EL IV PODER: La privatización de Pemex constituye un giro a la rueda de la historia de México

Por: Juan Fregoso

29 / Agosto / 2013

La intención del gobierno federal en torno a la reforma energética representa un giro a la rueda de la historia, con todas las bondades que nos ofrezcan, la realidad se impone implacable; se trata de entregar el sector energético a las compañías extranjeras y a unos cuantos mexicanos privilegiados, mientras que el pueblo pagará las consecuencias si ésta es aprobada.

La privatización de Pemex se basa en que la paraestatal está en quiebra, entre otros argumentos que no tienen un soporte de peso. Sin embargo, el presidente Enrique Peña Nieto parece imitar fielmente al dictador Porfirio Díaz, quien en 1888 dijo: Estoy convencido de que la acción particular estimulada por el interés privado es mucho más eficaz que la oficial, Díaz justificaba de este modo la entrega del petróleo a empresas extranjeras, y hoy el régimen peñanietista retoma la vieja máxima porfirista para llevar a cabo una reforma que lesionará tarde o temprano la economía mexicana.

Para tratar de convencer al pueblo de los beneficios que acarreará la privatización—aunque Peña Nieto lo niegue—de Pemex, se le ha dicho a la gente que bajarán los precios del gas y de la gasolina, sin mencionar otros muchos derivados del petróleo, sin embargo, tales argumentos no son más que demagogia con pinceladas neoliberales para consumar un proyecto que atenta contra la soberanía de México, creándose una mayor dependencia de México a los EU especialmente, el principal país que siempre ha codiciado el oro negro y todas nuestras riquezas.
Desde sus orígenes, según consigna la historia, el negocio del petróleo estuvo dominado por intereses extranjeros. La incursión que hicieron al inicio Simón Sarlat Nova y otros mexicanos, no tuvo éxito. Aunque intervinieron otros, los dos empresarios extranjeros más afortunados fueron el estadunidense Edward L. Doheney y el inglés Wheetman, quienes al paso del tiempo se convertirían en dueños de las más grandes empresas petroleras del país; la Mexican Petroleum Company, de la Standard Oil Company, y El Águila, de la Royal Dutch Shell, siempre siguiendo las coordenadas de connotados historiadores, como Lorenzo Meyer, entre otros.

Más aún, la adquisición de terrenos y el régimen de concesiones permitieron a estos dos empresarios acaparar grandes extensiones de terrenos en los estados del Golfo de México. En 1900, Doheney y sus socios compraron 182 mil hectáreas de terrenos en el distrito de El Ébano, San Luis Potosí, cerca de Tampico, Tamaulipas. Según su propia confesión, parte de esas tierras las compró pagando a dos pesos cincuenta centavos por hectárea a propietarios que no sabían que esos terrenos eran petroleros.

Al paso del tiempo sus compañías llegarían a controlar 610 mil hectáreas. La compañía de Doheney contó con la simpatía del gobierno de Porfirio Díaz, una vez que el embajador estadunidense lo introdujo en los círculos oficiales. Con el tiempo, Doheney—que también tenía inversiones fuera de México—habría de convertirse en el empresario petrolero más importante del mundo después de Jhon D. Rockefeller. Ahora, todo indica, sin descartar a los extranjeros, que Carlos Salinas de Gortari y Pedro Aspe Armella, entre otros prominentes políticos mexicanos, se verán beneficiados de reformarse el artículo 27 constitucional, por cierto, precepto que modificó el ex mandatario para dar al traste con el sistema ejidal, de ahí que no es de dudarse que tras la citada reforma se encuentre la mano negra de Carlos Salinas.
Pero el hecho de que el petróleo pase a manos de particulares, mexicanos o extranjeros, evidentemente traerá graves consecuencias, tal y como lo demuestra la historia, porque la multicitada reforma constituye una chispa que puede incendiar al país como sucedió en el pasado. El asesinato de Francisco I. Madero, es un ejemplo claro de que este tipo de medidas no conducen a nada bueno; Madero, antes que Lázaro Cárdenas, jugó un importante papel en la defensa del petróleo, su osadía le costó la vida.

