El extraño suicidio de un abogado

03 / Julio / 2013

Por: Juan Fregoso

Guillermo Montes del Real era un extraordinario abogado que difícilmente perdía un caso. Su excelente preparación en las aulas universitarias, y luego su cotidiano transitar por los tribunales hicieron de él un hombre de profundos conocimientos del Derecho, no era el clásico abogado que tan pronto abandona la facultad y se dedica al ocio portando un impresionante diploma que lo acredita como licenciado.

El abogado Guillermo Montes nunca dejó de estudiar no solamente los códigos, sino también todo lo que caía en sus manos, libros, revistas, periódicos, todo lo devoraba en su afán por ampliar su horizonte cultural. Armado así podía debatir con cualquiera de sus colegas de sobre cualquier tema de los que naturalmente siempre salía triunfante; porque un auténtico abogado nunca en su vida deja de ser estudiante, solía decir con un aire de suficiencia, pero sin ningún atisbo de petulancia.

Aunque me llevaba por lo menos treinta años, logré entablar una sólida y sincera amistad con él que perduró hasta su muerte. Las tertulias que sostenía con él duraban hasta las dos o tres de la mañana. El tema central de nuestras conversiones era invariablemente la ley y los vericuetos que ésta tiene; no es nomás decir soy abogado—me decía—hay que saber interpretar las leyes, llegar hasta su espíritu para ganar un caso sin recurrir a las clásicas chicanas que emplean algunos licenciados sin escrúpulos. Los juicios hay que ganarlos con el uso de la ley, con pruebas convincentes, ya que sólo así te queda la sensación de haber realizado un buen trabajo.

Guillermo Montes, era alto, de complexión robusta, sin llegar a la obesidad. Tenía alrededor de setenta años y una mata de pelo entrecano abundante. Su piel era algo sonrosada, su cara era algo ovalada y sus ojos pequeños eran penetrantes, parecían traspasar a su interlocutor, como si quisiera meterse en la misma la mente de éste. Era, diría yo, una especie de detective que escudriñaba detenidamente a sus clientes, recuerdo que una vez, me dijo: viste el cuarto botón de la camisa del señor—se refería a un cliente—estaba medio estrellado, espetó.

Yo no había reparado en aquel dato y se lo dije con toda franqueza; lo ves, me contestó con una sonrisa maliciosa, un verdadero abogado—al igual que un periodista—debe estar en todo, porque imagínate que sea un detalle en un juicio, qué pasaría si ese detalle fuera importante para la defensa de un cliente, sencillamente cualquier abogado perdería el juicio, ¿no lo crees? Asentí. Guillermo Montes tenía razón, porque efectivamente un pequeño descuido en el curso de un proceso sea civil o penal, conducirá a la pérdida de éste.

Sin embargo, aquí no trato de reseñar toda su vida, pero al menos la parte que yo le conocí, en ella busco encontrar las razones del porqué un hombre inteligente, mesurado, comprensivo, tranquilo hasta cierto punto, en un invierno de 2001 si la memoria no me es infiel, cortó de tajo su existencia. Esto es algo que me revolotea desde que supe que se había suicidado; su fama como litigante ya había trascendido fronteras, llevaba ejerciendo—me dijo un día—cuarenta y cinco años ininterrumpidos, y había acumulado cierta fortuna que le permitía vivir holgadamente junto con su familia, no tenía ningún apremio económico o algo parecido que lo llevara a tomar esta fatal determinación.

Lo más extraño del caso que me llamaba—y me sigue llamando—la atención, es que el abogado era un hombre extremadamente religioso, muy devoto, diario iba a misa de la mano de su esposa Rita. Diario, puntualmente acudían al templo a escuchar los sermones sacerdotales, por eso me pregunto cómo un hombre religioso hasta la exageración decidió quitarse la vida con su propia mano, cuando los cánones eclesiásticos prohíben tal conducta por considerarla un pecado, una falta a las leyes divinas. ¡Extraño suicidio!

