Numinor: CRÓNICAS DEL MÁS ACÁ

Ángel Agustín Almanza Aguilar

14 / Julio / 2016

¡Ay de mí! ¿Todavía estoy metido en esta mazmorra? Execrable y mohoso cuchitril, a través de cuyos pintados vidrios se quiebra mortecina la misma grata luz del cielo. Estrechado por esa balumba de libros roídos por la polilla, cubiertos de polvo, y alrededor de los cuales, llegando hasta lo alto de la elevada bóveda, se ven pegados rimeros de ahumados papeluchos; cercado por todas partes de redomas y botes; atestado de aparatos e instrumentos; abarrotado de cachivaches, herencia de mis abuelos ¡He aquí tu mundo! ¡Y a eso se llama mundo!

Así comienza la primera parte del Fausto, de Goethe; una reflexión con el frentazo del pasado con el presente: Así estamos hoy, dados a la tarea profiláctica y trilladora de deshacernos de viejas libretas, ya dañadas, que llenas estaban de recortes de prensa, artículos, etc. Lo rescatable fue efectivo y satisfactorio, y fue un agradable viaje al pasado. De ello comentaremos y haremos posible tal información al público lector. Serán, pues, unas Crónicas del Más Acá.

Comenzamos con un documento, mecanografiado, que me había enviado un condiscípulo de la preparatoria, allá por el año 1983. Es algo largo, por lo que lo dividiremos en varias partes. El trabajo lo titulo así: ‘Civilización y Libertad’.

CIVILIZACIÓN Y LIBERTAD

En estas postrimerías de siglo, la mayoría de la humanidad ha hecho eco de su orgullo científico y tecnológico, y es que a fuer de ser francos nunca se había visto tal derroche de conocimientos e ingenio. Se está orgulloso, pues, de pertenecer a esta civilización tan especial. Pero, profundizando más el caso, ¿ese raudal de conocimientos, esa tecnología maravillosa, le ha dado al ser humano realmente una libertad plena? Yo pienso lo contrario, es decir, que tal progreso científico no ha hecho más que esclavizar y desorientar al individuo y a las masas. En verdad, ¿quién puede jactarse de comprender la esencia misma de la naturaleza y del universo cósmico en general? ¡Nadie! Todo lo que tenemos a mano son teorías, tesis, imaginaciones, pero no, repito, a verdad. Hacemos uso cotidianamente de huecas palabras para explicar lo que uno mismo ignora; vivimos con el enigma frente a nuestras narices. Y, para cerrar nuestro cósmico papel, nos entronizamos como reyes del planeta. Notemos que un vil gusano está más en armonía con la naturaleza que nosotros mismos, a pesas de nuestra inteligencia. Pero nos vanagloriamos de ser seres civilizados, cultivados, sociales. La civilización en que nos desarrollamos es una contradicción patente. Si en verdad fuéramos civilizados no habría guerras, ni hambre, y se daría más importancia al cultivo de la mente. Pero nos comportamos como bestias. Somos esclavos de nuestra propia vanidad y orgullo. Pero, muy dentro de nosotros hay algo que nos impulsa a tomar otro camino, otro sendero, más elevado y más humano. ¿A qué se debe que el hombre piense una cosa y haga otra? Creemos que para ser realmente civilizados, y por ende libres, los humanos deberíamos de analizarnos lo más responsablemente posible, sacando lo mejor de nosotros, espiritualmente. Y al tocar este aspecto a muchos les molestará, ya que se ha venido desarrollando una gran conjura para desterrar de la mente la idea del Espíritu.

El Espíritu, he aquí algo central, desde mi punto de vista, que atañe a la humanidad entera. Veamos el por qué: Vivimos tiempos fríos, críticos, confusos, llenos de apatía hacia el prójimo, carentes de amor. Todo se ha fincado en insanos intereses, en el egoísmo y la soberbia. Esto, para mí, no es progreso, ni civilización. Este sistema de cosas y vida es sólo una caricatura grotesca de ello. Es una paradoja de los tiempos: A mayor progreso material, menor progreso espiritual. Los humanos no han sabido equilibrar la fuerza que llevan en su interior; no han logrado la armonía interna, menos lo harán con la realidad que los circunda. Han tomado el rumbo equivocado, camina como los cangrejos

Octavio Paz, poeta que admiro mucho, decía en una de sus obras (POESIA E HISTORIA, Fondo de Cultura Económica, 1973, pág. 207) que el hombre es el guardián de la creación, y que su misión consiste en impedir la vuelta al caos. Y estoy de acurdo.

Hemos hecho a un lado la idea de Dios, la idea de que existe, lógicamente, una inteligencia suprema que dirige y rige el Universo entero. El hombre debe tornar su mirada hacia el grandioso espectáculo del Cosmos. Porque, parafraseando a no sé quién, es sensato contemplar el planeta en que vivimos, ver, por decirlo así, la estructura del interior del átomo, palpar las posibilidades de la ingeniería genética, etc., y seguir dudando de esa Inteligencia Suprema y Creadora, reflexionar sobre la estructura y armonía de las galaxias, de los pulsares y cuásares, de los llamados hoyos negros, de la posibilidad de la antimateria, etc., ¿aún todavía?

El ser humano no tiene una conciencia a la altura de su ser. Debe cambiar de estado, transmutarse espiritualmente, para comprender los cambios que está padeciendo el mundo actual. La ciencia de hoy es aquella de la que hablaba RABELAIS, ciencia sin conciencia.

Aún debería de resonar patentemente la frase de Sócrates en nuestros cerebros, el Conócete a ti mismo. Estas frases y preguntas son tan añejas como la vida misma, a algunos les molestan, porque se sienten civilizados y libres de prejuicios, cuando no son los peor civilizados y los más esclavos de sus dudas, que viven atormentados por la existencia que llevan. ¿Qué es el ser humano en realidad? ¿Lo sabes tú amigo mío que me lees?