Líneas: Aquellas cacerías

Por: José Ma. Narváez Ramírez.

18 / Julio / 2013

Preparase para salir a cazar aves, conejos, armadillos, venados o tigrillos hace más de 60 años, era apasionante, máxime si apenas contábamos con 15 años de edad y nuestras aventuras se sujetaban al uso de la resortera para tratar de matar patagonas o iguanas y en algunos casos palomas caseras O cuando menos sacarles un susto


Pero cuando veíamos llegar a los verdaderos cazadores -que eran nuestros padres o amigos de la familia- con la carga de varios venados, un montón de patos piruleros y pichichines, tres o cuatro armadillos revueltos entre conejos y más de 60 patagonas cazadas al último al amanecer ya de regreso al hogar procedentes de algún lugar de intrincada maleza, de las hondonadas inexpugnables de los cerros y de las selvas de la costa o de las marismas misteriosas cercanas al mar, y escucharlos narrar sus aventuras mientras destazaban el animalero para regalar a la gente que se arrimaba su buena dotación de carne fresca, y relatar cómo se les había pelado un tigre en la zona marismeña después de que se vino acercando poco a poquito atraído por la bufadera (Que era un bule partido por la mitad tapado totalmente por un gran trozo de cuero cosido bien restirado a los lados con un orificio al centro donde se colocaba una correa larga para jalarla con los dedos impregnados de cera e imitar el rugido de la leona en celo) y luego sentir un miedo cerval al escuchar cada vez más cerca el bramar del tigre que acudía al llamado de la naturaleza y al estar a la vista sorrajarle certeramente uno o varios tiros para darle muerte éso era ser cazador


Hoy se les llama asesinos a los que se dedican a estas actividades antes practicadas por casi todos los jóvenes de la pelea pasada Este pasatiempo era uno de los preferidos por la juventud de aquella época.

Recuerdo en Santiago a mi señor padre, a don Beto Parra y a Polo el yerno de doña Gero la del restaurante Mérida, que lo contrataban los gringos para ir a bufarle al tigre


Cuando el jefe de la casa daba la orden de preparar las cosas para salir a cazar al día siguiente muy temprano, tarde se nos hacía para aceitar las botas precisamente llamadas de cacería, limpiar los rifles y las escopetas, la carrillera rellena de tiros, el cuchillo, el aceite de coco para usarlo como repelente, la chaqueta, la tagarnia, la bolsa con los tacos y la botella llena de café de olla de capitoso aroma

Esto era, entre otros aditamentos, los principales que deberían estar listos impecablemente, si faltar la lámpara de cacería con sus foquitos de repuesto y las baterías bien cargadas.


Después de esta ceremonia, había de prepararse anímicamente para asistir de cola, que no de invitado de honor, a realizar las actividades de mirón, de recoge piezas y de activo aprendiz de mañas para un día no lejano emprender nuestras propias aventuras de cazadores y contadores de las grandes hazañas que un día nos ganara don Dámaso Murúa –el escuinapense- en su libro El güilo mentiras

Pero Control Señores Control que también en San Juan hace aire y tenemos unas cuantas anécdotas que fácilmente podrían hacer competencia con este escritor del vecino estado de Sinaloa


Como aquella del pescado que una vez sacara don Fidel Rivera y que según decía, tenía el ojo de este tamaño abriendo los brazos y ahuecando la manos

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