Edición del Día
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30 / Enero / 2014
Recuerdo que la academia donde estudiabas me quedaba en el camino que solía recorrer cuando salía de mi trabajo. Me llamaste la atención –porqué, no sé decirlo- no eras lo que se dice una chamaca bonita, pero tenías cierto encanto intangible que te hizo atractiva a mis ojos. Te confieso sinceramente que la primera vez que te acompañé lo hice por pura puntada mía. Perdona mi cinismo, pero así fue.
Parecía nuestro primer encuentro el más intrascendente del mundo porque ni tú ni yo mostramos marcado interés por seguirnos viendo. . . ¡No podíamos imaginar el futuro! Si acaso puedo reconocer algo a esa primera vez que charlamos animadamente como lo hace cualquier pareja.
Pronto me acostumbré a verte al terminar mis labores, y más por hábito que por otra causa – eso pensaba yo- ya no pude prescindir de tu diaria compañía.
Pero aquel día me extrañó no encontrarte en la academia como siempre, involuntariamente me alarmé, máxime cuando me dijeron tus compañeras que intempestivamente habías abandonado tus estudios. Pregunté tu nombre y domicilio, pues no los sabía. . . ¡tan superficiales creía nuestras relaciones!
Sentí de pronto la urgente necesidad de saber tu paradero. Me inquietó la posibilidad de que hubieras salido de esta capital, y aunque yo también lo ignoraba, lamenté que no supieras lo que realmente representas para mí.
Comprendí entonces lo vacío que me sentía sin tu compañía y que – sin advertirlo-me había enamorado de ti.
Prof. José Luis Lara Orendaín.