Este extraño suicidio es algo que no logro entender, sobre todo, tratándose de alguien entregado a Dios como fue el caso del licenciado Guillermo, tal vez si hubiese sido algún otro, de esos que nunca pisan ni siquiera los umbrales de la iglesia, el caso sería más fácil de resolver, pero no, estoy hablando de un persona de esas que se dan diariamente golpes de pecho. Entonces, ¿por qué se mató Guillermo Montes?, ¿qué razones lo impulsaron a quitarse la vida de un balazo en la cabeza?

Con la intención de hallar una explicación a todo esto he dedicado parte de mi tiempo a indagar sobre su pasado, por supuesto, con mucha cautela para no herir la susceptibilidad de su familia. En alguna de nuestras reuniones el abogado me confió que padecía insomnio, pero nada más, y no creo que por este problema se haya suicidado, porque esta cuestión la habría resuelto con algunos sedantes, al menos eso pienso. Pero, como lo dije, hurgando en su pasado, descubrí que el abogado había tenido varios hijos, en su mayoría mujeres, sólo un varón hubo de su matrimonio con su esposa Rita.

El licenciado Guillermo, naturalmente, deseaba que su hijo siguiera sus pasos, pero éste se opuso y tomó la determinación de dedicarse al sacerdocio, al parecer, esto no le gustó a don Guillermo, pero ante la obstinación de su vástago no le quedó otra alternativa que ceder y lo mandó a un seminario en donde a través de los años, el joven se ordenó sacerdote, ante la desilusión de su padre, que vio frustrados sus sueños de ver convertido a su hijo en un abogado mejor que él, aunque no siempre los genes obedecen la cadena de los progenitores, y no se puede contrariar a la naturaleza.

Al decir de los vecinos, don Guillermo cayó desde entonces en una fuerte depresión, ya no era el mismo, aunque siguió litigando y ganando los negocios, su espíritu había resentido el hecho de que su único hijo varón, no estaba donde él soñó verlo algún día: En los tribunales, peleando por la justicia, igual que lo hacía él desde más de cuarenta años. Poco a poco su temple fue decayendo, y con ello se hizo presa fácil de enfermedades, propias de su avanzada edad, creo que sintió que la vida ya no tenía sentido para él, pues según los testimonios recabados, en lugar de atenderse médicamente, se dedicó por espacio de un mes a beber sin ningún control.

Así, un día, supuestamente bajos los efectos del alcohol le dijo a su esposa: Rita, llegó la hora, me voy a matar. La señora no le creyó, pensó que se trataba de una broma; ya duérmete, le dijo, mientras ella se retiraba a otra habitación. Minutos después escuchó una fuerte detonación, corrió al cuarto de su marido y lo encontró sentado en la cama, con un viejo revolver en sus manos, acto seguido, el abogado alzó el arma y se la llevó a la cabeza pegándose un tiro mortal, sus últimas palabras fueron: Adiós Rita, mientras su cuerpo se deslizaba en el lecho, ya nada se pudo hacer, el disparo había sido mortal por necesidad, Montes del Real estaba muerto.

Un raro ambiente rodeó su muerte, porque nunca se supo dónde fue velado, tampoco si se le practicó la autopsia de ley, tampoco se tuvo conocimiento dónde fue sepultado, hasta la fecha se ignora el lugar donde reposan sus restos, lo único que se sabe es que el abogado se suicidó. ¿Por qué?, ese será el secreto que llevó a la tumba, sólo él conoció las causas que lo orillaron a quitarse la vida.

Hoy me pregunto cuan complicada es la mente humana, creo que el entramado mental es más complejo de lo que la ciencia predice, ni la psicología que estudia los fenómenos de la vida psíquica del hombre en el origen de su comportamiento y de sus relaciones afectivas y sociales. Ni la psiquiatría que se dedica al estudio de las enfermedades de la mente y de la personalidad, son suficientes para explicar con certeza el raro comportamiento del hombre, el hombre que sigue siendo un misterio, como la muerte del abogado Guillermo Montes del Real, seguirá, también, siendo un misterio.