EL PULSO DEL TIEMPO: ¿Por dónde comenzar?

Por: Yanin Cortés.

02 / Septiembre / 2014

Esta vez comencemos por la educación. Algunos minutos son suficientes para confirmar este juicio acerca de la postura inadmisible de quienes creen que el Estado no debe intervenir en los aspectos fundamentales de la vida colectiva. Jamás ha habido un Estado sin teoría económica, nunca lo ha habido sin teoría social; tampoco lo ha habido sin teoría educativa.
Si recordamos los estadios diferentes del proceso histórico, comenzando por el régimen de la esclavitud, nos damos cuenta de que en esa etapa inicial del desarrollo de la colectividad humana, a pesar de lo incipiente del conocimiento y no obstante toda la debilidad de las fuerzas sociales que integraban los pequeños Estados del mundo antiguo, ya el problema educativo despertaba una gran pasión, porque era, nada menos, una de las formas de preparar a los ciudadanos con el objetivo de hacerlos participar válidamente en la gobernación de sus pequeños países.

En la sociedad esclavista, recordando sólo a la Grecia clásica y a la Roma, en sus dos periodos de evolución -la República, y el Imperio-, toda la literatura está llena de afirmaciones que hoy llamaríamos pedagógicas. Lo mismo la literatura filosófica que la literatura estrictamente considerada como una de las manifestaciones del arte. También la historia, lo mismo: los educadores por antonomasia eran los pedagogos que no escribían su pensamiento; pero sí lo difundían a través del discurso, del debate o de la enseñanza oral impartida de manera sistemática.

Los cosmólogos son los primeros pensadores de Grecia, los primeros que presentan hipótesis acerca del origen del mundo y respecto de su evolución y su destino, no obstante, la materia de la formación humana no era precisamente el objetivo de sus discursos, señalan, sin embargo, a veces cuál es el papel del ser humano frente a los hechos del universo, sean fenómenos naturales o sociales. No importa cuál haya sido la tendencia de estos cosmólogos, una tendencia idealista o materialista, como hoy llamaríamos también para usar calificativos al alcance de nuestro propio lenguaje contemporáneo, el discurso preconiza la participación del hombre en la investigación constante en los órganos del Poder Público, con el objeto de implantar determinadas ideas en defensa de los intereses de los sectores y de las clases que representaban.

¿Porqué la educación?

Encontramos mayor riqueza de expresión de las ideas educativas en aquellos sofistas, en aquellos pedagogos, en aquellos enseñadores por paga que se dedicaban a la educación de tipo superior, es decir, a la formación de los ciudadanos para ser útiles a la colectividad que ellos integraban.
No es menester que yo recuerde las opiniones de los sofistas; pero sí es interesante subrayar que entonces la educación más valiosa tendía no tanto a la enseñanza de las letras y al aprendizaje de los conocimientos que disponía nuestra especie en aquel tiempo, sino a la formación del ser humano ideal dentro del Estado ideal.
Sócrates, en este sentido, fue uno de los grandes y primeros pedagogos de la humanidad, sin juzgar sus ideas conservadoras pues fue un representante de la aristocracia terrateniente lo que le ocasionó la muerte y no razones poéticas, como algunos malos historiadores lo dan a entender; sin juzgar su pensamiento, Sócrates fue un gran maestro empeñado en la formación de los ciudadanos ideales para hacer posible el mantenimiento indefinido del Estado ideal, sí, así es, mantenimiento indefinido del Estado ideal con el cual soñaban él y los partidarios del régimen de la aristocracia.
Más tarde, su mayor discípulo, Platón, escribió el pensamiento de Sócrates y formuló el suyo propio alrededor de la idea de un Estado perfecto, por ello, sus obras pueden ser estimadas y contempladas para la enseñanza del Estado imperfectible. Él fue, como Sócrates, un partidario de la aristocracia pero vale decir que puede ser calificado como un filósofo; al mismo tiempo como un gran poeta y como un gran educador.

Y Aristóteles, suma y compendio en cierta forma de la filosofía idealista de Sócrates y de Platón, ya de una manera sistemática hace la teoría del Estado, de sus funciones y una de ellas, su visión consiste en la formación de los seres humanos sin los cuales el Estado carecería de sentido y justificación histórica.
¿De acuerdo? ¿Hasta ahí vamos bien?
Además del campo filosófico, la preocupación por la enseñanza la encontramos también en las obras literarias, en las tragedias, en las comedias. El régimen social de la esclavitud está presente en todas las obras de los grandes trágicos y el deseo del mantenimiento del Estado esclavista o de su reforma, forma parte de los temas más apasionados, dentro del uso de los símbolos, dentro del empleo de las hipérboles; no hay ninguna de las grandes obras que no tengan la preocupación de mantener o de reformar el régimen social establecido.

También en los historiadores encontramos esta preocupación, desde Jenofonte hasta los últimos historiadores de Grecia, son individuos preocupados por el porvenir del Estado y por el porvenir del género humano en cuanto a las tareas que debe cumplir dentro y fuera de su patria.
Lo mismo ocurre con los pensadores de Roma. El régimen de la esclavitud se mantiene, se amplía en cierta forma y el debate alrededor de la división de los hombres, del trabajo social, de la calidad de los individuos y de su formación por sectores distintos, es una preocupación sistemática tanto en los que gobiernan como en los que peinan al margen de las autoridades.

¿Por qué la educación?

No hay, pues, en la edad antigua, ni se pudo haber concebido, un Estado sin teoría pedagógica, porque el meollo de la educación consiste en saber qué tipo de ser humano debe formarse.