Amor por siempre, Frida y Diego (Segunda y última parte)

Por Leslie Torres

11 / Julio / 2014

Tres años después de su accidente, Frida conoce a Diego, a quien le lleva algunos de sus primeros cuadros; éste quedó impresionado por su talento. Al poco tiempo de conocerse deciden casarse; la boda se lleva a cabo en 1929. El matrimonio tiene bastantes altibajos. Era el tercer matrimonio de Rivera, quien ya tenía entonces 43 años, mientras que ella apenas 22; al parecer Frida consigue, por un tiempo, que Rivera abandone sus constantes amoríos. En realidad el matrimonio causó sorpresa en la sociedad mexicana porque resultaba extraño que la pequeña y frágil Kahlo pudiera haberse enamorado de Rivera, un hombre maduro y grande en todos los aspectos; pues pesaba más de 120 kilos, pero para ella: Diego es tan amable, tan tierno, tan sabio, tan dulce. Yo lo bañaré y lo lavaré.

En 1932, a pesar de sus múltiples fracturas y operaciones de pelvis, y de los consejos de sus médicos, Frida se embarazó, pero a los tres meses la convencen a abortar el feto que se encontraba mal colocado y ponía en riesgo su vida. Kahlo lo intentaría en más ocasiones, pero después del cuarto aborto se convenció de que nunca podría tener hijos, un nuevo dolor se suma a su vida. De este primer aborto nacería una de sus obras maestras: Aborto en Detroit, y otras pinturas de las que su propio marido diría: Frida empezó a trabajar en una serie de obras sin precedentes en la historia del arte, pinturas que exaltaban la cualidad femenina de la verdad, la realidad, la crueldad y la pena. Nunca antes una mujer había puesto semejante atormentada poesía sobre la tela como Frida en esta época de Detroit. Sin embargo, estas palabras no pueden cubrir los amoríos que Diego mantenía con varias mujeres.


En 1934 la pareja regresó a México, y en 1935 Frida descubrió que su marido mantenía una relación con su hermana pequeña, Cristina Kahlo. Aunque Frida había tolerado hasta entonces las infidelidades de Diego, descubrir que la engañaba con su propia hermana la hundió en la depresión. A partir de entonces tomó una decisión: seguirían juntos pero su matrimonio sería una relación abierta en la que cada uno podría tener otras parejas. Frida comenzó a mantener relaciones no sólo con hombres, sino, también, con mujeres, lo que despertaba los celos de Diego Rivera, quien, como casi todos los infieles, justifica su comportamiento pero no tolera el de los demás. Esta es la situación hasta que 1937 llegó a México, huyendo de Rusia, una de las principales figuras de la Revolución, León Trotski, quien se había enfrentado al líder de la Unión Soviética: Josef Stalin, y para salvar su vida había tenido que buscar un lugar donde exiliarse. Fueron las gestiones de Diego Rivera, quien admiraba al líder ruso, ante el gobierno mexicano, lo que permitió que Trotski pudiera establecerse en México. Tal vez Kahlo vio ahí la oportunidad de llevar a cabo una refinada venganza, iniciando una relación amorosa con Trotski, al quien tanto admiraba su marido.

En 1939 el matrimonio entre Rivera y Kahlo naufragó y ya no soportó más infidelidades, por lo que ambos acuerdan divorciarse. Un año después, el 21 de agosto de 1940, León Trotski es asesinado; como era conocida la relación que mantenía con Kahlo, la policía la detuvo para interrogarla y parece que lo hicieron con dureza, reteniéndola. Enterado de ello, Diego Rivera, que en aquel momento se hallaba viviendo en San Francisco realizando un mural, la llamó para que se fuera a vivir con él, a pesar de que Rivera estaba manteniendo entonces relaciones con otras dos mujeres. Kahlo no lo dudó y voló hasta San Francisco, y ese mismo año se casaron por segunda vez, quizá porque Rivera sabía que la salud de Kahlo era muy frágil y necesitaba que la cuidara o porque en realidad, ambos, a pesar de las infidelidades, se amaban.


A finales de la década, Rivera comienza la construcción de una casa para el matrimonio, inspirado en los templos aztecas, a la que llamaría Anahuacalli, construida con piedra volcánica negra. Allí tenía la intención de que reposara su cuerpo y el de Frida cuando murieran. Mientras la salud de Frida es cada vez más delicada, los tratamientos ya no surten el efecto deseado. En 1950 ingresó en el hospital de la Ciudad de México, donde permanece un año entero y, en 1953, con sus fuerzas casi agotadas, recibe la buena noticia de que se va a celebrar, por primera vez en su país, una exposición de su obra en la Galería de Arte Contemporáneo. Los médicos le prohibieron ir, pues temían que su débil salud no soportase el esfuerzo pero, conociendo lo importante que era para ella acudir a la exposición, Diego dispuso poner en medio de la sala, donde tenía lugar la exposición, una gran cama en la que Frida pudiera ver sus cuadros expuestos y saludar al público. Poco después, la gangrena afecta a su pierna más débil, la derecha, y tienen que amputarla por debajo de la rodilla. El dolor y el sufrimiento se hacen casi insoportables; Frida llegó a tratar de quitarse la vida. Pocos días antes de su muerte escribió en su diario: Espero que la salida sea feliz y espero no volver jamás, estaba cansada de tantos años de dolores sin tregua.


El 13 de julio de 1954, Frida murió en su casa de Coyoacán, la célebre Casa Azul donde había nacido y vivido la mayor parte de su vida y que cuatro años después se convertiría en el Museo de Frida Kahlo. El féretro de Frida se cubrió con la bandera del Partido Comunista, por encargo de Rivera, y fue expuesto en el Palacio de Bellas Artes antes de ser incinerada. Sus cenizas fueron depositadas en la Casa Azul.


Un año antes de la muerte de Frida, Diego Rivera pintó una de sus obras más conocidas: el Mural para el Teatro de los Insurgentes en la Ciudad de México, y en 1955 retomó su carrera de seductor, casándose por cuarta vez con una marchante de arte llamada Emma Hurtado, a la que, también, le sería infiel. Diego Rivera murió el 24 de noviembre de 1957 en la Ciudad de México, sin llegar a vivir nunca en la casa que había planeado compartir con Frida y donde quería que reposasen las cenizas de ambos. Las cenizas de Diego Rivera fueron llevadas a la Rotonda de Hombres Ilustres de la Ciudad de México. Así terminaba aquella relación tormentosa entre dos grandes talentos del arte mundial, cada uno en su estilo; Rivera como portavoz de los oprimidos, los indígenas y, también, como ilustrador de la historia de México, convirtiendo sus obras en el símbolo de una nación. Mientras, la obra de Frida cayó durante un tiempo en el olvido, hasta que a partir de los años setenta se redescubrió, y desde entonces cada vez ha sido más apreciada hasta superar la obra de Diego Rivera.


No hablaré de Diego como de mi esposo porque sería ridículo. Diego no ha sido jamás ni será esposo de nadie. Tampoco como de un amante, porque él abarca mucho más allá de las limitaciones sexuales, y si hablara de él como de mi hijo, no haría sino describir o pintar mi propia emoción, casi mi autorretrato y no el de Diego.