Líneas: ¿Algo para recordar?

Por: José Ma. Narváez Ramírez.

22 / Mayo / 2013

Era tan lacerante el calor, y la sequía se tornaba tan insoportable como severa, el señor sol vertía sus rayos tan fuertemente sobre la señora tierra que parecía que la estaba enseñando a padecer el calor de sus quemantes lanzas por primera vez, siendo que ya habían pasado más de veinte siglos

Los moradores de aquel poblado misérrimo y encajonado en el desolado valle, sentían en pleno mediodía que cargaban sobre sus espaldas al astro rey que calcinaba sus cuerpos sin ningún asomo de clemencia o de consideración.

Las vacas y las terneras morían de insolación y los caballos –otrora fuertes y llenos de brío- yacían echados en la tierra rajada y quemante muriendo paulatinamente de lujuriosa calentura.
Los animales pequeños como perros, gatos y pericos, se refugiaban entre las sombras de las casas, desfallecientes de sed y hambre.

No se escuchaba ningún ruido, salvo el aletear de los zopilotes y buitres depredadores que rondaban incesantes y hambrientos sobre aquel páramo desierto y olvidado de la mano de Dios, y que también se venían a tierra faltos de fuerza y ánimo.
Los seres humanos eran esqueléticos y ya no podían proferir una sola palabra de sus bocas tan quemadas como secas, las muecas se habían convertido en rictus de ansiedad y desesperación, como esperando la ineludible muerte, que no tardaría en llegar.

Las hojas caídas de los resecos árboles llenaban el lecho árido e inerme de un incinerado arroyo, en el que las alimañas se arrastraban lentamente como presas de una enfermedad lacerante, privativa.
Era un calor implacable, duro, que acosaba a todo ser vivo hasta hacerlo desfallecer, morir, desaparecer de la faz de la tierra.

El cielo no interponía una sola nube entre las ráfagas intermitentes de los feroces rayos solares y no se podía voltear hacia ella porque cegaba en el momento al que osara levantar la vista hacia el más rápido, más alto, y más fuerte enemigo de las alturas.

Los árboles secos servían solamente para leña de intermitente hoguera incandescente, y las ramas semejaban bailarinas de acompañamiento en aquella danza infernal en que se había convertido el globo terráqueo.
Hasta ahí había llegado el hombre y su conquista efímera Control Señores Control había llegado el final de los siglos para el último de los seres vivientes
311- 145-18-81.