Líneas: A las huertas

Por: José Ma. Narváez Ramírez.

01 / Julio / 2013

La verdad es que en aquél tiempo –hace 60 años- las horas eran las mismas que ahora, pero los segundos transcurrían con una lentitud pasmosa y dejaba el padre tiempo disfrutarlos completamente. Se administraba por entero y se cobraba en abonos

Las mañanas se iban tan lentas y algo tediosas porque los chavalos de aquellas épocas desde las siete ya estábamos despiertos preparando la talega y los uniformes de mezclilla, con las libretas de apuntes –no había textos gratuitos- y las llenábamos a punta de pluma y tintero o lápiz a la hora del dictado o copiado directo del pizarrón que la maestra o el profesor nos apuntaban comedidos con los eternos acompañantes: el gis y el borrador y que constituían parte de la tarea que había de prepararse un día antes, aprendiéndolos de memoria, que junto con la de aritmética integraban el bónche de trabajos o quehaceres escolares que habían de entregarse con puntualidad y eficiencia, en caso contrario venían los reglazos que nos propinaban los mentores, por burros o flojos. Y nadie decía nada porque estaban bien aplicados hoy son causa de pleitos en juzgados y de citas con los siquiatras

Por las tardes, en algunas escuelas seguían las clases de tres a cinco de la tarde para brindarnos talleres de costura para las mujeres y de carpintería o manualides para ambos sexos, y a la salida nuestros padres nos llevaban –a veces- a las huertas de mangos, ciruelas, guayabas, limones, aguacates y otras variedades de frutos, por los que cargábamos con canastas y bolsas que llenábamos después de darnos un banquete con las que cortábamos de los árboles o recogíamos del suelo. En algunas había palos de guamúchil y también acarreábamos con las roscas del fruto gordo y colorado.
Recuerdo la del viejo Palas Mercado, allá por detrás del cerro, a la que íbamos subiendo el cerro de la cruz –para acortar camino- haciendo pequeñas paradas para contemplar la hermosura del valle santiagoixcuintlense y bajábamos por con el Mocho Valdovinos, y de ahí directos a las huertas que por aquellos años en esta temporada eran el paseo obligado de chicos y grandes.
¿Quién iba a pensar que algún día íbamos a alejarnos de nuestro terruño y los íbamos a añorar con todas las fuerzas del corazón?

Al regreso veníamos hartos y cargados, pero muy contentos por haber realizado estos paseos que no eran de diario pero sí casi seguro los jueves y domingos.
Otros iban a diferentes huertos vecinos, pero las ceremonias de preparación eran similares, lo único lamentable era que los jefes se llevaban entre todos, a los hijos más pequeños que había que ayudarlos a cargarlos y en aquellos tiempos no había carriolas o mochilas que ayudaran, así es que a lomo pelón hacíamos el trayecto los hermanos mayores
(Sería bueno que la familia Campa proyectara la siembra de árboles frutales en los terrenos de los campos deportivos robados a la ciudadanía, hoy con todo derecho reclamados depositando la semilla de los mejores compañeros y protectores de la humanidad: los árboles).

Y Control Señores Control Se soportaba eso y más porque eran los momentos de retozo, de paseo familiar inolvidables de las estampas que quedaron bien grabadas en nuestras mentes y corazones Y que no volverán.

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