Romano (hoy Espinosa Bávara) y México. Por su parte Don Germán González, era agente de la empresa de lubricantes y combustibles Pierce Oil Company, S.A.

Además frente a la plaza estaba un depósito de combustibles y aceites, propiedad de Don Román Domínguez donde distribuían estos de la marca Pierce Gallo. En abarrotes figuraba la negociación de Don José Rodríguez, se llamaba El Golpe de Tepic, donde además se hacía pan y exhibían frutas secas, loza esmaltada y cristalería. O La Mexicana otra tienda de abarrotes de Don Daniel E. Ledón por la calle Hidalgo. Don Francisco Robles, otro personaje de la época tenía la tienda de abarrotes y la panadería La Azteca, en la esquina de Veracruz y Corona. El comercio de Don Evaristo Ortiz, por la calle México, donde vendía la muy solicitada veladora Socorro, la única con aceite de olivo, lo que garantizaba una duración de 24 horas. La tienda-fabrica de Don Juan Souza Rodríguez, en la esquina de Corona y Oaxaca, donde elaboraban la casi milagrosa crema de tecomate. Salim Alí y Hnos. ofertaban a 10.50 pesos el Jabón Oriental y eran tajantes en su publicidad: Si no es la oriental ¡No lo compre! La miscelánea La Brisa de Oro de Don Sotero Partida, además de abarrote ofrecía también ferretería por la calle Hidalgo. La Regional que además era fábrica de pastas alimenticias de Don Amado H. Sierra y hermano, en la esquina de México y Allende. Un artículo indispensable para mucha gente del campo e incluso de la ciudad, es y ha sido siempre el sombrero.