EL IV PODER: 7 de junio día de duelo, no de libertad de prensa

Por: Juan Fregoso

07 / Junio / 2013

En medio de un torbellino de violencia que no acaba, sino que se acrecienta día tras día, el próximo 7 de junio se llevará a cabo una celebración más del pomposamente llamado Día de la Libertad de Prensa. Una libertad que desde antaño ha sido mancillada impunemente y que en la actualidad se ha acentuado peligrosamente; si algo dio brillo al sexenio de Felipe Calderón fue precisamente su desprecio a la libre emisión de las ideas, pues durante su mandato muchos periodistas perdieron la vida en aras de una guerra que aún no acaba, contrario a lo que pudiera creerse.

El camino del gobierno calderonista quedó sembrado de muertos y entre esos muertos se cuentan miles de comunicadores que fueron asesinados cobardemente. La lucha frontal que se desató en contra de los cárteles de la droga, también arrasó con la vida de miles de periodistas cuya cifra todavía no se conoce con exactitud, aparte de los desaparecidos.

Cuando la libertad de expresión no se respeta, no se puede hablar de un estado de derecho ni democrático, porque ésta es un factor importante para el desarrollo en todos los aspectos de cualquier país. La libertad de expresión contribuye no solamente al desarrollo material de los pueblos libres sino también contribuye a elevar su nivel cultural y espiritual, por eso atentar con esta libertad significa coartar todas las libertades del ser humano para su pleno desarrollo y crecimiento.


Al terminó del calderonismo y al arribar el PRI nuevamente a los Pinos, se pensó que las cosas cambiarían en este sentido. Que la violencia se acabaría—o cuando menos disminuiría—pero no ha sido, la situación se ha recrudecido, la espiral de crímenes sigue en ascenso, nada más que ahora los trabajos son más finos, las ejecuciones se ocultan diligentemente para dar la impresión de que el gobierno priísta ha logrado contener la avalancha de asesinatos, en este sentido los gobiernos de extracción priístas son expertos para tirar cortinas de humo que desvíen la atención de lo que está ocurriendo realmente en el espectro nacional.

Hace días, con motivo de mi trabajo, realicé un viaje a la ciudad de Tepic, para llegar a mi destino hube de tomar un taxi. Aproveché la ocasión para conocer la opinión del taxista respecto a la actuación del gobierno, por supuesto, no le dije que era periodista; durante el trayecto le hice varias preguntas como al ai se va para que no sospechara que lo estaba interrogando. Recuerdo que entre algunos de mis cuestionamientos fue qué opinaba del gobierno.


El chofer me contestó sin vacilar que nada ha cambiado en Nayarit, es lo mismo que cuando estaba el Ney, me dijo, y agregó que las matanzas no se han acabado, siguen perpetrándose crímenes igual que ayer; el nepotismo, creo que ahora está más marcado que en el sexenio pasado, porque este gobernador tiene muchos funcionarios que son puros parientes; la verdad no entiendo a los políticos que en campaña dicen una cosa, pero cuando ya están sentados en la silla hacen otras muy diferentes, me espetó, sin que yo lo interrumpiera para que siguiera hablando con toda confianza.


Mira, soltó, aquí en Nayarit a diario hay muertitos pero la prensa se calla todo eso. ¿Sabes por qué?, porque la mayoría de periódicos están comprados y el que no está amenazado por el gobierno, así que no pueden publicar lo que realmente sucede, por lo tanto, creo que no hay libertad de expresión, el gobierno tiene bien maiceados a los periodistas, mientras que a otros prácticamente les tiene un cuerno (de chivo) en la cabeza, entonces cómo van a hablar del clima de violencia, ya sabrás, si lo hacen se los carga la

Oiga, quise saber, esto que usted me dice sucede en aquí en el estado, ¿pero qué piensa del gobierno federal?, ¿es lo mismo o las cosas son diferentes? El taxista carraspeó como para aclararse la garganta y, luego, me dijo; no, hombre, a nivel nacional las cosas están peor; anoche me acabó de enterar que en estos seis meses que lleva al frente de la presidencia de la República, Enrique Peña Nieto, ya van 5 mil 600 asesinatos, yo creo que más de los que ocurrieron durante los seis años de Felipe Calderón. ¿Se da usted cuenta?, no señor, las cosas van de mal en peor y no tienen para cuando, porque todos están amafiados con los narcos, me dijo, justo cuando llegábamos a mi destino. Le pagué el alquiler y caminé al lugar al que iba. Ya solo, pensé en las palabras del conductor, era cierto, hace poco se difundió la noticia de que en los primeros seis meses del gobierno peñanietista han sido asesinadas más cinco mil personas, entre ciudadanos comunes y corrientes, y uno que otro periodista, sin contar los desaparecidos en este régimen.

