NUMINOR: EL ENIGMA DE CRISTO JESÚS (Primera de dos partes)

Por Agustín Almanza Aguilar

24 / Junio / 2015

Se nos menciona un referente: la fuente ‘Q’, escrito ya perdido –para variar-, que sería en griego y dataría de los años 40-50, pero cae en lo dudoso. Está el papiro ‘P52’, que es considerado el texto más antiguo (entre 125 y 160) que menciona la figura de Jesús, done se leen unas diez palabras del Evangelio de Juan. Fue descubierto por Bernard Grenfell en el desierto de Egipto Medio, en 1920. Quedaría, posteriormente, en poder de la biblioteca John Rylands de Manchester, Reino Unido.

El asunto ‘Muratori’ trata del descubrimiento, realizado por el erudito italiano Ludovico Antonio Muratori, de un manuscrito latino, redactado mil años antes del siglo XVIII (1720) y que, a su vez, era la traducción de un documento griego del siglo II, donde se enlistaban los textos cristianos de mayor autenticidad, como los cuatro Evangelios.

Pero el asunto es lo del Dios Supremo encarnado en humano, y en un hombre, que no es una mujer. Y la pregunta es si ese suceso tan especial se dio solo e este planeta, existiendo miles de millones en los millones de billones de galaxias existentes en el vasto (¿finito o infinito?) universo cósmico (¿existen universos paralelos, universos invisibles, otras dimensiones de la realidad?)

Los Evangelios subrayan lo del ‘Hijo del Hombre’ y lo del ‘Hijo de Dios’ que por elemental lógica, nos lleva, en ese orden, a Jesús y a Cristo, a lo terrestre mortal, material y a lo celeste-inmortal, y espiritual. Como nos decía el teólogo Royo Marín: y al juntarse en Cristo las dos naturalezas (sic), divina y humana

Terminemos señalando que el Apóstol Pablo nos advierte que su conocimiento del misterio de Cristo-Jesús, del Evangelio, fue producto de una revelación divina, y que la doctrina que predicaba era un saber ‘en misterio’, que estaba oculto desde el principio, que está reservado a unos cuantos, a los ‘predestinados’, y que es Cristo dentro de nosotros, el ‘tesoro en vasos de barro’, don de Dios que nos garantiza la vida eterna, la inmortalidad verdadera. En la encarnación de Cristo, la manifestación de la gloria del Ser Supremo en los cuerpos redimidos y resucitados.

Por lo cierto: todos aquellos que resucitaron o fueron resucitados, volvieron a morir: la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de Dios

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