Numinor: EL FUEGO, LA LUZ, LA VIDA EN UN CRÁNEO / En tu luz veremos la luz (Salmos XXXVI, 9)

Agustín Almanza Aguilar

04 / Abril / 2016

Una noche, oscura como ala de cuervo, cubría con su frío manto a aquel antepasado –no había luz de luna y numerosos nubes obstruían los destellos de las estrellas-. Se sentía, angustiadamente, ciego, muy ciego.

En aquel laberintico bosque no podía ver un árbol a medio paso de distancia, o asu propia mano a pocos centímetros de su rostro. Era una noche oscura, muy oscura No había luz, no fuego; no chispa alerta; lo único que se podía hacer, por consecuencia, era dormir y roncar. Pero no lo hacía tranquilamente, pues temía despertar con una herramienta fiera. La luminosidad hacía falta, para no sentir ni eso, en esa era de las cavernas.

Pero llegó el momento en que se pudo producir el fuego, y las tinieblas de la noche se disiparon, alegrando su alma y la de los suyos. Las bestias ya no se acercarían, y ellas manifestaban temor a las llamas. Su caverna se impregnó de luz, de claridad, un poco. Mas luego se le ocurrió que con un palo ardiendo podría recorrer mejor su ‘hogar’, hace más de 20 mil años.

Luego descubrió un objeto que emitía más luz y menos humo que el palo encendido. Al estar cocinando, vió que algo empezaba a arder: era la grasa. Curioso –como buen humano-, no tardó en averiguar que con ese producto podía obtener una iluminación mejor y que la mejor manera de tener luz no era encendiendo la grasa, que sólo chisporroteaba y crepitaba, sino ¡Ponerle una mecha y encenderá! La mecha, la mecha

Así, en ese viaje mental, vertió la grasa en el cráneo de un animal y le insertó la mecha. He aquí la primera lámpara de la historia. Luego dejó los cráneos e hizo recipientes de piedra, metal o alfarería, más grandes y más hermosos. Pero seguían despidiendo humo y una luz mortecina y parpadeante, y daban mucho olor. Entonces aparece un químico suizo, Amado Argand (1782), que crea la primera que puede llamarse realmente lámpara.

La lámpara de Argand constaba de un tubo de vidrio, que rodeaba la llama a modo de chimenea, lo que proporcionaba una buena corriente de aire para que ardiera aquella. Empezaba una nueva era en la historia del alumbrado.

La llama dejó de parpadear y humear y se obtuvo una luz suave y uniforme, que en esos tiempos parecía muy brillante. Hoy se puede oprimir un botón e iluminar toda una ciudad.

La luz, el fuego, todo un elemento civilizador. Pero queremos dar ahora un giro muy interesante, y tomamos el asunto de la materia –energía- vida. La luz es energía y todo el Universo revierte en ella. El viejo cráneo, portando en su interior un fuego, es todo un gran símbolo de ‘Revelación’ poético-filosófico, y religioso: es un ‘vaso de barro’ con su tesoro sagrado, del que nos habla el gran Apóstol Pablo (II Corintios, IV, 7). El manejo del fuego dio luz al ‘interior’ del hogar, disipando oscuridad y tinieblas, y el temor a la bestia Y, para ir sintetizando, ‘Dios es Luz’ y se nos impele a no apagar el fuego del espíritu (I Juan, I, 5; I Tesalonicenses, V, 19). Ahora bien, la luz-energía-fuego espiritual, se condensa dando origen a la materia; la luz se encarna y luego el proceso se reinvierte, la materia se transforma en luz (E=Mc2). Aquí es donde entra el tema para el siguiente número, donde tocaremos enseñanzas de la Cábala hebráica.

GARAJE: En tu luz veremos la luz (Salmos XXXVI, 9).