LIBRE PENSADOR: CALUMNIA, QUE ALGO QUEDA...

/ JULIO CASILLAS BARAJAS

14 / Mayo / 2015

Recuerdo que un alto prelado de la iglesia comentó algún día -motivado por la andanada de críticas dirigidas al clero, provenientes de grupos izquierdistas y de la misma derecha acomodaticia-, que la murmuración se asemeja a la falsa moneda que, acuñada al principio por grandes criminales, es consumida luego por personas honradas que perpetúan el crimen sin saber lo que hacen.

En efecto, si la lengua es una espada, una lanza y la más aguda, debemos considerar que con un solo golpe atraviesa tres personas: la que habla, la que escucha, y la tercera: de quien se habla.
Ahora con las redes sociales, el Facebook, el Twitter, y otras, estamos infectados de mentiras, mentiras que manchan la buena reputación de gente honrada. Si bien surgen verdades completas o a medias, es cierto que tenemos torrentes de mentiras que intentan destruir los hogares, la iglesia, la política y los políticos, los artistas o escritores y no pocas veces, las instituciones. No andan muy alejados de la verdad quienes aseguran que las falsedades se fabrican en los corazones corrompidos, envidiosos, celosos, ociosos e irresponsables.

Mentiras elaboradas por esa raza a la que perteneció aquel que dijo de sí mismo: Soy un dinamitero; el hombre más peligroso que ha existido en la humanidad. Ese fue Nietzsche que, entre otras frases para recordar escribe: Mentid, mentid, mentid.

Algo parecido escribe Maquiavelo que ha hecho tristemente famosa su frase: Calumnia que algo queda. Es una verdad inmensa asegurar que la calumnia deja algo. Quitada la fama, es luego muy difícil restituirla toda. Hay que probar derramar el agua contenida en un vaso, y tratar luego de recogerla toda con el propósito de llenar el mismo vaso. No lo conseguiremos porque algo queda en el suelo. Así de sencillo este ejemplo.
En las circunstancias históricas que vivimos han sido de constantes las situaciones conflictivas que nos han llevado al llanto, luto, dolor y pérdidas materiales, por la ola de violencia que 12 años de gobiernos panistas aceleraron y desfogaron en exceso por falta de gobernabilidad y de tino para ejercer el poder. Doce años de ilusión política, de engaños, mentiras y simulación dejaron costos sangrientos a la sociedad mexicana, pero pocos parecen recordar esas etapas.

Soy cierto que la paz no se consigue con las armas, mucho menos con violencia. Es menester el diálogo fructífero, los acuerdos, la elevada política de la tolerancia, de la mesura, del entendimiento. Sin embargo, los orientadores de la política de las oposiciones ya comenzaron a enseñar desde el mes de enero del 2014, que en Nayarit no se quieren campañas de ideas ni de propuestas sino que es evidente la guerra de mentiras, de ofensas, de difamaciones, la ruta crítica que no propone pero si destruye, obstruye y daña a las mayorías. En la democracia se gana y se pierde, y parece ser que los derrotados quieren imponer gobierno y acción, ingenuamente desean imponer programas y planes como si estuvieran en el poder y desconociendo que la estructura tiene una jerarquía y un mando, que no les corresponde de ninguna manera. Van por el radicalismo político y no por la vía democrática de los acuerdos o del diálogo, tratando de envilecer a las mases a base de mentiras.

Si a la gente no le gusta que los políticos peleen lo más seguro es que estas tácticas sean rechazadas y las estrategias de violentar la vida política estatal, deberán fracasar. Sin embargo, quienes enarbolan banderas de avance, de construir un Nayarit mejor y de aplicar programas de desarrollo, deberán emplear sus mejores herramientas para contrarrestar estas campañas difamatorias y destructivas que a nadie sirven, ni a quien las organiza ni quien las soporta. Lo mejor es la crítica constructiva que pueda procesarse y utilizarse para que Nayarit salga ganando.