Numinor: José de Jesús Pérez Gaona Revolucionario en Michoacano ¡Qué Lástima le tengo al Diablo!

Ángel Agustín Almanza Aguilar

05 / Septiembre / 2016

(Primera de dos partes)

Aquel día el escritor José Rubén Romero esperó inútilmente la llegada de quien tenía por costumbre entrevistar, allí, precisamente, en la atorre del campanario de la iglesia del pueblo. ¿De cuál pueblo?... Uno de los muchos que existen en mi querido y hermoso Michoacán. En vano, pues, esperó.

Pensó –a manera de disculpa ofrecida- que tal vez anduviera en una de sus consuetudinarias farras, botella en mano y boca. Eran los difíciles tiempos de la Revolución –Revuelta, para Octavio Paz (El ogro Filantrópico)- Tiempo después se enteraría que el personaje, llamado popularmente Hilo Lacre, habría muerto víctima de fusilamiento, por agitador. Otra versión recogida es que fue a causa de una congestión alcohólica, en Tacámbaro o Zamora. Tendría 55 años, en aquel 1922, el famoso Hombre de las Campanas. ¿Su nombre? José de Jesús Pérez Gaona, mejor conocido como Pito Pérez, gracias a la obra de Rubén Romero, que lo utilizó para poner en su boca y labios sus pensamientos, según nos afirma la periodista Elba Chávez Lomelí, citando a un investigador y colega, Martín Álvarez (Revista Impacto No. 1307).

De este sutil, folclórico y vernáculo personaje recordamos haber visto dos películas, una con el Gran Medel y, otra, con Germán Genaro Cipriano Gómez Valdéz Castillo, mejor conocido como Tin Tán.

A Pito Pérez-Hilo Lacre se le conoció en la mayoría de las poblaciones de Michoacán por su hábito (consuitinerario, diría el Guacho Zúñiga, que esperamos siga en mejoría) alcohólico, y por sus innumerables escándalos y encarcelamientos. Rubén Romero nos narra en su texto El Pueblo Inocente: Coronado de rosas, sabía decir un verso latino y hacer oportunamente una cita clásica. Era un ejemplar curioso, modelo de truhanes y de buscones. Con las sotanas de su hermano el clérigo y sus conocimientos litúrgicos, recorrió muchas veces los pueblos de la sierra fingiendo ser cura, perdonando por unos huevos frescos cuanto pecado mortal ponían al árbitro de su teología Fue malabarista –continúa Romero, el de Tacámbaro- en un circo, famoso como diablo de pastorelas (en lo de Rosales) y operó alguna vez, airosamente, como partero. El pobre desaparecía del pueblo largas temporadas, pero el mejor día las campanas de la parroquia se soltaban repicando alegremente. Era el Pito Pérez que daba la nueva de su llegada. Después del repique los gendarmes lo conducían a la cárcel sin que esto le importara a él un comino. En materia de cárceles, su erudición no tenía igual Un aventurero de la copa, y nada más, entretenido en atisbar, quizás, por el ojo de las botellas, con la ilusión de descubrir en su fondo otro mundo más generoso.

Romero nos lo presenta como de Vida Inútil, como un pobre hombre sin oficio ni beneficio, borracho diario y escandaloso, pero Martín Álvarez lo coloca en el pedestal de haber sido un adalid, un precursor y pregonador, con sus enfáticas arengas, como difusor de los ideales de la Revolución. Por lo cierto que, se nos subraya, Romero rescata en su libro el testimonio que, en unas cuantas cuartillas, habla del calvario que sufrió en su terrenal existencia en este planeta; de los pocos documentos que dejó Pito Lacre, testamento que nos heredaría años antes de su muerte.