Numinor: Miguel Bernal Jiménez y la Técnica de la Composición

Ángel Agustín Almanza Aguilar

23 / Agosto / 2016

Un clásico y apacible domingo veía un documental sobre historia del Conservatorio de las Rosas de Morelia, Michoacán, lugar donde mi hermano Rafael Alfredo estudió y obtuvo su título de Maestro de música; estancia cultural de alto nivel artístico. Junto a nosotros estaba mi otro hermano, Germán, ambos en casa del primero.

Bueno, pues el asunto se centró en la figura del Maestro Miguel Bernal Jiménez, básicamente sobre el contenido de su libro ‘La Técnica de los Compositores/El Estilo Melódico-Armónico’, el cual dedicó al gran Johann Sebastian Bach, ‘en el Bicentenario de su muerte’ (Tomo I, editorial JUS).

¿Qué aprendimos? He aquí el QUID.

Bernal Jiménez –si mal no entendí- nos habla sobre el ‘Camino Oscuro que conduce a la desilusión, muchas veces en grado mayor, como lo es el encontrarse al final con saber que se ha errado la vida’, esto sobre el aprendiz de compositor, el cual también advierte de triste manera que tal camino, que tal disciplina, el estudio de la armonía, es el frío, largo y fatigado esfuerzo intelectual; la ‘Calistenia Mental’.

Así, luego, el intrépido héroe que se lanza en busca de ese tesoro artístico al país del reino de la composición, país encantado del sueño anhelado, descubre que al casi palpar su objetivo se halla muy lejos de su meta. Consecuentemente, con su mente y cerebro congestionado, le dá por destruir sus textos y teorías y se defenestra –se lanza por la ventana- hacia una controvertida y ansiosa búsqueda de aquél ‘Otro Lenguaje’, tan admirado en los Grandes Genios, ‘que sí es música’ –se dice así mismo- y que constituía el término propuesto a sus desvelos ¡Ah, las dificultades de la armonía!

Ese hacer a un lado el estudio, la enseñanza y disciplina musical, y bajo el escudo egolátrico de un ‘Justo Desquite’, los supervivientes del naufragio enarbolan el estandarte y la impronta pueril de preconizar la tutela exclusiva de la propia sensibilidad artística Error grotesco el querer hacer lo que se quiere, ‘lo que se sienta’, lo que se venga a la fantasía. Un tipo así, a pesar de estar bien dotado –supuestamente- para este arte, navega sin brújula y sin timón, sin norte. Son los enamorados de la práctica, sin el estudio sin la técnica.

¿Qué se responde a esto? Él nos dice: ‘Eso que se oye bien, porque lo escribió el genio’; o bien, ‘el genio lo escribió porque se oye bien’ ¿Qué fue primero, la teoría o la práctica? Para nuestro autor, ‘la historia contesta negativamente. Primero experimentaron los compositores y luego vinieron los técnicos a exultar las experiencias para extraer conclusiones, reglas, más o menos acertadas. Mas desde aquellos infantiles balbuceos, los teóricos tuvieron la pretensión de guiar a los compositores’.

Los compositores –continúa Jiménez-, al llegar a su casa, se quitan sus disfraces de señorones y arrojan tales vestidos a donde les viene la gana, sin importarles si detrás de ellos van los teóricos recogiendo las prendas para hurgar en sus bolsillos y darse Pisto (darse importancia) con lo que escamotean.

La verdadera técnica de la composición es el estudio, que se debe buscar, aprendiendo en las obras de los grandes genios que han precedido a los interesados. Bernal nos dice que hay que cuidarse del consejo de esos ‘dictadores’ teóricos, al enfatizar lo del dogma escolástico de la ‘Revelación’ (Entonces, ¿qué con la ‘inspiración’?).

El silencio, la nota, el tono, los sonidos, el acorde, la melodía, la obra en sí; lo melódico-armónico y lo melódico contrapuntístico, estilos muchas veces alternativos, respondiendo a un concepto diferente.

¡LA MÚSICA, BENDITA SEA SIEMPRE!

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