Estoy luchando para salir adelante; no sé cómo, pero voy a poder: La Aurora

* La señora, un símbolo de Tepic que por 65 años atendió su puesto de revistas en el portal Bola de Oro, no se retira: no me gusta pedir, no me gusta nomás estirar la mano. Me gusta el trabajo y allá en el portal pasé toda una vida

14 / Enero / 2015

Por Oscar Verdín Camacho

Durante aproximadamente 65 años, el puesto de periódicos y revistas La Aurora, de la señora Aurora Murillo Rúelas permaneció en el área del portal Bola de Oro, frente a la plaza Principal de Tepic.

Todos los días, para cientos o miles de personas resultó común detenerse frente a La Aurora para leer los encabezados de periódicos, comprar alguno o una revista, un chicle, un cigarro, un dulce, unos cacahuates.

En los últimos años, debilitada su vista, la señora llegó a un acuerdo con Fausto Camacho -quien siendo joven la ayudó en algunas tareas- y siguió adelante con el puesto, ella siempre presente, hasta que el pasado fin de año no se pudo más. Agobiaba el pago de renta por el local, la luz y otros gastos, por lo que el cuatro de enero fue retirado lo último que quedaba.
Y después simplemente fue bajada la cortina metálica.
No han sido pocos quienes han buscado a La Aurora en los últimos días. Ya fue cerrado, ya no va abrir, indica un vendedor de hierbas medicinales.

SU AÑORANZA

Nacida el 12 de diciembre de 1930 por la calle Zaragoza, cuando Tepic era chiquito, a esta señora que ha cumplido 84 años le duele en el alma haber dejado el puesto del portal Bola de Oro, donde conoció a generaciones de familias que fueron con ella a comprar el periódico del día, algunos de los cuales ya no circulan y recuerda varios: El Nayar (antecedente de Meridiano), Prensa Libre, La Escoba, El Sol de Tepic, El Tiempo

También comenta que durante muchos años hubo niños que la ayudaron en diversas tareas, los cuales ahora son profesionistas.
Doña Aurora es encontrada el lunes 12 en un pequeño puesto de la avenida México en la plaza de La Música, frente a una parada de camiones y a unos 30 metros del río Mololoa. Recién ha llegado en compañía de su nieto Salvador Palacios Méndez y descienden de un automóvil.

En ese lugar fue instalado un kiosko metálico en el que la señora empezó a vender refrescos, galletas, los periódicos Meridiano y Realidades y otros artículos. Espera que otros diarios le lleven ejemplares. Ya no venderá revistas porque es variado el precio de cada una y se le dificulta ver con claridad.

La señora Aurora ofrece un banco a este reportero y ella se acomodó en una silla. Es un símbolo de la capital del estado:

Estoy luchando para salir adelante, para recuperar la vista. No sé cómo, pero voy a poder, indica, visiblemente animada por la visita.
Pero la añoranza que lleva en el alma es inmensa: con una toalla de papel seca sus lágrimas. Lleva puesto un mandil.
¿Y ahora qué vas a hacer?, hubo quien le preguntó hace unos días.

Me van a mantener mis nietos, respondió en broma. Pero aclara: no me gusta pedir, no me gusta nomás estirar la mano. Me gusta el trabajo y allá en el portal pasé toda una vidadesde los 20 años, después de que trabajé en El Nayar y en Prensa Libre. Allá pasé muchos fríos, ciclones, cuántas cosascuánta gente

Sus nietos Salvador, Ignacio, Miguel Ángel y Aldrina Palacios están pendientes de ella. Aldrina atiende un kiosko en la plaza Principal y por ahí quería el suyo la señora Aurora para estar cerca, pero no se pudo.

Aldrina ya me ayudó a surtir y su pequeño hijo, Andri Gabriel, de siete años, en ratos empieza a visitarla en el kiosko.
Vecina de la colonia Mololoa, recuerda que La Aurora no sólo fue por su nombre, sino porque hace más de 60 años era común que los jóvenes de Tepic dijeran: vamos con la Aurora. Y así se le quedó al puesto.

Durante el encuentro, dos personas se detienen a saludarla, apenas enterados de su nuevo lugar de trabajo.

El ruido de los camiones de transporte público no cesa y es ahí donde la señora Aurora reinicia una nueva etapa.

Cuando se le pide una fotografía, quiere que estar con su nieto Salvador. Y otra con Aldrina y Andri, que han llegado. Son su apoyo.

Pero el recuerdo por su puesto de periódicos y revistas de tantos años no se puede borrar en un instante. Nunca. Por eso al final pide a este reportero: nomás no escriba que estoy llorando