EL ITACATE: El Vuelo de Proteo (II)

Por Agustín Almanza Aguilar

27 / Noviembre / 2014

Pues, bien, tuve el privilegio de volver a saludar al ínclito y egregio médico Arturo Camarena Flores, allá donde tiene su negocio ‘Óptica Allende’ –la mejor y más profesional del Estado- y, como siempre, el corto tiempo de dialogo fue sustancioso, sobre todo en el tema del inquieto ‘Club Quetos’, del cual expresó que la dirección del hospital del ISSSTE lo tiene sólo como rumor, pero, como dicen en el rancho, cuando el río suena es que agua lleva. Y es que tal vez también ignore (el encargado de la farmacia) que como no hay medicamento –el que está en el cuadro básico- alguna despachadora entrega sólo una caja de grajeas, en lugar de las dos cajas prescritas por el médico tratante. De aquí que, mientras se regulariza el envió semanal de esta medicina, algunos pacientes olvidados por sus sindicatos se han agrupado en el autodenominado Club Quetos. Y sí, en efecto, un familiar mío fue a urgencias y el doctor de guardia le recetó Omeprazol y Tribedoce, y la encargada de la farmacia adjunta surtió la orden pero ya con el producto abierto y el contenido incompleto. Esto no se vale.

Bueno, pues le agradecemos los libros que nos regaló –obsequios que ya han llenado dos buenos estantes. Uno de ellos, ‘Material de lo Inmediato’, de René Avilés Fábila (Colección ‘Periodística Cultural’), es el que queremos comentar, claro que no todo, deteniéndonos en el capítulo segundo, en el trabajo titulado ¿Por qué, para qué y cómo escribo?.

Nos dice que, en 1977, Emmanuel Carballo llevó a cabo una encuesta entre la mayoría de los escritores mexicanos publicados y con alguna reputación. El cuestionario era sobre aquellas preguntas. Avilés contestaría. Según ese orden, lo siguiente: ¿Por qué escribo?... por una necesidad imperiosa; no puedo dejar pasar muchas semanas sin hacerlo eso es hoy. En el principio redactaba un cuento sólo ocasionalmente y lo hacía para ser diferente decir que tengo cosas importantes que trasmitir resulta una soberana pedantearía. Cualquier hombre que haya () tomado en serio su tarea de vivir, tiene cosas importantes que contar. Mejor es explicar que uno, como literato, posee una visión del hombre y de la cultura que permite llegar a un cierto grado de profundidad; escribo en un intento de marcar el paso de mi existencia, buscando la manera de perpetuarme. Mis libros son mis hijos que andan por allí, en espera de una valoración, de un juicio, que me permita saber si sobrevivirán o serán enterrados conmigo. También puedo decir que () se trata de acusar históricamente a una sociedad enferma () llena de injusticias, sin libertad hay siempre críticas al capitalismo que conocí lo hago lleno de amores y odios. En momentos he caído en el solo grito sin eco, es un riesgo que acepto hasta sus últimas consecuencias.

¿Para quién escribo? Para nadie en especial para personas que me rodean, dos o tres. Uno quisiera escribir para todo el mundo, pero esto es un absurdo, especialmente en un país semianalfabeto, enajenado y de valores reñidos con el arte. Jamás pienso en públicos numerosos; no pienso en ningún lector, y si de pronto hay tiempo, pienso en los más exigentes. Nuestras mayorías son analfabetas y quienes saben leer optan, en el mejor de los casos, por Bets Sellers, novelas rosa y sandeces por el estilo. Si yo fuera cubano o soviético, otra sería mi respuesta.

¿Cómo escribo? Cuando logro la idea la historia que deseo narrar (puede llegar como estímulo externo o como algo incubado en mi propio cerebro), lo maduro de prisa y en ocasiones tomo algunas notas. En seguida le otorgo un género: cuento, novela. Por último, antes de lanzarme a la redacción, medito sobre la estructura de la obra, el andamiaje que sostendrá; siempre aparece un fondo político, un tanto burlón, carente de metáforas, pero en el discurso hay grandes alegorías, sátiras, parábolas, casi todos los elementos que utilizan los humoristas en su afán de zaherir a la sociedad.
¡Gracias doctor Camarena!

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