Salvavidas de San Blas y pescadores rescatan a periodista al naufragar su embarcación

- Comenta que poco antes de salir a mar abierto el oleaje se observaba anormal, el mar no estaba como siempre y tuvo la sensación extraña y poco común de que algo pasaría, por lo que le comenté a mi esposo mejor regresar hacia otro lugar que no fuera a mar abierto, señala.

11 / Junio / 2013

Crónica de un naufragio

Claudia Isela Hernández

Un domingo familiar, pudo haber terminado en tragedia, lo mejor es que no pasó y solo fue una horrible experiencia que no se desea a nadie. Nuestra familia como siempre preparamos lo necesario para pasarla bien junto a la familia de unos buenos amigos, incluidos nuestros hijos, el hermano de mi esposo y dos amigos más.

La decisión de embarcarnos había sido tomada una noche antes, puesto que mi marido es pescador y aprovecharíamos la embarcación pesquera para llevar a nuestros amigos de paseo. Todo era risa, entre chistes fotografías para recordar la fecha de reunión y adquirir lo necesario, abordamos la panga que nos llevaría al paseo por mar de San Blas. Luego de comprar el combustible para zarpar a nuestro rumbo, decidimos visitar la piedra de la Virgen, a tan solo unos cuantos minutos del puerto a mar adentro.

Se respiraba tranquilidad, todos sonrientes, ya decidido el lugar de visita viajamos por el Estero del pozo disfrutando de la belleza natural.

Mientras nos hicimos a la mar, los vaciles continuaron entre nosotros, las risas y fotografías testimoniales, también.

Poco antes de salir a mar abierto el oleaje se observaba anormal, el mar no estaba como siempre y tuve una sensación extraña y poco común de que algo pasaría, por lo que le comenté a mi esposo mejor regresar hacia otro lugar que no fuera a mar abierto. Sin embargo me contestó que nada pasaría y seguimos nuestro camino.

A menos de la mitad del trayecto, el oleaje estaba atrevido y empezó a llenar un poco la embarcación de agua, ya después de mi insistencia por regresar a tierra, retornamos. Desafortunadamente nuestro peso y las olas superaron todo positivismo e inició lo peor.

Los rostros de desconcierto de todos a bordo no se hicieron esperar, sabían que algo no estaba bien y podía pasar lo peor.

Por su parte el chofer del motor (mi cónyuge), hacía el intento por llegar cerca del espigón de rocas donde el oleaje se aminora para escapar de la fuerza del mar, mientras tanto el agua no cedía de llenar todo a nuestro alrededor.
Mis hijas gemelas de tan solo cinco años de edad, empezaron a ver la tragedia que nos rodeaba y gritaban desesperadas que iban morir ahogadas; algunos trataron de calmarlas, mientras el mayor de mis hijos de 12 años, empezó a sacar agua de la embarcación para aminorar el peso. Para entonces ya intentaba insistentemente comunicarme a la Sexta Zona Naval para pedir ayuda, en tanto el nivel del agua subía casi a la mitad del buque, incontenible. Jamás pude realizar la llamada, nunca hubo señal para hacerlo, todo fue en vano.

Luego, ya en la entrada al puerto, vimos con horror que las olas nos hundían inevitablemente y la embarcación cedió ante el mar traicionero. Sentimos que posiblemente era el fin de nuestras vidas en ese lugar.

La barca dio un giro mientras las olas nos cubrían a todos, alejándonos de donde podíamos asirnos de algo que nos mantuviera flotando. Las niñas que a su corta edad no saben nadar aún, eran mi pendiente latente, una de ellas fue tomada del brazo de uno de los amigos adultos que tampoco sabe nadar y por ende la dejó en manos de mi cuñado.

Luego él, se la dio a mi esposo y Yo tome a la otra para que no se ahogara.

El peor error que tuvimos, fue viajar sin chalecos salvavidas, que pudieron haber mantenido a flote a menores y a adultos que no nadan, con más tranquilidad.


