Memorias de una Costeña Santiagoixcuintlense

Por: Emeria Navarro Narváez

10 / Mayo / 2013

Parte 3

En mis primeros tiempos de enfermera sanitarista atendí, junto con otras enfermeras, a los presos que estaban internados en la cárcel instalada en una sección del palacio de gobierno _en el segundo piso por el lado de la calle Veracruz, estaban las oficinas centrales de Los Servicios Coordinados de Salubridad y Asistencia_ en cada galera, en donde hoy se alojan oficinas del Gobierno Estatal, se hacinaban más de 50 reclusos quienes dormían en el suelo, en un ambiente cargado de humedad y pestilencia. Entre éstos reclusos, había enfermos de Lepra, Tuberculosis, Sífilis, Paludismo y otros padecimientos.

La lepra era la enfermedad más temida en esa época por el estigma que arrastraba desde los tiempos de Cristo, la única medida de prevención era el aislamiento social, con la desesperanza que ello entraña. Se aislaban en cavernas o en islas como la de Molokai en donde murió el padre Damián, víctima de ésta infección porque quiso permanecer entre estos enfermos, igual que el Dr. Hansen descubridor del bacilo, agente causal de ésta patología. Ya he referido que me tocó conocer a madres de familia que las separaron de sus hijos para nunca regresar de su segregación en lazaretos.

En el Botadero conocí a un señor que en lugar de nariz tenía un tapón de corcho con dos agujeros para respirar. Los enfermos adquirían facies leonina por las úlceras epidérmicas que atrofiaban las terminaciones nerviosas. Había enfermos de todas las clases sociales y hasta prelados de alta jerarquía. Una indita al estar torteando, dejó las yemas de los dedos en el comal.

Actualmente la disponibilidad de medicamentos eficaces para el tratamiento y la eliminación de la contagiosidad en pacientes sometidos a medicación continua han cambiado el panorama. Personalmente proporcioné sulfonas en otros tiempos y usé con cautela la talidomina en casos de reacciones, porque éste fármaco si se administraba a mujeres embarazadas provocaba que los niños nacieran con sus brazos amputados. El tratamiento que recomendaba la OMS hasta 1994(12) era la Dapsona, la Clofazimida y la Rifampicina combinados y oralmente, en los domicilios de los pacientes, la hospitalización se requería solamente en casos de reacciones y tratamientos quirúrgicos de cirujanos especializados en estética para corregir deformidades. El entonces joven apuesto dermatólogo Francisco Gámez Cuadras, llego a ser el médico más experto en el mal de Lázaro en Nayarit.
Volviendo a la mención de los presos, en esta época –a fines de la década de los cincuenta- en cierta ocasión, en la celda contigua al dispensario de salubridad que se ubicaba en la esquina de Veracruz y Abasolo, los internos hicieron estallar una bomba de fabricación casera y al abrirse el boquete, escaparon algunos de ellos. Afortunadamente fue en la hora en que se cerraban las oficinas para ir a comer, por lo que nadie resultó lesionado y de buena me escapé.

El 10 de mayo de 1960, fue fundado el Centro de Salud A Juan Escutia, y el 12 de diciembre de ese mismo año lo inauguró oficialmente el Presidente de la República Adolfo López Mateos, siendo director de esta institución el Maestro en Salud Pública David Trejo González, y la que esto escribe, jefa de enfermeras. Casi todo el personal de la Unidad de Medicina Preventiva instalada en el Hospital General, fue trasladado a esta novedosa unidad de salud, previo adiestramiento de más de tres meses, impartido por la Enf. en Salud Pública Amelia Loera; por cierto, los jóvenes médicos de aquella época la llamaban enfáticamente Señorita Lo-era .

No podía creer que yo hubiera sido seleccionada para ser jefe de enfermeras, puesto que la mayoría de mis compañeras eran enfermeras con bastante experiencia y más de alguna con estudios de preparatoria. Fue un reto para mí asumir esa función y controlarme cuando en un principio dos o tres enfermeras murmuraban a mis espaldas esa inexperta y rancherita piensa que nos va a mandar, yo me hacía la disimulada y poco a poco impuse mi autoridad y confianza, a tal grado que conservé ese cargo por más de 25 años hasta que me jubilé.
A todas y cada una de mis compañeras con quien laboré, las tengo presente en mi mente y es frecuente que las sueñe; de todas aprendí algo y algo también les enseñé especialmente de los cursos de enfermería que llevé a través del tiempo en el mismo Tepic o en otros lugares como en la ciudad de México, Guadalajara Jalisco, Celaya Guanajuato, Morelia Michoacán, Monterrey Nuevo León.

Sabiendo que involuntariamente omito mencionar algunas de mis compañeras, en estos momentos vienen a mi memoria los nombres de las enfermeras: Sixta Ramos Arámbula, Lidia Valera Cuevas, Guadalupe Luna Amézquita, Socorro Venegas Meza, María de los Ángeles Aguilar, Carmen Ventura Reiments, Ignacia García Serrano, Felipa García Serrano, Elvia Morales Acosta, Pilar Benítez Sandoval, María Teresa Gutiérrez de la Paz, Micaela Nolasco, Felipa Luna Silva, Sofía Urrea Osante, Teresa Cortés, Dora Luz Gutiérrez Camacho, Irma Paredes Veytia, Martha Paredes Veytia, Rosa María Tiznado Cristóbal, Irene Cerón, Magdalena Domínguez, Arminda Rangel, Graciela Pérez Adand, Victoria Jiménez, Blanca Cervantes Delgado, Armida Porras, Rita Flores Flores, Antonia Ramírez, Domitila Lucachín Fregoso, María Elena Ramos, María Magaña, Evelina flores Rosales, Olivia Flores Rosales, Paula García Ramos, Rosa María Rendón García y Alicia Ocampo Bueno.

En las mismas circunstancias menciono a los inolvidables médicos: Aureliano Flores, Jorge Paredes Martínez, Roberto Yañez Pérez, Salvador Martínez, Enriqueta Matus Ortega, Mariano Henríquez, Pedro López Díaz, Antonio Álvarez Herrera, Augusta Valencia Urbina, Sotero Lozano Straffon, Francisco Gámez Cuadras y Francisco Javier Rojas Acosta. También tengo presente a los odontólogos Alejandro Varela, J. Lucas Vallarta Robles, Bernardo Rodríguez Naya, y Sebastián Mercado Ríos. Obviamente no se puede hablar de la primera época del Centro de Salud Juan Escutia sin dejar de destacar a la distinguida administradora Amalia Martínez Lara – posteriormente gran maestra de Danza, fundadora y directora de prestigiada Escuela de Baile- y el personal administrativo integrado por las entonces jóvenes y guapas: Silvia Herminia Orejel Méndez, Bertha Alicia Rosales Robles, Judith Valencia Santana, Refugio Velazco Alcalá, María Elena Tovar Bogarín, María Elena Vieyra y Delia Inés Hernández Filipini. Fueron notables las Trabajadoras Sociales: Ramona González y María Dolores Bustamante Castellanos, y la Nutricionista Teresa Isiordia López, sin omitir a la química Mireya Casas Pérez y su auxiliar Arturo Martínez Lara. Además eran indispensables los señores agentes sanitarios, transportistas, y personal de intendencia que en su conjunto formamos una constelación social irrepetible, que dio por resultado un contexto único que esculpió nuestra personalidad, sin contar con innumerables pasantes de enfermería y medicina y estudiantes, que con su juventud y entusiasmo nos animaron a trabajar con eficiencia, alegría y camaradería por más de 25 años bajo la dirección del M.S.P. David Trejo González.