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LA GENOVEVA EN NUESTRA MOCEDAD
Por: Olegario Zamudio Quezada
11 / Noviembre / 2015
La singularidad de nuestros pensamientos en el orden habitual, se liga mucho a los preceptos que en la vida hemos aprendido de la familia, de la escuela o, en suma, de la calle; luego hacemos de esos muchos, no todos, preceptos surrealistas. En realidad, los convertimos en nuestra realidad, perdonando la redundancia.
Nos han sembrado la convicción de que primero deben fallecer personas de muy avanzada edad y también los enfermos terminales de cualquier edad, más cuando ocurre el fallecimiento de algún familiar de casa o de la calle, la sorpresa nos embarga y el desánimo, esto un tanto de cara al creador.
Nos preguntamos una y mil veces sin reconciliación en la inteligencia, pero aún más, sin reconciliación en el alma, por qué tenía que desencarnar una persona feliz, llena de vida y de ambiciones por la existencia ¡y además esa vida compartida súbitamente con los demás y con lo demás!
Este, fue el caso de nuestra hermana de la vida, La Geno, ella fue nuestra familia, representaba esa rama de la ampliación de nuestro hogar, esa que siempre todos nos conseguimos en la calle, así que pues, la noticia del deceso de ella y su pareja fue como un golpe a nuestra conciencia, enfrentada con la realidad de nuestras convicciones.
La recuerdo, de caminar derechita como varita de nardo, siempre sonriendo y a pesar de tener nuestra edad, aparentaba quizás menos años, menos que muchos que la conocimos, su actitud hacia nosotros que la tratamos, fue como una hermana mayor y en no pocas ocasiones hasta maternal: Siempre tenía en el punto un consejo o una opinión armoniosa.
La vida nos deparó caminos diferentes, pero aun así sin verle y frecuentarle, observamos que ella no perdió ese aplomo de consejera, su actitud afable y protectora. Recuerdo la última ocasión que fui a comer a su restaurante, La Lobina, ella nos acompañó hasta la calle y desatendido como soy le dije a mi amiga, ¡vámonos apúrate a cruzar la calle!
Ella mirándonos, de un tajo me ordenó detenerme y me indicó con voz acompañada de una sonrisa: A ver, muchachito, dele el brazo para cruzar la calle y ábrale la puerta del carro a su amiga, ¿Cómo que se va así nomás?, como burro sin mecate, acuérdese cuando era joven y lo que aprendió de modales con una dama.
No tuve más remedio que aprestarle el brazo a mi amiga y abrirle la puerta del coche.
En esta misiva le agradecemos al Señor Edgar Veytia Fiscal del Estado, por haber resuelto este dramático hecho, que término de una manera artera con la vida de nuestra amiga y su pareja, acontecimiento que nos conmovió y también a nuestra sociedad; nosotros quisiéramos que nunca hubiera sucedido, pero como el Fiscal ahora comenta en charlas, es tan indeterminada la conducta humana, que no sabemos cuál será la dirección de los actos de la gente influenciados estos, por un sinnúmero de factores.
Gracias Édgar, te debemos esta, te debemos que te fajes ante una sociedad minoritaria que ha determinado el camino del crimen como su práctica cotidiana y que sin duda, tú junto con muchos quienes enarbolan la defensa de la justicia, se toman a pecho la custodia y protección de la gente de buen vivir que es la gran mayoría.
Estoy escribiendo y casi veo frente a mí a La Geno. Ella, la que representó una época muy hermosa en nuestras vidas, de la vida de todos quienes la conocimos y tratamos; la veo de pie derechita como varita de nardo, sonriendo.
Desde aquí le digo a ella, que las despedidas son tristes porque tenemos la bendita costumbre de querer, de amar profundamente a nuestros hermanos, pero sobre todo a los hermanos que escogimos en la vida, la familia que el tiempo y los años nos dio y nos da.
Amén, pues.