EL IV PODER: El auténtico periodista debe ser un acucioso investigador

Por: Juan Fregoso

29 / Mayo / 2013

Escribir sobre los orígenes del periodismo no es tan fácil como pudiera pensarse, y mucho más complicado me parece discurrir sobre la función que éste persigue, por obvia que parezca. Dudo, incluso, de la veracidad de la calidad de las materias que se dan en las escuelas en que se imparte esta carrera, me parece que se quedan cortas en sus planteamientos como en sus teorías.

Por supuesto que no soy un maestro de periodismo, si acaso soy un aprendiz de esta noble profesión que siempre ha sido una de las más riesgosas, aun cuando hoy en día se ha puesto énfasis en su alto grado de peligrosidad, la realidad es que desde que el hombre decidió narrar el diario acontecer mediante la letra impresa, siempre se ha enfrentado a las represalias de los poderosos, y de esto existen muchos ejemplos en los anales de la historia.

A nadie le gusta que le señalen su actuación corrupta públicamente, mucho menos que se le toquen los umbrales de su vida privada, la cual está protegida por la propia constitución y esto cualquiera que se dedique a pergeñar cuartillas lo sabe, porque tal prohibición constituye una razonable limitante que nos imponen nuestras leyes, pero fura de ahí, estimo que se puede escribir de todo porque es una de las libertades más sagradas del ser humano.

Por esta razón, si he decido escribir sobre periodismo, no es para dar una cátedra—para ello me falta mucho y no creo que ser el indicado para hacerlo—, pero preocupa que un buen porcentaje de quienes ejercemos esta profesión muchas de las veces incurrimos en una serie de errores; mentimos deliberadamente, distorsionamos los hechos noticiosos, nos plegamos a las consignas de la clase política o de cierto político que nos paga con dinero del pueblo para que publiquemos lo que a ésta o éste le conviene, pero de este modo prostituimos la verdad—no solamente la verdad periodística, sino la verdad, esto es, nuestros juicios no coinciden con el objeto del mismo.

Es así como perdemos nuestra mismiedad para hundirnos en el vergonzoso pantano de la ignominia, del descrédito y del propio deshonor. Así, nos hemos convertidos en una clase de pistoleros a sueldo al mejor postor, apartándonos de nuestra verdadera misión que consiste en darle voz a quienes no la tienen; es penoso—pero de alguna manera también es una valentía—reconocer y decirlo que en vez de informar, desinformamos, y lo hacemos consciente y tendenciosamente, no creo por tanto que esta sea ni la tarea ni mucho menos la esencia del periodismo. Debo decir—considero mi deber—que el pueblo compra el periódico con su dinero para leer la verdad de lo que acontece en su entorno, por ello estamos obligados moral y éticamente a plasmar los hechos tal y como suceden, ¿cuántos lo hacemos?

Por otra parte, creo que la función del periodista no se circunscribe a hacer una serie de preguntas a equis o zeta funcionario. Antes, el periodista—el verdadero periodista—indagaba aquí y allá; vestía una gabardina y se calaba en la testa un singular sombrero, estos accesorios no solamente lo distinguían del hombre común y corriente, sino que exhibían la profesión que desempeñaba: Una función detectivesca, más allá del mero periodismo.

El periodista de antaño era en realidad un detective que husmeaba, que se disfrazaba lo mismo de doctor que de ministerio público o de lo que fuera, lo hacía para llegar al fondo del asunto que le interesaba. Hoy es diferente, hoy el periodista se caracteriza por hacer un formulario de preguntas al entrevistado, pero así jamás conoceremos la verdad de las cosas, cuando mucho, obtendremos un trozo de verdad, pero será simplemente la opinión del entrevistado, para decirlo de otro modo: La verdad oficial, porque la auténtica verdad se encuentra en las calles, en las polvorientas colonias, en las localidades alejadas de la civilización, en los bares o cantinas, con el aseador de calzado, con el comerciante, con el paletero, con el nevero, con el obrero, con el fotógrafo, en las escuelas, en el campoallí está la verdad, no en las oficinas de los funcionarios perfumados, no en los suntuosos palacios de gobierno.