Ya en el momento crítico, lo mejor era mantener la calma y hacer lo más inteligente posible para salvar la vida.
Sabía que no iba a mantenerme así flotando con mi hija por mucho tiempo ya que el oleaje llegaba hasta nosotros haciendo que tragáramos agua con gasolina, la que ya salía de la vejiga que subsistía el motor fuera de borda, que ya se había ido a pique desde el principio.

Observamos la vejiga como tabla de salvación, pero mi esposo nos indicó que la dejáramos ir porque el combustible nos quemaría la piel.

Decepcionados vimos que se alejaba de ahí, mis amigos se acercaron al pequeño espacio de panga, que salía del mar, la hija de la pareja y su mamá estaban juntas, esta última fue ayudada por otro de mi hijo de 11 años a respirar fuera del agua, ya que tampoco ella sabe nadar.

Su esposo cerca de ellas, pero preocupado también por su hijo joven que no se veía, tampoco observábamos al amigo de éste. Ellos intentaban nadar hasta la escollera cercana para pedir auxilio; pues quedaron lejos de los demás, el amigo pudo llegar, pero su hijo quedó a la mitad del camino.

En tanto observé otro bidón que contenía algo de agua en su interior, dejé a mi hija con su hermano mayor en el espacio de embarcación para nadar hacia el recipiente, luego, nadé por mi otra hija que del cuello no soltaba a su papá y coloque a las dos aferrándolas a esa esperanza de vida, indicándoles que por nada debían soltarse, yo las abrazaba con el plástico que fue su salvación mientras nos rescataron, aunque la gasolina regada en el agua nos quemaba ya.

Controlada la situación y aceptando la realidad, empezamos a pedir fuertemente auxilio, sin embargo nadie parecía escucharnos. En eso pasaba una lancha con pescadores que salían a la mar y les hablamos para que nos ayudaran, pero momentáneamente no oyeron nuestros gritos.

Mi hijo mayor subió al reducido espacio de bote, para ser visto por ellos y entonces fueron hacia donde nos encontrábamos. El fuerte oleaje y algunas redes que estaban en la barca, impedía que se acercaran, pues también corrían peligro, ya entonces el otro joven que llegó a la escollera había dado aviso de lo ocurrido y los jóvenes surfos salvavidas, ya iban a nuestro encuentro con su tablas para ayudarnos.

Otra embarcación de un prestador de servicios turísticos regresaba de paseo, también se acercó a auxiliar, precisamente rescató al hijo de nuestros amigo que se había rendido de nadar contra corriente, estaba exhausto y por poco se ahoga.

Ya más cerca la embarcación de auxilio, pase a mis hijas con ellos, mis hijos también subieron junto a la hija de mis amigos, mi esposo y mi cuñado ya habían sido rescatados en otra barca y entonces pude ayudar a los tres amigos que estaban cerca. Lanzaron dos chalecos salvavidas de la embarcación de servicios turísticos, los coloqué a quienes no saben nadar y en eso llegaron los jóvenes surfos al rescate, quienes exponiéndose, con sus tablas permitieron que sintieran mayor seguridad tomando las tablas. Otros dos pescadores en su panga hacían intento por subir a mis amigos pero las olas no permitían maniobrar, con trabajo lo lograron y al final entonces subí.

Llevaron a revisión minuciosa a nuestros hijos, al centro de salud local, el joven cansado de nadar fue hospitalizado unos minutos con suero y oxigeno, pero estaba bien. Mis hijos tranquilos y las niñas ya corriendo a las afueras del hospital.

Mi esposo y otros de sus compañeros pescadores, se quedaron en el lugar del hundimiento, para ver si podían rescatar parte de nuestro patrimonio.

Ese día todo fue inútil al día siguiente pudo recuperar la barca y redes de pesca, el motor ya no funcionará mas.

Milagrosamente pudimos salvarnos del naufragio relámpago, tan solo pensar que alguien pudo haber perdido la vida ahí es doloroso. Esa noche no pude dormir, el sobresalto y sentir el pecho apretado provocó mi insomnio. Sé que se debe aprender de los peores momentos vividos, esta ocasión no será la excepción.
Los errores cometidos se deben enmendar, si bien se perdieron varios bienes materiales, es lo de menos ya, lo mejor de todo este mal sabor de vida, es la vida misma.