EL ITACATE

Llanto de muleta

In Memoriam de mi madre, Ernestina Aguilar Tinoco, y de un aniversario
De cumpleaños de mis hijos: Selene y Teddy Almanza González (+ +)

27 / Mayo / 2013

Por Agustín Almanza Aguilar.- Un novillero, joven y sin vicios, sólo el de la fiesta brava, y con un firme deseo de triunfar. Preparado está; el reloj de la sala marca las tres PM Domingo es, y, claro, él torea esa tarde.

El apoderado, con voz cascada por la edad, le respeta con premura él: ¡Vámonos gachó, la hora se acerca, preésuráos, ande¡
La preocupación dibujase en la faz del novel muchacho. ¿Miedo? Tal vez. Se dirige a una de las recámaras de la casa, con pasos ágiles y seguros, ayudado por su juventud, y aunados por su entrenamiento. Se viste, ayudado por su juventud, y aunados por su entrenamiento. Se viste, ayudado por su mozo. Luego, rompiendo el silencio ritual, entra su madre, lo bendice y anima estas palabras: Creo que ésta será tu tarde hijo, voy a rezar por ti.

Su vida es recorrida enfrente del espejo, al terminarse de poner la corbata. Fija está su vista. Se coloca la chaquetilla. Vamos a hablar a la plaza, para ver si en orden esta todo –señala el hombre que siempre ligado ha estado a la fiesta de los toros-, el apoderado.

El joven se queda solo. Vuelve a surgir y a imperar el seco silencio. Silencio que se presta a la reflexión, y lo que lo impulsa a guiar sus pasos a la capilla, al altar, a la virgen Su virgen de la Macarena.

Se hinca, junta sus manos, cierra los ojos, piensa: Virgen santa, tú que todo lo puedes, ayúdame a triunfar hoy, hazme el milagro, el favor de salir por la puerta grande. Te prometo a tus pies llevarte lo que hoy me des, las orejas, el rabo, o lo que tú quieras darme.
Su apoderado rompe ese gran momento: Venga, que todo está en orden en el ruedo, y que ya vá a ser la hora de la acción.
Salen, no sin antes recibir en su frente el cálido beso de su madre, quien, casi musitando, expresa: Que Dios te cuide.
Suben al coche, que conduce su padre. Los vecinos, algunos, saludándole, lo alientan, y, al fin, llegan a la plaza. Bajan del vehículo. Mira el ruedo. El redondel, limpio; la gente abarrotada. Mucho ambiente, y la banda de música toca o mejor de su repertorio.
En el patio de cuadrillas todo era nerviosismo: unos corriendo para allá, otros para acá, y gritos por doquier. Bufidos de caballos. Movimientos. Y, por fin, el reloj marcó las cuatro de la tarde, hora precisa para empezar el festejo taurino.
La puerta de las cuadrillas se abrió y salieron los alternantes a realizar el clásico paseíllo.

Con la vista en fijo –cual en aquél espejo- caminó sobre la arena del ruedo. Un ambiente de la fiesta llenaba el coso. Los jóvenes novilleros llegan al burladero de matadores, desplegando sus capotes para ejercitarse y entrar en calor. El juez de plaza dá la orden de iniciar, abriéndose la puerta de toriles, dando paso al primero de la tarde.

Nuestro novillero salta a la arena
Nos encontramos con este muchacho o en la Basílica de la virgen de Guadalupe. Camina dificultosamente, y se apoya de un par de muletas. Se postra ante el altar, y, con sus ojos bañados en lágrimas, ora en silencio.

Soltó sus muletas, y gruesas gotas de llanto inundaron su juvenil rostro.

Lo que en una mala tarde obtuvo ese muchacho, con su ilusión de triunfar, ¿cómo usted o yo, no lo cree?
FINIS TERRAE: ¡Salir por la puerta grande con pundonor y supremo arte!, Diría mi padre, Don José Luis Almanza.