Por eso me atrevo a poner en tela de duda los conocimientos que se imparten en las escuelas de periodismo, porque no creo que ahí se enseñe a los alumnos las verdaderas técnicas de la investigación; hablo de técnicas detectivescas, no periodísticas, porque éstas son otra cosa. Otras de las deficiencias de que adolece el periodista moderno, por llamarlo de alguna manera, consiste en su pereza por la lectura, creo que de diez, cuando mucho dos leen un libro y al año. Me pregunto, ¿cuántos de los que escribimos hemos leído alguna vez a Arthur Conan Doyle, creador del legendario Sherlock Holmes, a Édgar Allan Poe o Ágata Crhistie?, estoy seguro que muy pocos, cuando la lectura de estos grandes escritores debiera ser obligatoria para el buen ejercicio de nuestra profesión, pero estoy seguro que muy pocos nos hemos tomado la molestia de hacerlo.

Pero no, el periodista de ahora se contenta con preguntar, preguntar y preguntar. Y cuando algún alto funcionario lo invita a un desayuno se siente alagado, importante porque aquel político lo ha tomado en cuenta aunque sólo sea para usarlo, como se usa el papel higiénico, es decir, para luego ser arrojado al cesto de la basura. Pero aun así, el periodista siente tocar con sus manos el propio cielo, porque ha sido distinguido por un alto personaje políticoel talento, el talento brilla por su ausencia en esta clase de comunicadores, y no porque no lo tengan, sino porque no se preocupan por cultivarlo, muchos menos por afilarlo a través del conocimiento de las diferentes ciencias.

Sin duda, nos falta mucho para ostentar dignamente el título de periodista. Basta recordar a Carr Van Anda, un extraordinario periodista del influyente diario The New York Times, Van era no solamente un intelectual sino un verdadero sabueso, un genio matemático, tan interesado en las ciencias como en la filosofía. Este estupendo periodista fue quien abrió las páginas del Times a las noticias sobre las exploraciones polares, sobre los prodigiosos adelantos de la aviación, estableciendo así las bases para las actuales informaciones del periódico referentes a la conquista del espacio.
Fue también el primero en hablar ampliamente de Albert Einsten, y una vez, leyendo la reseña de una conferencia pronunciada por el ilustrísimo sabio, cayó en la cuenta de que éste se había equivocado al formular una ecuación, su agudeza o su olfato de sabueso y de su genio lo llevó a tal descubriendo que para sus colegas pasó inadvertido. Más aún: Carr Van Anda, tenía una gran afición a los jeroglíficos y publicó muchos artículos explicando importantes excavaciones arqueológicas, así una noche, al examinar al microscopio una inscripción de 4 mil años de antigüedad, procedente de una tumba egipcia, descubrió que se trataba de una falsificación, descubrimiento que no tardaron en confirmar los egiptólogos.

Estos son tan dos ejemplos de un verdadero periodista, de un periodista que jamás se limitó con hacer preguntas, muchas de las veces sosas, y no lo hizo por la sencilla razón de que era un periodista-investigador nato, además de su marcado interés por las ciencias, algo que, hoy en día, estamos lejos de hacer. Ante un hombre de la estatura intelectual de Carr Van Anda, el hombre de ahora que se conforma con emborronar cuartillas, con revolcar boletines para salir del paso, en verdad que da pena autodenominarse periodista.

Por tanto, para imitar—al menos eso—a Van Anda, se requiere más que talento, se necesita de verdad estudiar todo aquello que caiga en nuestras manos, pues se ha dicho que hasta el peor libro tiene algo de bueno, algo de instructivo y esto es una verdad incuestionable, aunque muchos de nosotros ni siquiera nos tomemos la molestia de consultar el diccionario cuando trabajamos en algún reportaje o hecho noticioso, es por eso que en pleno siglo XXI, vemos con tristeza escritos repletos de falta de ortografía. ¡Ah, pero tenemos el atrevimiento de llamarnos periodistas!, nomás porque egresamos de alguna academia.
¡Falso! El auténtico periodista se forja, se crea y se recrea en el trajinar diario, pero no únicamente cubriendo eventos políticos o sociales, sino estudiando incansablemente, robándole horas al sueño, como solía decir Manuel Buendía, un periodista mexicano completo e inigualable hasta nuestros días.