Líneas: Recordando las Fiestas Patrias de Santiago

Por: José Ma. Narváez Ramírez.

03 / Septiembre / 2014

Creo que vale la pena hacer una breve remembranza de los festejos patrios celebrados en Santiago Ixcuintla, Nayarit, hace poco más de sesenta y tantos años tiempo aquel en que estábamos en el tercer año en la Escuela de los Campeones: la Juan Escutia, y era la directora la ilustre Maestra, doña Carmen Fonseca de Aranda –una dama alta y recia como las de aquellos tiempos- de la generación de maestros con vocación, preparación y probada capacidad educativa.
Aunque, no se crea, había maestras bajitas de estatura, como la profesora Rafael Solano, que impartía su clase con mucha seriedad y sus alumnos aprendíamos fechas históricas y capitales de estados y países con facilidad por esa especial dedicación –y el uso de la regla la de los cariños en las nalgas que nos hacían no olvidarnos jamás de sus enseñanzas. Otra profesora muy buena para los reglazos con la zurda era la maestra Ricarda G. Ramos, hermana del queridísimo y añorado (por todo Ixcuintla) Doctor Epigmenio García Ramos.

Antes de la llegada del 15 y el 16 de Septiembre, contábamos con pocos días para preparar nuestros desfiles callejeros que terminaban enfrente de la Presidencia Municipal, en donde hacíamos honores a la Bandera y cantábamos en un coro monumental (muy desentonado pero cantado con fervor patriótico) integrado por todas las escuelas primarias del lugar: nuestro Glorioso Himno Nacional, después de la participación de los más destacados alumnos y alumnas que declamaban (algunos) y bailaban (otros) vestidos a la usanza de la época de la Independencia, y eran muy aplaudidos por el público asistente a estos actos, que estaban compuesto por familiares y parientes cercanos y amigos de los papás de los improvisados artistas.

Ya se usaban los bigotes de utilería y pintadas las patillas, los niños, provistos de sombreros o pañuelos-paliacates; y los labios y los cachetes, las pequeñas, que lucían sus enormes trenzas postizas y sus bien terciados rebozos, calzando diminutos huaraches y las faldas hasta el tobillo

Las bandas de guerra las integraban los más grandes y era todo un espectáculo contemplar a aquellos humildes, pero muy orgullosos soldados marcar el paso y tender la mano derecha sobre el hombro del más cercano compañero (a) para alinear la fila y no descuadrar en el desfile.

No faltaba la orquesta del pueblo que interpretaba algunas piezas musicales y posteriormente, las autoridades civiles y militares se dirigían a un lugar (al que asistían maestros, padres e invitados) a un gran banquete que se celebraba observando las reglas del buen conducir y mejor vestir, que terminaba con un regio baile para festejar dichas fechas. En esos saraos se quemaban cohetes y castillos, sin faltar los toritos de luces que aventaban buscapiés por todas partes, causando la hilaridad de chicos y grandes. Los adultos brindaban repetidas veces a salud de nuestros héroes y terminaba la fiesta en altas horas de la noche.

En esos tiempos acababa de acontecer la Segunda Guerra Mundial, y nuestros padres se habían quedado vestidos y alborotados para participar en ella, ya que finalizó unos meses antes de que su presencia fuera demandada por la Patria, para ir a combatir contra el invasor a Europa. Se comentaba en los corrillos oficiales la participación (heroica) del Escuadrón 201, y se le daban visos de un muy brillante desempeño.

Los Escuadrones que se habían ejercitado con nociones avanzadas sobre la milicia, fueron los llamados: XIV, XV y XVI, comandados por los Sargentos Leonel Rodríguez Paillaud, José Ma. Narváez Madrigal y Manuel Narváez Ávalos, y los participantes (todos santiagoixcuintlenses) recibieron el reconocimiento del Jefe de la Zona Militar y una pistola escuadra (los sargentos) para cada uno de ellos.

Esto vino a exacerbar los ánimos patrióticos en todos los pequeños escolapios, y nos sentíamos unos verdaderos militares que marcaban los pasos imaginando enfocarlos hacia los campos de batalla

Control Señores Control Eran tiempos de guerra y el enemigo no estaba infiltrado en las filas nacionales -como están ahora los malos mexicanos comandados por un orejón perverso- que quizá debiéramos levantarnos en armas para combatirlos
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