Francisco I. Madero, considerado el líder democrático más respetado y respetable de la Revolución, asume la Presidencia y se ve obligado a enfrentar la difícil tarea de desmontar el antiguo régimen porfirista y, al mismo tiempo, hacer realidad los anhelos de justicia, libertad y democracia por los que se había levantado en armas el pueblo de México.

Madero no sólo tuvo que lidiar con las diferencias en el interior de las filas revolucionarias, sino que enfrentó a una oligarquía consolidada a lo largo de 34 años de dictadura y a los poderosos intereses extranjeros, sin duda, la peor herencia que dejó el porfiriato. Su derrocamiento, en 1913, tiene que ver con un conjunto de factores internos, pero es evidente la participación que tuvieron las empresas petroleras y los gobiernos extranjeros, sobre todo, el estadunidense, y en particular, el embajador Henry Lane Wilson.

En un principio, el gobierno de EU y las compañías petroleras pensaron que Madero podría someterse a sus designios y servir incondicionalmente a sus intereses. Sin embargo, se dieron cuenta de que eso no sería posible. El historiador Alfonso Taracena cuenta que mientras Porfirio Díaz partía a su destierro a Francia a bordo del barco Ypiranga, Madero habló en ciudad Juárez a la prensa extranjera sobre la visita de unos inversionistas de Wall Street, entre ellos representantes de las empresas petroleras, quienes le proponían hacerse cargo de las erogaciones de su campaña presidencial y pagar los gastos ocasionados por la Revolución, con tal de que se les otorgara ciertos privilegios. Madero les contestó: Represento al Partido que lucha en México contra los trusts y los monopolios. ¿Cómo pueden ustedes suponer un sólo instante que yo accediera a sus demandas e impusiera nuevos yugos de esas instituciones a mi país?

Y al hacer su arribo triunfal a la capital azteca, Madero le dijo al pueblo: A juzgar por lo que han dicho algunos periódicos del país y extranjeros, hay todavía personas que creen que fuimos apoyados para hacer la Revolución por capitalistas norteamericanos. Pero tengo la satisfacción de decir de la manera más categórica que ni un dólar norteamericano vino a ayudar al triunfo de la causa que he acaudillado, Madero no sabía que con esto había sellado su sentencia de muerte. El cuartelazo había sido una absurda conjura de gente rica, de industriales omnipotentes, de banqueros acaudalados y comerciantes favoritos que ansían su fetiche y labran, sin saberlo, su ruina, comentó el embajador de Cuba, Manuel Márquez Sterling.

La prensa estadunidense festejó la inmolación de Madero junto con su vicepresidente, José María Pino Suárez, lanzando vítores al dictador Porfirio Díaz y al sanguinario de Victoriano Huerta, habían quitado de en medio a un verdadero patriota, pero el imperialismo no contó con que había otros hombres dispuestos a dar la batalla en la defensa de la soberanía nacional, llegarían otros y finalmente el presidente Lázaro Cárdenas, quien terminó expropiando todas las compañías petroleras que estaban bajo el dominio de los gringos e ingleses, principalmente.
Hoy, a setenta y cinco años de aquella acción patriótica, esto es, de la expropiación petrolera, vuelve el fantasma porfirista, representado por un presidente carente de sensibilidad y visión política, que busca entregar nuevamente nuestras riquezas al coloso del norte y a políticos mexicanos ávidos de poder. Así pues, si el pueblo de México no toma conciencia de lo que representa la reforma peñanietista, lo más seguro es que el petróleo vuelva a las manos de los extranjeros, como en el régimen porfirista, al llevarse a cabo la reforma energética, se habrá consumado una traición más al pueblo mexicano, que se convertirá en un simple vasallo del gobierno estadunidense.