Concluí que el chofer tenía y tiene mucha razón, nada ha cambiado, el escenario nacional se sigue tiñendo de rojo y nadie parece ser capaz de frenar o al menos mitigar la ola de asesinatos, previos a la celebración al día de la libertad de expresión, cuando gobernantes y periodistas se estrechan las manos, se prodigan espaldarazos como si de verdad hubiera comunidad de ideas entre ellos, cuando es una falacia y que, por lo mismo, convierte en este festejo en un festín de complicidades. Nada más, porque a nadie le está permitido expresarse plenamente, so pena de pagar las consecuencias de su atrevimiento.


En mayo pasado se cumplieron casi 30 años del proditorio asesinato del columnista más influyente de México, por supuesto que me refiero a Manuel Buendía, hacedor de la incisiva columna Red Privada. Buendía se distinguió por ser un acérrimo crítico del gobierno y por denunciar con exactitud la intromisión de agentes de la CÍA en los quehaceres gubernamentales.


Y fue ultimado en el sexenio de Miguel de la Madrid, un presidente gris como anodino, pero que al ver amenazados sus intereses decidió matar al columnista, usando como gatilleros a José Antonio Zorrilla Pérez y un nieto del ex presidente Ávila Camacho. Fue el primer crimen de estado en contra de un periodista y su asesinato, aún permanece en el océano de la impunidad, y más recientemente, en Veracruz, fue asesinada la corresponsal de la revista Proceso, Regina Martínez Pérez, entre muchos otros que llenarían esta columna, el crimen de Regina, al igual que el de Manuel Buendía, como de otros tantos, no han sido resueltos satisfactoriamente.

Pero así como han sucumbido ante la brutalidad de los gobiernos infinidad de reporteros, también han perecido diarios y revistas importantes incómodos para la clase gobernante. Este fue el caso de la revista Impacto, de don Regino Hernández Llergo, dirigida por Mario Sojo Acosta. Rafael Loret de Mola padre, no el bobalicón de Televisa, escribió entonces: Son las seis de la mañana del lunes 19 de mayo de 1986. Varias patrullas de la Secretaría de Protección y Vialidad merodean por la avenida Ceylán, enfrente de las instalaciones de Publicaciones Llergo. Sincronizadamente aparecen agentes de la Procuraduría General de la República y la Secretaría de Gobernación. El movimiento va creciendo. Todos se ordenan entre sí.

¡Ábrannos las puertas!, exigen al velador de la casa editorial. Venimos a embargar toda la empresa por órdenes del juez octavo de lo civil. ¡Abran las puertas! El trabajador, aturdido, trata de de llamar al director general por la vía telefónica pero le ganan los judiciales. Entran al local sin dar mayores explicaciones, con lujo de prepotencia y fuerza. Minutos después, el edificio de Impacto está incomunicado; el conmutador fue desconectado. Un grupo de agentes se dirige a las oficinas de la dirección. Violan las cerraduras y se introducen. Intentan abrir la caja fuerte. Mario Sojo Jiménez, hijo del director, trata de impedir la flagrante arbitrariedad.


¡Fuera de aquí! ¿Quiénes son ustedes?, grita a quienes, por obvias razones, parecían vulgares ladrones. Tiene una pistola en la mano. Los policías se encaran con el joven Sojo. Deje eso—le dicen—no vaya a cometer una tontería. Repito, ¿quiénes son ustedes? Venimos solamente a cumplir órdenes. Aquí está el mandato judicial que nos ampara, le dicen. Sojo Jiménez baja el arma. Nada puede hacer ante la argucia legaloide. Esa argucia consistía en que el heredero José Javier Regino Hernández Lomelí, hijo del fundador de la revista, se había confabulado con las fuerzas represivas del orden.


Entre los argumentos que esgrimió fue que había demandado a don Mario Sojo Acosta, por la cantidad de 2 mil pesos. Esta era la razón del embargo que incluía escritorios, papelería, máquinas de escribir, maquinaria de talleres y camiones. Todo queda bajo nuestra supervisión, dijo aquel júnior. Y aunque, posteriormente, don Mario Sojo Acosta, ganó la demanda, quedó gravitando en el ambiente un cierto temor o rencor, de cualquier manera Impacto había sido ultrajado por la fuerza del estado. Tan es así que días después, durante el convivio entre periodistas y autoridades en el día de la libertad de prensa, nadie se atrevió a hablar sobre la agresión a Impacto.

Era como una molesta basurita en el ojo de la suprema autoridad que no podía ser restregada a la hora del almuerzo. Impacto había muerto, había sido asesinado como muchos otros diarios que se atreven a cuestionar el quehacer político de la clase gobernante, y la prueba está en que desde entonces dejó de aparecer esa revista, hoy día, quienes nos dedicamos al ejercicio periodístico, vemos circular eventualmente un remedo de Impacto, porque el auténtico dejó de existir hace 27 años, 27 años en que todo sigue igual, es decir, en que la prensa continúa amordazada, sólo que bajo un esquema diferente, la compra de conciencia o los tiroteos a las casas editoras. Así las cosas, nada, absolutamente nada, tenemos que festejar el 7 de junio.