Vivencias de una Costeña Santiagoixcuintlense

09 / Mayo / 2013

Parte V (2)
Por: Emeria Navarro Narváez

La mayor probabilidad de infección del virus causal es la asistencia de un gran número de habitantes de Nayarit a las festividades religiosas del Estado de Jalisco –Talpa-, lugar infectado a su vez por los focos perennes de Michoacán y en los Estados del Bajío.

La lucha contra este terrible mal, se ganó con la maravillosa vacuna antivariolosa descubierta por Jenner, unas cuantas agujas capoteras y posteriormente alfileres de cabeza, pero sobre todo mediante el esfuerzo de recias enfermeras y médicos sanitaristas que recorrieron la sierra de Nayarit a pie o a caballo, durmiendo en chozas, sobre costalitos a expensas de las picaduras de alacranes – ocupan éstos el segundo lugar en el mundo por sus toxicidad – o mordeduras de víboras de cascabel y otros muchos peligros propios de lugares inhóspitos.

Muchas de las enfermeras fuimos objeto de que nos apedrearan o nos azuzaran los perros para que no lográsemos inmunizar a la gente. Como la población estaba amenazada de muerte, en muchas ocasiones nos respaldó el ejército. En las costas de Nayarit, las personas eran más amables, sin embargo en EL Botadero fui testigo de que una brava vaca correteara a las enfermeras Margarita González y a Lupita Luna. De 1959 a 1966 participé en las campañas de consolidación de la erradicación de la viruela en Nayarit, ya sea como vacunadora, como lectora de las cicatrices de las primoinoculaciones –señal de que la vacuna había prendido- o en labores administrativas de programación, supervisión y evaluación.

La familia de mi padre casi se extinguió a causa de la viruela; sobrevivieron mi abuela Francisca y un hermano mayor de mi papá llamado Trinidad, quienes con él en brazos, desde Amatlán de Cañas se vinieron a Tepic, ocho años después murieron mi abuela y mi tío a causa de otra infección quedando mi padre totalmente desamparado y tuvo que ganarse su sustento a tan tierna edad. Mi padre ostentaba algunas cicatrices de viruela en la cara y conocí en Santiago a vecinos cacarizos y tuertos, como vestigio de esta terrible enfermedad que asoló a nuestra tierra.

En abril de 1959, llegó una orden de que de inmediato saliera una brigada, porque de San Rafael se recibió un reporte de casos de viruela en ésta población, al día siguiente, la enfermera Soledad Rodríguez, el Dr. David Trejo y yo abordamos el ferrocarril y de este vehículo nos bajamos a media noche en el poblado de Jesús María Corte, de ahí continuamos a caballo hasta Roseta, y después de atravesar el río Santiago en canoa llegamos al lugar objetivo. Como ya estaba oscuro, nadie nos recibió y todas las casas permanecían cerradas. Chóle y yo hacíamos primera y segunda con nuestra voz pidiendo posada, hasta que a alguien le dio lástima y nos abrió permitiendo que pernoctáramos en un pesebre, cerca de las vacas. No sé por qué me acorde del señor San José y de la virgen María. En dicho lugar todavía se sentía el frío en las madrugadas así es que nosotros nos acurrucamos con nuestras propias capas, que eran largas, de paño y bastante cubridoras. No supe en donde acomodaron al señor guía que nos acompañaba desde que nos subimos a los caballos y al Dr. Trejo, para las pulgas de este médico que recién había llegado de Francia, de carácter muy especial –muy remilgoso- y que no saludaba de mano. Al día siguiente nos presentamos con el presidente del Comisariado Ejidal y con el maestro de la escuela primaria quien nos guió hasta los domicilios de los casos reportados. Después de una minuciosa revisión, el médico y nosotras, aseguramos de que se trataba de varicela o viruelas locas y no de viruela – es frecuente de que se confundan estos padecimientos-. Vacunamos a la población de San Rafael empezando por los escolares y después a las familias, en el caso de personas renuentes como los huicholes, esperábamos la noche, mientras los niños dormían, para lograr inmunizarlos después de sujetarlos con la participación de sus padres. Algunos pobladores corrían hacia el monte y ya no los volvíamos a ver. Aprovechamos la estancia para proteger a los habitantes de lugares circunvecinos, hasta agotar la vacuna que llevábamos. Nos alimentábamos de leche cruda recién ordeñada, ejotes, calabacitas, frijoles de la olla y queso seco acompañados de sabrosas tortillas recién salidas del comal. Chóle y yo nos bañábamos al atardecer, en las entonces cristalinas aguas del río Santiago, y ya dormimos en camas de hilillos. Actualmente se llega a esos lugares en menos de una hora, San Rafael se localiza en la otra orilla de la hermosa Presa de Aguamilpa.
La madrugada del 14 de septiembre de 1958, acaeció un desastre en Nayarit que nos conmocionó. Las aguas del arroyo El palillo casi siempre apacibles e inofensivas, a causa de una tromba, se desbordaron turbulentas arrasando chozas con todo y sus habitantes incluyendo animales domésticos, en el poblado de Huaristemba, municipio de San Blas Nayarit, con no más de 300 habitantes. Un destacamento de médicos y enfermeras llegamos al lugar del desastre a las órdenes del Dr. Antonio González Guevara. Fue impactante ver más o menos 15 cadáveres en una pequeña explanada. ¡Imagínense la consternación en esa época en que en esta entidad todo era tranquilidad la mayor parte del tiempo ¡ Más de un mes estuvimos asistiendo a Huaristemba para auxiliar a los damnificados con cuidados oportunos y eficaces para atenuar la tragedia y evitar males mayores. Proporcionamos agua potable, alimentos higiénicamente preparados, alojamiento con abrigo y saneamiento –la escuela les sirvió de albergue- atendimos sus heridas, los vacunamos y les ofrecimos ayuda psicológica. No nos despegamos hasta que la población se reubicó en un nuevo asentamiento a salvo de futuras inundaciones.

Fue muy renombrado el programa del Distrito Integral de Saneamiento del Estado de Nayarit (DISNAY) que empezó a funcionar en 1958 en El Capomal municipio de Santiago Ixcuintla, atravesado por la carretera Guadalajara–Nogales, en dicho programa participaron médicos sanitaristas y enfermeras, como mi compañera Felícitas Santos (Fechy) y promotores como Jorge Arciniega, sin faltar los serviciales transportistas como Daniel Zavala. El programa consistía en promover el saneamiento y la higiene ambiental. La mayoría de las casa habitación eran de palapa con muros de palos enjarrados de lodo, por lo que abundaban los alacranes y en algunas regiones como en El Malinal, las chinches hociconas. No había energía eléctrica, ni servicio de agua entubada, se carecía de drenaje y los pisos eran de tierra suelta y se convivía con animales domésticos. Se construyeron Centros de Salud, casas habitación tipo y letrinas. Recuerdo que en EL Refugio los moradores usaron las letrinas como ponederos para sus gallinas. Yo estuve unos días en El Tizate y mi experiencia en este ramo fue corta pero de mucho provecho.