Numinor: LA HISTORIA DEL VERDUGO LORENSE - Primera parte.

Agustín Almanza Aguilar

17 / Febrero / 2016

La cosa fue agarraron el Bar-le-Duc a uno que decía ser el Judío Errante, lo que supuso porque llevaba monedas de Nerón en la bolsa, pintado todo el cuerpo con letras de la Cábala, y en una gran caja traía cosas para empleos secretos: Un espejo con el que se podía hablar en lengua hebraica por las noches, y esto lo atestiguó un prelado que vino de París en una mula sorda, muy placentera de paso y que se llamaba ‘Catalina’; una tijera con la que habría de cortarle la perrera al último rey que hubiese en Francia, lo que era una gran traición presupuesta, porque con esto se decía que la corona acababa, y tenía la tijera unas señas que decían ‘Fui de Judas Iscariote’; y también traía candelas que se encendían solas, y bálsamos penetrantes para hacer oro ocultamente. Todo fue muy propalado. Apresaron, digo, al ‘Judío Errante’ y pasó las pruebas del agua, del fuego y de la mancuerda, y declaró muy pintado sus crímenes, tal y tal; que pasaba años sin comer ni beber, que andaba veintisiete leguas en un día y que, poniendo el trasero en una pared, bajadas las bregas, veía lo que pasaba en las casas.

Esto, creo yo, fue lo que más enojó a los señores de Lorena, porque el acusado daba señas de todos ellos en paños menores, y si tenían piezas de quita y pon. La horca, pues, veníale como anillo al dedo, y después de ahorcarlo, por traición al rey, había que partirlo en cuatro. Pero esto último –añadió el verdugo con asco- no era cosa mía.

Yo estaba en lo mío, y, pues, fue la cosa que cuatro días antes del ajusticiamiento vino una señora de visita a nuestra casa, tratando de salvar a Ashavero de aquel compromiso, pagando en oro contante el cambiarlo por otro, y ya había pensado en un bohemio que tenía un halcón, con el que andaba por Borgoña y Lorena ganándose la vida, que le soltaba para cazar palomas de trapo que colgaban en veletas, y que dormía, borracho siempre, bajo el puente de Brille. Como a mi marquesa no le llegaban avisos de Pondicherry de Indias y, con la filosofía que entonces se hablaba, ya se veía que se aproximaban años de escases para mis artes, y ya se murmuraba que un médico había inventado una gran cuchilla que caía con mucha pesadez sobre el anillo del penado; me dejé tentar por el saquito de oro, que me lo echaba como cantando en mi mesa. Venía en dobles de Hungría, que es moneda que no admite desprecio. Bueno, todo salió de la mejor manera: compré a un sargento de policía, y una noche de juerga en la guardia del castillo, a cuenta de mi bolsillín, pusimos al bohemio donde estaba Ashavero que, después de las pruebas a que había sido sometido, ya no se conocía, ni de color ni de carnes. Y llegó la mañana de la justicia y, sacamos al bohemio a la plaza grande, con caperuza cubriéndole la cara, y era de paño merino, y es privilegio que tienen en Lorena los que mueren en la horca, pagando, eso sí, por él al verdugo.

Ya colgaba el bohemio cuando se mostró volando en la plaza su halcón, del que nos habíamos olvidado, y se fue hacia donde se balanceaba su amo y de un golpe de garra le quitó la caperuza y voló con ella La gente, sus compañeros de farra comenzaron a gritar –estaban comprando la ropa del difunto- advirtiendo la trampa y, aunque a mí me guardaban los granaderos del Real Auvernia, me acertaron con un cuchillo en la nuca y caí de bruces en el suelo. Estaba muerto Mi trabajo es que tengo que andar por ahí hasta que ese Ashavero pase por Roma, donde va a instalar una tienda de espejos, y él no es el Errante, sino un primo suyo, que era afilador de hoces en Jericó y le había prestado unos cuartos, y anda tras Ashavero verdadero, y cada siete años descansa otros siete El año que viene él pasara a Roma y entonces es cuando ya podré descansar en paz en mi tumba, pero ahora tengo que servir de testigo a su primo, para convencerlo de que su deuda no ha sido cancelada y que no fue ahorcado en Nancy. Ando fastidiado pues es sabido que a los verdugos les está vedado el reír, pero cada vez que me acuerdo de aquello no puedo aguatarme las ganas de ello. ¡Quien me lo iba a decir a mí, este Prohibitus, con lo que me tentaba la risa en las otras alamedas de la vida!.

Tal es el texto prometido, es decir la segunda parte del capítulo quinto del libro de Álvaro Cunqueiro, ‘Las Crónicas del Sochantre’.

GARAJE: En el siguiente número el relato del teólogo Paul de Eitzen (Siglo XVII).

REFERÉNDUM: Y NO SE OLVIDE QUE EN ‘BAZAR MÉXICO ENCUENTRA USTED LO MEJOR EN HERRAMIENTAS NUEVAS Y USADAS, Y DUPLICACIÓN DE LLAVES DESDE DIEZ PESOS. ESTÁ A SUS ÓRDENES EN AVENIDA MÉXICO, NÚMERO 451 NORTE (A UN LADO DEL PUENTE), EN LA COLONIA MOLOLOA, TEPIC, NAYARIT. ALLÍ LO ATIENDE NUESTRO AMIGO TOÑO FLORES. TELÉFONOS 216 16 07 Y (CEL.) 311 121 99 64. ¡VISÍTENOS Y SALDRÁ CONVENCIDO!