Cuál es tu misión en la vida

Por: Juan Fregoso

24 / Julio / 2013

Cuando niño, mucho antes de entrar a la escuela mi madre me enseñó las primeras letras, de tal manera que cuando pisé las aulas escolares por primera vez yo ya sabía leer y escribir. Pero mi madre no sólo hacía eso, sino también, por las noches tachonadas de estrellas, me contaba cuentos, no sé si de su propia cosecha o tomados de algún libro, —nunca le pregunté—, pero como quiera que haya sido, mi madre despertó en mí la curiosidad por conocer las cosas, por preguntarme el porqué de todo lo que existe, sobre todo por saber mi origen, es decir, quién soy, de dónde vengo y a dónde voy o cuál es mi destino.

Con el paso del tiempo debo confesar que aún no encuentro las respuestas adecuadas aquellas interrogantes, podría decir que me quedé anclado en mi infancia o en el pasado. Sin embargo, se ha dicho que el único animal inconforme por naturaleza es el hombre, gracias a esa inconformidad producto también de las enseñanzas que me transmitió mi madre a quien le debo todo lo poco o mucho que soy, de pronto parece que descubrí gracias a lectura, la luz que desde niño buscaba.

Fue el maestro Miguel Ruiz, quien en su extraordinario libro intitulado El Quinto Acuerdo, me acerca al misterio que rodeó mi infancia. Con una sabiduría magistral, el maestro dice que desde el momento que naces, transmites un mensaje al mundo. ¿Cuál es ese mensaje? El mensaje eres tú, ese niño. Es la presencia de un ángel, un mensajero del infinito en un cuerpo humano. El infinito, un poder absoluto, crea un programa sólo para ti y todo lo que necesitas para ser lo que eres está en el programa.

Naces, creces, te emparejas, envejeces y al final retornas al infinito. Cada célula de tu cuerpo constituye un universo propio. Es inteligente, es completa y está programada para ser lo que quiera que sea. Tú estás programado para ser tú, seas lo que seas, y lo que tu mente piense que eres no afecta en lo más mínimo al programa. El programa no está en la mente pensante. Está en el cuerpo, en lo que denominamos el ADN, y al principio instintivamente sigues su sabiduría.

Cuando eres un niño pequeño, sabes lo que te gusta, lo que no te gusta, cuándo te gusta y cuándo no. Sigues lo que te gusta y tratas de evitar lo que no te gusta. Sigues tus instintos y esos instintos te guían para ser feliz, para disfrutar de la vida, para jugar, para amar, para satisfacer tus necesidades. Pero luego ¿qué es lo que ocurre? Tu cuerpo empieza a desarrollarse, tu mente empieza a madurar y tú empiezas a utilizar símbolos para transmitir mensajes. Del mismo modo que los pájaros comprenden a los pájaros y que los gatos comprenden a los gatos, los seres humanos comprenden a los seres humanos a través de una simbología.

Si nacieses en una isla y vivieses solo, quizá tardarías diez años, pero darías un nombre a todas las cosas que vieras y utilizarías ese lenguaje para comunicar un mensaje, aunque sólo estuviese destinado a ti mismo. ¿Por qué harías algo así? Bien, es fácil de entender y no es porque los seres humanos seamos tan inteligentes. Es porque estamos programados para crear un lenguaje, para inventar una simbología completa destinada a nosotros mismos. Como sabes, en todo el mundo los seres humanos hablan y escriben en miles de lenguas distintas. Los seres humanos han inventado todo tipo de símbolos no sólo para comunicarse con otros seres humanos sino, aún más importante, para comunicarnos con nosotros mismos.

Los seres humanos que nos preceden ya tienen nombre para todo aquello que existe y nos enseñan el significado de los sonidos. A esto lo llaman mesa; a aquello lo llaman silla. También tienen nombres para cosas que únicamente existen en la imaginación, como sirenas o los unicornios. Cada palabra que aprendemos es un símbolo para algo real o imaginario y existen miles de palabras para aprender. Si observamos a niños de entre uno y cuatro años, comprobamos el esfuerzo que hacen al tratar de aprender una simbología completa. Representa un gran esfuerzo del que normalmente no nos acordamos porque nuestra mente todavía no ha madurado, pero con la repetición y la práctica, finalmente aprendemos a hablar.

Una vez que aprendemos a hablar, los seres humanos que se ocupan de cuidarnos nos enseñan lo que saben y esto significa que nos programamos con conocimientos. Los seres humanos con los que vivimos tienen una gran cantidad de conocimientos que incluyen todas las reglas sociales, religiosas y morales de nuestra cultura. Captan nuestra atención, nos transmiten la información y nos enseñan a ser como ellos. Aprendemos cómo ser un hombre o una mujer según la sociedad en la que nacemos. Aprendemos cómo comportarnos correctamente en nuestra sociedad, lo que significa cómo ser un buen ser humano.

En realidad, nos domestican de la misma manera en la que se domestica un perro, un gato o cualquier otro animal; a través de un sistema de castigos y premios. Nos dicen que somos un niño bueno o una niña buena cuando hacemos lo que los adultos quieren que hagamos; somos un niño malo o una niña mala cuando no hacemos lo que ellos quieren que hagamos. En ocasiones recibimos un castigo sin haber sido malos y en otras, somos premiados sin haber sido buenos. Por miedo a ser castigados o por miedo a no recibir una recompensa empezamos a tratar de complacer a otras personas. Intentamos ser buenos porque la gente mala no recibe recompensas y se la castiga.

En la domesticación de los seres humanos, nos imponen todas las reglas y los valores de nuestra familia. No tenemos la oportunidad de escoger nuestras creencias; se nos dice qué creer y qué no creer. La gente con la que vivimos nos da su opinión: lo que es bueno y lo que es malo, lo que es correcto y lo que es incorrecto, lo que es bonito y lo que es feo. Como si fuéramos un ordenador, nos descargan toda esa información en la cabeza. Somos inocentes; creemos lo que nuestros padres u otros adultos nos dicen; estamos de acuerdo con ellos y la información se almacena en nuestra memoria. Así como en mi memoria están presentes los buenos principios que me inculcaron mis padres, cuando yo era un niño que se preguntaba muchas cosas porque mi mente aún no maduraba, como el hecho de interrogarme a qué vine a este mundo, desde luego, supongo que a cumplir una misión en la vida, que aún adulto, no sé exactamente cuál es esa misión, quizá el estar pergeñando estas letras, no lo sé. ¿Tú sabes cuál es tu misión en la vida?